Nadie puede liderar una sociedad, un grupo humano o una colectividad de ningún tipo si no es capaz de hacerse cargo del auténtico estado de ánimo social. Felipe González
Si no hubiera tanto en juego, lo que estamos presenciando en este momento sería una comedia. Se percibe en el ambiente una sensación de sorpresa y sosiego (la eliminación de Fico disminuyó la crispación). Algunos quedaron asustados, otros esperanzados y el resto con una sonrisa en la boca. Cada analista improvisa su propia hipótesis para explicar lo sucedido: que Hernández derrotó al candidato del establecimiento político en pleno y puso en riesgo el triunfo que Petro ya acariciaba.
No se esperaba. Amargó la victoria de Petro. Ahora el Pacto Histórico está llamando al cambio responsable ante los ímpetus de Rodolfo Hernández y sus casi 6 millones de votos (que cómo se le ocurre proponer rebajar el Iva y eliminar el 4×1000, que eso pondría en riesgo las finanzas públicas. ¡Ver para creer!). Incluso Petro advierte que si no gana, Colombia se hunde en las tinieblas; al fin y al cabo solo considera válido el cambio que él pregona. Lo demás es la reencarnación del uribismo (y se supone, según el PH, que la era uribista había terminado el 29 de mayo. Por lo visto, no logra descifrar el fenómeno político del ingeniero).
Petro, que venía negándose a asistir a debates porque se consideraba inalcanzable, ahora se los exige a su oponente; y éste, imitándolo, se hace el difícil.
Pero no nos engañemos. Los publicitados debates de Semana, El Tiempo, Caracol, no solo son muy aburridos sino que sirven de poco. En un minuto, como argumenta ahora Hernández, y antes Petro, nadie es capaz de presentar seriamente una idea de gobierno. Eso sin contar con que estamos en un momento en el cual los proyectos de los candidatos tienen poco peso. Estas elecciones están mutando de la batalla a piedra entre el uribismo y el anti-uribismo hacia la del petrismo y el anti-petrismo.
Una prueba de ello es que los estudios que comparan la cultura política de los colombianos con las ideas expuestas por los candidatos demuestran una baja coincidencia. En temas sociales y libertades individuales, los colombianos tienden a ser conservadores y tradicionales. Nos gusta que el Estado intervenga intensamente en asuntos personales (el aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, el consumo de drogas, el orden y la seguridad). Los dos candidatos, por el contrario, según sus declaraciones, defienden las libertades individuales y menos uso del poder y la autoridad.
En cuanto a temas económicos, la gente valora la intervención estatal (impuestos, regulaciones, asistencialismo social). Pero lo prefieren en tono moderado, a ritmo fajardista y no petrista, y no tan libertario como lo propone Hernández, que permitiría que el mercado actúe libremente.
Pese a estas disparidades en lo social y en lo económico, estos dos candidatos captaron el 70% de la votación. O sea que no fue por sus ideas en temas sociales y económicos que recibieron tal apoyo. Se trata de otra cosa. O mejor, de más cosas.
Petro está montado en la ola de inconformidad que experimenta una buena parte de los ciudadanos. Hernández está surfeando en la indignación contra la corrupción (estando él seriamente involucrado en un acto de corrupción de ligas mayores).
Sacando en limpio las cuentas, estamos en un enfrentamiento entre un ejército de petrófilos contra otro de petrofóbicos. Y cada facción tiene buenas razones para sentir simpatía o antipatía.
Debajo del impecable programa social demócrata del Pacto Histórico, creo, anida un líder autoritario, mesiánico y adánico (que todo comienza con él), en cuya alma habitan un socialista arcaico y un utopista regresivo (es decir, que se propone construir una sociedad ideal, que se sabe que en el camino se convierte en un verdadero infierno, tal como Venezuela y Argentina. El mayor ejemplo es el manejo desastroso de las basuras en Bogotá; y ahora tiene en la mira la salud, las pensiones y los combustibles fósiles). Le gusta que el Estado intervenga en muchos asuntos, le molesta que los privados obtengan algún beneficio en cualquier tipo de actividad, se considera el salvador de la humanidad y dueño de la verdad sobre cualquier tema que le planteen.
Con relación a Hernández las cosas no pintan mejor. La atracción de su primitivismo —frentero, soez, simplista, patriarcal— solo se explica por el desafecto hacia las instituciones (corrupción desaforada, mala gestión del Estado, dominio de clanes políticos inescrupulosos). No tiene programa alguno, es un repentista político, despacha desde la cocina mientras acompaña a su señora en sus oficios, ha prometido que hará que todos los colombianos conozcan el mar, y su estrategia fiscal se basa en quitarles los carros blindados a los congresistas. Y su mayor mérito en estos días es que, al contrario de Fico, tiene un tipo exótico de carisma y perrenque para derrotar a Petro.
Para los petrófilos, Petro personifica la esperanza en la refundación de Colombia; para los petrofóbicos, significa la disolución del país.
Sin embargo, algo prometedor está pasando como consecuencia de los resultados de las pasadas elecciones. La accidentada (y ¿frustrada?) llegada de Fajardo a la campaña de Rodolfo Hernández y la de Alejandro Gaviria al Pacto Histórico. Podrían inyectarle un tono diferente a la contienda. Aportarle moderación y sensatez al Pacto Histórico y sustancia al programa de Rodolfo. Quién sabe si alcanzarán a producir transformaciones de fondo en cada bando.
Por el momento, cualquiera que sea la alternativa preferida debemos ser conscientes de que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Cada una representa una gran incertidumbre. Votaremos con un optimismo trágico, consistente en esperar lo mejor sin descartar lo peor del elegido. Los populismos en juego de estos dos hombres providenciales pueden menoscabar seriamente la institucionalidad y resquebrajar el maltrecho sistema democrático; hacernos la vida más difícil. Ojalá contemos con «el consentimiento del perdedor» —saber perder y oponerse— y «la humildad del ganador» —saber ganar y gobernar— para no empeorar las cosas.