Osamu Dazai fracasó innumerables veces en el arte del suicidio, pero nunca en el de la literatura. Intentó matarse por primera vez a los 18 años, en 1927, ingiriendo barbitúricos. Tres años más tarde, se escapó de su casa materna con Hatsuyo Oyama, una geisha de bajo rango con quien intentó suicidarse de nuevo, arrojándose al mar. Ella murió, pero él no. El mar lo maldijo, dejándolo vivo. Al poco tiempo, su familia acaudalada, decepcionada de las andanzas de su hijo, lo readmitió a pesar de todo y él se casó con Oyama. En 1933 publicó su primer libro, «Tren», su incursión en el género en que sería un maestro sin igual, el watakushi shosetsu, estilo autobiográfico en primera persona.

El 19 de marzo de 1935, después de ser rechazado por un periódico de Tokio donde quería trabajar, intentó ahorcarse, sin éxito. Ese mismo año enfermó de apendicitis y fue hospitalizado en una clínica, donde se volvió adicto al Pabinal, un analgésico que contenía morfina. En octubre de 1936, ingresa a un hospital mental. Durante su estadía, que duró aproximadamente un mes, su esposa lo engañó con su mejor amigo. Cuando se entera, intenta cometer suicidio doble con ella, pero ninguno muere. Se divorcia y pronto vuelve a casarse, ahora con una maestra de escuela, Michiko Ishihara, con quien tendría tres hijos.

El 13 de junio de 1948, Osamu Dazai fue a orillas del canal de Tamagawa con Tomie Yamazaki, su amante del momento, esteticista y viuda de guerra, y por fin sus planes de suicidio tuvieron éxito. El agua del canal, crecido por las lluvias, los engulló y no devolvió sus cadáveres sino hasta el hasta el 19 de junio, cuando los encontraron, el mismo día en que el escritor japonés estaba cumpliendo treinta y nueve años.

No podría decir a ciencia cierta que lo envidio, pero el sentimiento que me despierta su obra se parece bastante a la devoción y me surge, sobre todo con la lectura de su novela El declive, la ansiedad de encontrar por fin las aguas que arrastren mi cuerpo lejos del mundo. Este libro se publicó un año antes de su muerte, en 1947, y está basado en el diario de una de sus lectoras, Shizuko Ōta, con quien intimó tanto hasta el punto de tener una niña con ella.

Kazuko, una joven aristócrata, acaba de padecer un aborto y de divorciarse de su joven esposo a raíz de la imposibilidad de tener hijos con él, cuando, como si fuera poco, muere su padre y debe trasladarse a las afueras de Tokio a cuidar a su madre enferma y en duelo. Naoji, su hermano artista, está en la guerra que acabaría con Japón; cuando regresa a casa, es un borracho que ha perdido toda esperanza en la vida, si alguna vez la ha tenido. Naoji, pues, será un alter ego de Dazai, quien, para este momento, era un alcohólico empedernido y su salud estaba cada vez más deteriorada, a pesar de que no había podido ir a la guerra, dada su tuberculosis. Pero la novela resiste a otro alter ego del escritor; se trata de Uehara, escritor de culto, maestro de Naoji, un inmoral para la sociedad, un ebrio de tiempo completo, que se enamora de Kazuko y, lo peor, la enamora a ella y la deja embarazada.

La joven mujer no creía en el regreso de su hermano de la guerra. Pero ya su madre le había dicho: “Los canallas como él nunca mueren. Sólo mueren las personas tranquilas, hermosas y amables”. Y para sorpresa de todos, muere la madre también, “la última aristócrata de japón”, aún joven, y hermosa, fiel a sus palabras. Y es este el momento en que la literatura y la vida se entrelazan, se hacen una, cuando Kazuko se queda a solas, embarazada de un cretino desconocido, pensando en cumplir sus sueños, a pesar de la desgracia que es su vida. La nota de suicidio que deja su hermano al final del libro sirve también de nota de suicidio del escritor:

Debería haber muerto antes. Sólo un motivo me lo impedía: el amor de mamá. Cuando pensaba en ella, me sentía incapaz de morir. Del mismo modo en que el ser humano tiene derecho a vivir libremente, también tiene derecho a morir libremente cuando lo desee. Sin embargo, siempre he pensado que mientras tu madre viva no debes ejercer tu derecho a morir, pues morir significaría matarla a ella.

Lamento decírtelo, Dazai, pero te lo digo porque te siento mi hermano, como dice el personaje de tu novela: “Sólo mueren las personas hermosas” y a pesar de tu suicidio tú hoy estás más vivo que nunca. Esa es la farsa de la vida. Los canallas nunca mueren.

Dazai, O. (2017). El declive. (M. Bornas, Trad.) Barcelona: Sajalín Editores.

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