Con los pies en la tierra

Publicado el Observatorio de Tierras

Arauca, territorios, más allá de lo obvio

Liquen en el oriente

Por: Invitados especiales*

«Debajo del puente, del río
hay un mundo de gente (…)
los niños, los gritos,
te vas sin un beso»
Pedro Guerra

Río Cubugón 2021.

La situación actual del departamento de Arauca es una muestra pasmosa de las consecuencias que padece un país cuando sus ciudadanos dejan a un lado sus capacidades de razonar, criticar y tomar sus propias decisiones, para hacer como suya la voluntad de otro. Como habitantes de este territorio, nos resulta inevitable recordar que hace menos de cuatro años pululaban en las calles y en las redes sociales anuncios que decían: “Yo voto por el que diga Uribe”. Entonces, millones de colombianos dejaron a un lado su propio criterio de elegir para el cargo público más importante de la República a una persona cuyas principales cualidades no eran sus reconocimientos, sino, justamente, la falta de ellos. Absurdo y triste es recordar que en uno de los momentos más importantes de nuestra corta y convulsa historia como Estado y como proyecto de nación, la ventaja fundamental de la persona que ostentaría el cargo de presidente fuera su carácter anodino.

Aclaramos que no se trata de afirmar que todos los problemas de Arauca -como un territorio compuesto por una geografía en la que conviven el piedemonte y el Llano, y en el que viven y tratan de convivir comunidades campesinas, indígenas, afrodescendientes y gremios ganaderos, entre otros actores urbanos y rurales, junto a una frontera porosa y dinámica- se originan por la acción del actual gobierno.

En cambio, la tesis que sostenemos en esta columna es que las acciones del gobierno, al que elegimos sin conciencia, carecen también de esta. Y es que en sus acciones subyace, a nuestro juicio, un desinterés por lo real y por el presente.

Argumentamos: el gobierno, por un lado, emplea el recurso que en Colombia solemos llamar “sacar el retrovisor”, un nombre metafórico que bien puede servir para señalar que por andar mirando hacia atrás, hacia el pasado, el gobierno pierde de vista lo que tiene enfrente. De esta manera, las problemáticas de territorios como el de Arauca se leen de manera simplista como el fruto de un gobierno anterior, que no supo mantener una política de mano dura con los actores armados. A pesar de que van ya tres años y cinco meses de gobierno.

Y por el otro, está el recurso que consiste en hacer referencia a un futuro inexistente como condición para la resolución de tales problemáticas. Quizá el ejemplo más evidente de este recurso sea el de atribuir casi como única causa a la “dictadura de Venezuela” la responsabilidad por los problemas de seguridad de Colombia, por cuanto el fin de esta, que no sabemos cuándo será, significaría la solución de un conflicto social y armado que se gestó cuando Hugo Chaves tenía menos de 10 años.

Ambos recursos se traducen en un desinterés por lo real y por el presente, que termina de configurarse con el desconocimiento por las ontologías que existen y actúan en el departamento. Las ontologías están relacionadas con la noción del ser. En el caso araucano no existe una única ontología, existen varias, comprendidas por ríos, peces, cacaotales, cordillera, ganadería, actores armados, petróleo y sabana.

Para aproximarse a lo real, las múltiples territorialidades y ontologías de una región, es preciso abarcar sus dinámicas y conflictos del espacio, tiempo, Naturaleza, humano y no humano. En concreto, la región binacional del Sarare se extiende por diferentes municipios de Arauca, Boyacá, Norte de Santander, Táchira y Apure (los dos últimos, de Venezuela), serpenteada por fronteras vivas, situadas en limites fluviales como el río Arauca o el río Cubugón, el Sarare constituye una urdimbre compleja y más aún en relación con el tipo de Estado, históricamente consolidado, en el departamento de Arauca.

A partir de los últimos sucesos en la región, surge la pregunta: ¿Cómo seguir pensando y caminando en las territorialidades del Sarare otras formas de vida? Cuando los diferentes procesos científicos, culturales, artísticos y de paz que durante décadas se han venido agenciando por la comunidad del Sarare son truncados por los avatares del conflicto armado. La población es nuevamente arrojada a la deriva, sin sus atávicas canoas, aunque consciente de la potencia de su naturaleza hidrodinámica, navega sus recuerdos de zozobra y neblina, a causa de las guerras de antaño. Sin embargo, el tejido social del Sarare se sigue fundando, bajo los estribos de la resiliencia, cooperación, voluntad y amor.

Ante las típicas frases acerca de la ausencia estatal, aclaramos que no somos territorios sin presencia del Estado, caso paradigmático el INCORA, signo medular en la trasformación del paisaje Sarareño, durante la segunda mitad del siglo pasado. Una transformación que bien podría continuar, pues hace media década atrás durante la firma de los acuerdos de Paz se incluye una reforma rural integral.

Sumado a los estereotipos sobre la Orinoquía se encuentra el de la riqueza y el extractivismo, actualmente Arauca bombea petróleo por un oleoducto de ochocientos kilómetros hasta Coveñas, un estereotipo que desconoce la vocación forestal de la Orinoquía, donde las aguas claras de la Sierra Nevada del Cocuy alimentan el río Arauca y el río Orinoco hasta llegar al caribe venezolano. Los ríos llegan al mar, cumplen su misión, triunfan, de ahí que los Sarareños seamos como ríos que a pesar de la zozobra siguen sus vidas, con cada creación: un negocio nuevo o una excelsa chocolatina de cacao regional, logramos conjurar sentidos de vida ante la guerra.

Como todo territorio Arauca tiene derecho a la paz, a entrelazar con dignidad el trabajo y el amor a la tierra, los ríos son el vínculo fundamental de lo humano con la Naturaleza, representan el lazo afectivo -fuera del esnobismo místico- los ríos nos ayudan a sanar, en sus riveras se lloran los muertos, cuentan las angustias y celebran las alegrías. Si contamos con territorios de paz, podríamos enseñarle a nadar a los foráneos, aunque suene cliché: bogotanos, los araucanos también lloramos y aunque seamos la barbarie de los centauros indomables del himno nacional, acá también hemos discutido y disfrutado la novela Sin remedio de Antonio Caballero. Finalmente, ante el reciclado capítulo del desasosiego de la guerra, aguardamos y pedimos a la única binacional y más joven cordillera: la Oriental, que nos cuide y arroje luces en este escenario de guerra, que nos dé conciencia.


*Esta columna fue escrito por dos investigadores y habitantes de Arauca

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