Esta pandemia ha servido para todo. Darle un aire a la reputación de presidentes; revelar la mezquindad de otros; descubrir las fallas geológicas de los matrimonios. Ha demostrado que la epidemiología es una profesión de garaje a juzgar por la cantidad de expertos que han surgido en la televisión y en cada familia; que los filósofos más iluminados son tan vulnerables al virus y a los errores de apreciación como cualquier congresista colombiano. Y ha obligado a echar un ojo a un fenómeno que fue emergiendo: el buen liderazgo femenino.
Entre muchos, hay tres ejemplos notables en el mundo para examinar este hallazgo: Angela Merkel, Jacinda Ardern y Sanna Marin. Los casos de la Vicepresidenta y la Ministra del Interior colombianas fueron descartados en esta investigación porque podrían descuadernar la hipótesis.
De Angela Merkel, canciller de Alemania, reportan que se ha caracterizado por su rigor de científica en el análisis de la crisis y la simplicidad con que la explicó a sus ciudadanos (le bastaron 90 segundos; otros mandatarios llevan semanas de televisión y miles de trinos bregando a hacer lo mismo). Con lenguaje directo, sin melosería (o no sería alemana), y sin una artificiosa puesta en escena (atril con tapabocas, gel, bandera y marcadores de colores), movilizó a su país. No le echó la culpa a nadie. Dos de sus atributos han sido actuar con una autoridad basada en el conocimiento y haber empoderado a los ciudadanos al hacerlos responsables de sí mismos (nada de abuelitos y atenidos). Y algo excepcional: en su comité de emergencia incluyó expertos en Ética!
De Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, comentan que atendió sin dilaciones las alertas tempranas, revisó lo que habían hecho otras naciones e inspirada por una fuerte vocación del cuidado tomó decisiones. Duras, simples y rápidas. Desde la sala de su casa, apenas acostó a su hija, anunció las medidas en tono sencillo, cálido, fresco. Igual había actuado en 2019 cuando le correspondió manejar la matanza en una mezquita por parte de un extremista. En vez de un discurso airado (en modo testorónico), optó por uno de solidaridad hacia las familias de las víctimas y no permitió que el protagonismo se lo llevara el terrorista sino el dolor. Dio una lección al mundo sobre cómo reaccionar frente a este tipo de actos. En ambas situaciones, logró una identificación emocional con sus ciudadanos. Dos palabras definen su estilo: ejecutiva y empática.
De Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, informan que escuchó con detenimiento a los expertos antes de hacer algo, revisó diagnósticos, sopesó alternativas, y tomó resoluciones drásticas con la insuficiente información disponible. Su impronta fue la extrema transparencia en la comunicación a través de las redes sociales (tan degradadas en otras latitudes). En síntesis: prudente y decidida.
Es trabajoso encontrar aquí rasgos de género. Ni siquiera entre ellas se parecen demasiado. Rigurosidad, seriedad, calidez, transparencia. Tienen en común que razonan éticamente, se comunican sin grandilocuencia, no infantilizan ni reprimen a los ciudadanos y evitan el uso de metáforas bélicas para convocar a su país. Y no alardean de su poder.
En principio, pues, no hay lugar para concluir que el género determinó su éxito. Las conductas mencionadas pueden ser practicadas por un líder hombre sin mayor dificultad. (Supone uno!). No existiría, entonces, una correlación entre género y calidad del liderazgo. No obstante, podríamos empecinarnos en que las predisposiciones genéticas, acondicionamientos culturales, y la remontada de barreras patriarcales constituyen ventajas inmanentes de las mujeres. Pero sería injusta esta generalización. Es suficiente con recordar que en las oficinas y en los gobiernos hay mujeres que como jefes son tan abominables como sus colegas masculinos.
Pero hay un detalle clave en el resultado obtenido en el manejo de la crisis: los alemanes, neozelandeses y finlandeses eligieron buenas dirigentes y otros pueblos escogieron mal. Y no por casualidad. También son países que han logrado avances sustanciales: altos niveles educativos, menor desigualdad, robustos sistemas de salud y acatamiento voluntario de normas sociales. Se colige que no es suficiente con criticar a los políticos y simultáneamente abogar por la inocencia de los electores. A veces los países tienen los líderes que se merecen. Y la crisis del coronavirus lo puso al descubierto.
Sin embargo, profundizando en los estilos de estas dirigentes, se hallan vetas de oro puro. Hay seis virtudes que pese a ser propias de la especie, estas damas las ejercen con mayor impecabilidad y frecuencia. Su avanzado sentido común; su obstinado impulso por el cuidado del otro; su disposición para escuchar con los oídos y con el corazón; su practicidad para hacer que ocurran las cosas; su pericia para navegar en la incertidumbre; su ahínco por prepararse a fondo sobre el asunto entre manos.
Dicho lo anterior, es bastante probable que el género femenino posea ventajas para ejercer un buen liderazgo en estos tiempos volátiles, inciertos, complejos y ambiguos. Pero tranquilos, caballeros: ellas están lejos, pero no son inalcanzables!