Las respuestas a esta pregunta del millón van desde ciudadanos pagos por las Farc o por Petro, pasa por jóvenes ‘ni-ni’ que ni estudian ni trabajan, que no tienen nada que perder y se suman a la protesta, hasta infiltrados por la Policía para deslegitimar la protesta social. ¿Sabremos si una, dos o todas las hipótesis son ciertas?
Por: RicardoGonDuq
En Twitter: @RicardoGonDuq
La pregunta se la han hecho por años -pero particularmente durante los últimos meses- los gobiernos, la Policía, los medios de comunicación y los ciudadanos del común, sin encontrar respuestas satisfactorias. Nadie tiene la prueba reina ni la trazabilidad -como dicen las autoridades- del origen y fin de estos grupos que convierten en batallas campales las protestas ciudadanas.
Resolver esta pregunta del millón implica hipótesis tan obvias como complejas, pues el de los ‘capuchos’ que se convierten en vándalos es un fenómeno que no puede explicarse con una sola mirada. Hay quizá tres maneras de explicar esta situación de caos en las calles, que ha llevado al desprestigio de la movilización del Paro Nacional, ha causado heridas a manifestantes y policías y ha dejado en ridículo la acción de la justicia, pues a la espera de una nueva audiencia en los juzgados, de los nueve capturados –de cientos o miles de vándalos que causaron caos en las calles– solo uno, siguió procesado.
La primera explicación es la que está construyendo el «establecimiento», bajo la idea de que a los encapuchados les pagan por vandalizar y están al servicio de Petro y de las disidencias de las Farc. La idea de que están pagando por causar caos viene desde aquella noche de “se están entrando al conjunto del lado” el 22 de noviembre pasado, cuando según el testimonio de algunos vecinos en el occidente de Bogotá, ciudadanos venezolanos confesaron que les habían dado 50 mil pesos por generar miedo en unidades residenciales. Sin embargo, dos meses después las acusaciones empiezan a tener nombre propio.
La mención del senador Gustavo Petro como titiritero de estos generadores del caos la han sugerido casi todos los medios de comunicación cuando insisten en los “intereses políticos” que hay detrás de los encapuchados; la han hecho sus detractores políticos a través de las redes sociales, no es sino leer en Twitter las publicaciones que hablan expresamente de “vándalos petristas”; y lo dijo con nombre propio Mauricio Vargas, en su reciente columna, en la que habló de “algunos grupos petristas mancharon de singular vandalismo las protestas de noviembre”.
La acusación tiene lógica bajo la teoría de Vargas según la cual Petro quiere ver el país ardiendo, insurrecto, para que en un clima enrarecido pueda volver a buscar el poder por las urnas. Pero a ese señalamiento le hace falta lo más importante: pruebas. De lo contrario, se quedará como la denuncia de Guaidó de la financiación del chavismo al exalcalde y excandidato presidencial. Difícilmente la prueba aparecerá, pues una autoridad haciendo tremendo señalamiento puede volver a poner a Petro en el banquillo de las víctimas y perseguidos por el establecimiento.
De la que sí parece haber pruebas es de la relación de encapuchados con disidentes de las Farc. Desde la Policía confirman que en las diligencias judiciales de este martes contra los señalados de desmanes en Bogotá, presentarán las evidencias, que según El Tiempo constan de videos, interceptaciones telefónica y transacciones bancarias que probarían ese nexo para desestabilizar a la ciudad durante los días de protestas. Esta que el periódico menciona como la “Operación San Francisco” si está bien documentada y no es solo humo como a veces suelen vender Policía y Fiscalía, se convertiría en la primera evidencia concreta de quiénes son estas personas que se cubren el rostro.
A esta próxima revelación se suma la hecha por Noticias RCN de la llamada “libreta del vándalo” en la que se probaría que estos encapuchados hacen parte de estructuras muy bien organizadas, que siguen instrucciones para preparar explosivos, agredir a la fuerza pública y ubicarse dentro de las movilizaciones en un orden que les permita protegerse, pero al mismo tiempo atacar y causar destrozos.
Pero no todos los encapuchados son farianos y pagos por el terrorismo. Hay una segunda explicación del origen de los encapuchados: son los jóvenes que ni estudian ni trabajan, que no tienen nada que perder y salen a la calle en medio del desespero. La suerte y la motivación expuestas en esta hipótesis, que se basa en medio millón de colombianos sin oportunidades entre los 18 y 28 años, no puede confundirse con una justificación de sus acciones bajo ningún motivo, pues debe haber un rechazo claro y rotundo a la violencia. Pero la pregunta es, ¿todo encapuchado es necesariamente violento?
Como le ha pasado a la Policía durante décadas con estos movimientos, yo tampoco tengo la prueba, pero tengo la seguridad de que el hecho de taparse el rostro no hace violento, automáticamente, a un manifestante. El 16 de enero, horas después de haber presentado el protocolo para la protesta social junto a la alcaldesa Claudia López, el secretario de Gobierno ya lo estaba estrenando con un intento de diálogo junto a un grupo de encapuchados en la carrera 30, frente a la Universidad Nacional.
Seguí la conversación de Luis Ernesto Gómez con estos jóvenes a través de City TV y a pesar de la intransigencia que dejaban ver para desbloquear la vía, todos ellos le exponían las razones por las que estaban violando el derecho a la movilidad de los otros ciudadanos. “Es que el trabajo de mis papás es precarizado”; “Es que Duque no nos escucha”; “Es que aprobaron la reforma tributaria”; “Es que ni mis hermanos ni yo hemos podido estudiar”. El discurso no es simplemente el de unos vándalos a sueldo que salen a ganarse el día acabando con todo, es el de una generación inconforme que no quiere mantener el estado de las cosas.
Que es preferible que protestan mostrando la cara, de acuerdo. Que es mejor que vayan a las reuniones que organiza el Gobierno, de acuerdo. Que sería mejor que no bloquearan la vía, de acuerdo. Que impedir el paso por la avenida es violencia per se, discutible. Pero no por estas circunstancias pueden meterse en el mismo costal a unos jóvenes inconformes –quizá radicales– con el terrorismo urbano que seguramente buscan las disidencias.
Y hay una última explicación, quizá la más controvertida: la Policía infiltra con encapuchados las movilizaciones para generar caos y deslegitimar la protesta social. Salvo una información que la Policía de Bogotá le dio a Blu Radio, pero que después desmintió; una noticias publicada por El Tiempo el 21 de noviembre y algunos videos cuya veracidad está por establecerse, no hay evidencias concluyentes que permitan establecer que los cientos o miles de ‘capuchos’ en la calle sean agentes de la Policía o pagados por ellos.
Por supuesto que existe un mutualismo tácito, pero eso no prueba nada: la Policía necesita de los vándalos para justificar su acción y los vándalos necesitan de una acción represiva de los mismos policías para generar más violencia contra ellos. Un círculo vicioso que, de probarse, nos tendría sin resolver el misterio.
En épocas del gobierno Uribe cada atentado terrorista de las Farc convenía más al presidente porque justificaba su Seguridad Democrática. En la actualidad, cada acto vandálico durante una marcha le da más fuerza al Gobierno, porque se la quita a los del Comité del Paro que en el imaginario colectivo terminan mezclados con los “revoltosos”.
Por esos intereses entrecruzados va a ser muy difícil que comprobemos estas tres hipótesis. Cada colombiano, dependiendo de su ideología, se quedará con una o con otra explicación y mientras tanto, la ‘capucha’ seguirá sin descubrirse.
UN PUNTO DE GIRO: Ojalá el sueño de una Bogotá llena de trenes, ocupando los corredores férreos que hoy están abandonados y asignando unos nuevos, no quede frustrado por el Transmilenio de la Avenida 68. Las discusiones técnica, jurídica y política no pueden llevarnos al mismo pantano que nos tiene montando en buses rojos, mientras el resto del mundo se mueve en metro.