El verdadero viaje de descubrimiento consiste,
no en buscar nuevos paisajes,
sino en mirar con nuevos ojos.
Marcel Proust
La mayoría de las personas ha experimentado el miedo y la ansiedad. Son estados emocionales normales. Sin embargo, suelen mutar hasta volver imposible una vida sana. Es cuando aparece el trastorno por ansiedad. En el mundo lo sufren millones de personas y Colombia no debe ser la excepción.
Y si tantas personas lo padecen, con manifestaciones similares, ¿podría acaso hablarse de ansiedad colectiva? ¿Una especie de ansiedad nacional? Al fin y al cabo es un padecimiento pandémico en estos tiempos turbulentos, inciertos y complejos, hasta el punto de que los especialistas hablan de un problema de salud pública.
Por suerte, está muy bien estudiado el fenómeno. Se han publicado tantos libros sobre el tema que podría afirmarse que es un subgénero de la literatura de autoayuda.
La ansiedad es una excesiva y persistente preocupación por un evento del futuro. Puede ser un reto personal (presentar una entrevista, visitar los suegros); o un problema social (un paro, una elección). Lo importante es saber que detrás de cualquier tipo de ansiedad hay un miedo básico: no estar a la altura, tener cáncer, perderlo todo, ser agredido. A pesar de que no es un malestar menor, los psicólogos cognitivos han llegado a una fórmula sencilla para identificarlo, mediante el examen de los indicios siguientes: (1) Piensa que algo malo va suceder. (2) Si sucede, será catastrófico. (3) La persona no se siente capaz de manejarlo.
Con estos elementos plantearé una hipótesis desesperada para comprender de alguna manera las cosas que pasan aquí.
El ejercicio comienza observando las reacciones emocionales recurrentes de una parte de los colombianos (tensión, irritabilidad, nerviosismo); sus procesos cognitivos (pensamiento restringido, centrados en amenazas, pérdida de objetividad, sesgados); y sus conductas (agresividad, búsqueda desenfrenada de seguridad y sobrevivencia). Cosas que han degradado la vida personal y social.
A mi juicio, estas manifestaciones tienen un parecido asombroso con los elementos constitutivos de un trastorno emocional.
Pensar que algo malo va pasar en el país o con nosotros. Que Colombia no tiene remedio, que este gobierno y el que le sigue y el anterior son corruptos y peores que los de los siglos anteriores, que en toda gestión pública hay corrupción, que no hay precandidato honesto ni confiable. Que pronto seremos un país comunista o facho, que padecemos la dominación de unas élites corruptas, desalmadas y dictatoriales, de una mafiocracia (M.J.Duzán). Que todos los impuestos se los roban. Que caeremos en manos de la Primera Línea. Que la aprobación de la reforma a la ley de garantías es una señal del fin del mundo (R. Silva). Que hay que salvar la patria de las garras de …
En lo privado, salir a la calle con la certeza de que seremos atracados. Advertir a los extranjeros que no lleven la billetera en el bolsillo de atrás; que no aborden un taxi en la calle; que media ciudad es un campo sin ley ni dios. Alguien, incluso, preguntaba por Twitter si contestar el celular en una calle colombiana puede considerarse vivir al límite.
A menudo se supone que casi todo no saldrá bien, en lo privado o en lo social, en la casa o en el gobierno; que cuando suceda será una tragedia absoluta; y que es poco lo que podemos hacer como individuos y como ciudadanos. No estoy afirmando que no tengamos buenas razones para sentirnos así algunas veces. Pero esa es una reacción casi automática ante cualquier situación por baladí que sea.
Con frecuencia el trastorno se origina en formas de pensamiento que por su permanencia se transforman en una filosofía de vida. Tres son las más frecuentes y perniciosas: la catastrofización, que es la sobrevaloración de los peligros y las amenazas; la exageración de las probabilidades, que es considerar muy probable el resultado temido; y, por último, la mirada binaria, que es el «todo o nada», el «blanco o negro» de cualquier situación, sin claroscuros.
Catastrofización, probabilidad exagerada, extremismo e impotencia. Estos son los filtros mentales a través de los cuales se interpretan los acontecimientos y que desencadenan la ansiedad. Lo grave es que el miedo básico que subyace detrás es fomentado por dirigentes políticos de extrema derecha e izquierda, por las redes sociales y medios de comunicación.
Obviamente, la realidad del país no despierta optimismo. Colombia no es un lecho de rosas ni sus élites dirigentes son adalides de las mejores virtudes. Nuestros problemas son apabullantes. Pero es indispensable considerar la idea de que algo nos sucede como ciudadanos que está haciendo inaguantable la vida social y política. Sobretodo porque dos de sus peores efectos nos tienen atascados: la imposibilidad de concebir proyectos comunes y la incapacidad de coordinar expectativas y acciones colectivas para llevarlos a cabo. Nos paraliza una desconfianza generalizada. Parecemos varados en un pantano.
Quizás podríamos empezar por dejar de atender las invocaciones al miedo de algunos precandidatos. Miedo al futuro, al comunismo, al autoritarismo; que buscan una amenaza detrás de cada piedra. También a aquellos que defienden que todo siga igual porque cualquier cambio es un paso hacia el abismo. Por el contrario, confiar en quienes tratan de sembrar esperanza, proponen una agenda reformista, que no consideran que hay que destruir todo y empezar desde cero.
Parece un asunto más filosófico que psicológico. No solo es cómo somos y qué nos pasa sino cómo y qué pensamos. Transformando la forma de pensar, validando tanta suposición y creencia inverosímiles —o al menos poco probables— con las que filtramos la percepción de la realidad, podríamos pasar de la ansiedad a la resolución. Y tal vez vivir mejor.
No es una apelación al pensamiento positivo que finca sus esperanzas en fantasías; ni al mágico, que espera todo de los rezos. Por el contrario, se requiere un esfuerzo colosal para limpiar nuestros procesos de pensamiento y abrir posibilidades de acción. No obstante, el primer paso es sospechar que tenemos un trastorno de ansiedad nacional.