El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

«Si salgo un día a la vida»: Marcos Ana

Una selección de poemas del preso político de la dictadura franquista que más tiempo estuvo en la cárcel.

Marcos Ana. Foto: El País

En estos tiempos de cuarentena y de pandemia no puedo dejar de pensar en Marcos Ana (1920-2026), el preso político de la dictadura franquista que más tiempo estuvo en la cárcel, espacio cruel, lleno de tortura física y psicológica recurrente, para un libertario de su talla. Hijo de una pareja de jornaleros, había abandonado los estudios a los 12 años para empezar a trabajar y, a los 16, ya militaba en las Juventudes Socialistas. La guerra civil española lo condenó en dos ocasiones a la pena de muerte, pero se libró de esta porque las paradojas de la vida lo encerraron en una celda donde se hizo poeta. «Decidme cómo es un árbol», nos suplicaba en su cautiverio. Entró a los 19 años y al salir a los 42 iba a marearse con frecuencia, a tenerle aversión a los carros, a cegarse con cualquier tipo de luz y a recordarles a sus amigos que había perdido su juventud. Que no había conocido el amor: «decidme cómo es el beso de una mujer».

Fernando Macarro Castillo encontró la poesía en el aislamiento, una luz que no le cegaría nunca sino que le ayudaría a resistir. Y encontraría su verdadero nombre, Marcos Ana, en honor de sus padres: Marcos Macarro, cuyo cadáver había encontrado él mismo en un andén después de un bombardeo en enero de 1937, y Ana Castillo, quien había muerto en diciembre de 1943 cuando condenaran a su hijo por segunda vez a la pena de muerte.

A continuación comparto con ustedes una selección de poemas suyos, porque nos pueden ayudar, tal vez, a repensar nuestro aislamiento temporal, a repensar la vida y su fragilidad, a recordar que aún desde el encierro se pueden seguir defendiendo las causas de la libertad.

@amguiral

 

Autobiografía

Mi pecado es terrible;
quise llenar de estrellas
el corazón del hombre.
Por eso aquí entre rejas,
en diecinueve inviernos
perdí mis primaveras.
Preso desde mi infancia
ya muerte mi condena,
mis ojos van secando
su luz contra las piedras.
Mas no hay sombra de arcángel
vengador en mis venas:
¡España! es sólo el grito
de mi dolor que sueña.

 

Mi casa y mi corazón

(sueño de libertad)

Si salgo un día a la vida
mi casa no tendrá llaves:
siempre abierta, como el mar,
el sol y el aire.
Que entren la noche y el día,
y la lluvia azul, la tarde,
el rojo pan de la aurora;
La luna, mi dulce amante.
Que la amistad no detenga
sus pasos en mis umbrales,
ni la golondrina el vuelo,
ni el amor sus labios. Nadie.
Mi casa y mi corazón
nunca cerrados: que pasen
los pájaros, los amigos,
el sol y el aire.

 

La vida

¿La vida?

Decidme cómo es un árbol.
Decidme el canto de un río,
cuando se cubre de pájaros.
Habladme del mar. Habladme
del olor ancho del campo.
De las estrellas. Del aire.
Recitadme un horizonte
sin cerradura y sin llaves
como la choza de un pobre.
Decidme cómo es el beso
de una mujer. Dadme el nombre
del amor: no lo recuerdo.
¿Aún las noches se perfuman
de enamorados con tiemblos
de pasión bajo la luna?
¿O sólo queda esta fosa,
la luz de una sepultura
y la canción de mis losas?
Veintidós años… ya olvido
la dimensión de las cosas,
su color, su aroma…
Escribo a tientas: el mar, el campo…
Digo bosque y he perdido
la geometría de un árbol.
Hablo por hablar de asuntos
que los años me borraron.
(No puedo seguir: escucho
los pasos del funcionario).

 

Carta urgente a la juventud del mundo

Si la juventud quisiera
mi pena se acabaría,
y mis cadenas.
(Decid ¡basta!
Haced la prueba.)
Vuestros brazos son un bosque
que llena toda la tierra;
si enarboláis vuestras manos
el cielo cubrís con ellas.
¿Qué tiranos, qué cerrojos,
qué murallones, qué puertas
no vencieran vuestras voces
en un alud de protesta?
(Todos los tiranos tienen
sus pedestales de arena,
de sangre rota, y de barro
babilónico sus piernas.)
Pronunciad una palabra,
decid una sola letra,
moved tan solo los labios
a la vez y la marea
juvenil atronaría
como un mar cuando se encrespa.
Pero, ¿quién soy yo, qué barco
de dolor, qué espuma vieja,
qué aire sin luz en el viento
acerco a vuestras riberas?
Como campanario de oro
vuestros corazones sueñan.
La juventud es la hora
del amor, su primavera.
¿Por qué mover vuestras ramas
alegres con mi tristeza?
¿No es mejor que yo me coma
mi pan solo en las tinieblas;
que mis pies cuenten las losas
veinte años más, mientras sueñan
mis alas entre las nubes
de un cielo roto en mis rejas?
Pero la vida —mi vida—
me está clamando en las venas;
abrasa loca las palmas
de mis manos; lanzaderas
clava y desclava en mi frente
y el pensamiento me quema.
Ved nuestros tonos. Ya somos
como terribles cortezas;
claustrales rostros, salobres
ojos que buscan a tientas
—sedientos de luz y sol—
una grieta entre las piedras.
No sabéis lo que es vivir
muriéndose a vida llena;
grises, sobre grises patios,
sin más luz que una bandera
de amor…
Ni lo sepáis nunca…
Más si queréis que esta lepra
jamás os alcance el pecho,
no dejéis «mi muerte» quieta.
No dejadme, no dejadnos
con nuestras sienes abiertas
y en un cerrojo sangrante
crucificada la lengua.
Levad vuestros pechos. ¡Pronto!
(Es bueno que esta gangrena
os revuelva las entrañas.)
¡Echad abajo mi celda!
Abrid mi ataúd; que el mundo
en pie de asombro nos vea
indomables, pero heridos,
sepultos bajo la tierra.
¡Que no queden en silencio
mis cadenas!

Marcos Ana, presentación y selección de @amguiral

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