
La primera edición de Guitarra negra, de Luis Alberto Spinetta, apareció en Buenos Aires en 1978, a cargo de Ediciones Tres Tiempos. Sería el único libro del músico argentino y la potencia imaginativa de sus poemas no iba a distar mucho de las letras de sus canciones, ni se iba a alejar tampoco de los grandes poetas que lo influenciaron.
Ya había probado su capacidad de creación con Pescado Rabioso, una banda insuperable por su complejidad musical, por su fusión de géneros y, ante todo, por Artaud, álbum que él había compuesto y grabado como solista, pero que por razones imprecisables salió a la luz a nombre del grupo; de allí, canciones como Cantata de puentes amarillos, Bajan y Cementerio club habitarían la memoria de los amantes de la música austral y serían adorados paradigmas de cantautores como Gustavo Cerati y Pedro Aznar. Piezas, como tantas del autor, que podríamos leer como poemas, en un sentido amplio, si nos apegáramos a la idea de Monteleone según la cual, «aunque la letra de rock no es literatura, su efecto es, sin embargo, poético» (citado en Meza, 2016, p. 172).
La idea de esta bagatela es dar una impresión acerca de los dos grandes temas del poemario de Spinetta. El libro consta de siete partes numeradas y de un epílogo titulado Escorias diferenciales del alma de la letra poética. El autor presenta los setenta poemas con una advertencia:
Como nadie tiene conciencia del “control” de los manuscritos, y aun de existir dicha conciencia, ésta no intervendría en mi obra, sino como referencia simbólica a la licitud de la temática, propongo que se olvide cada palabra a medida que ella se lea (p. 36).
Los poemas tienen matices autobiográficos muy altos. El músico pareciera ser el título que más los recoge: «Acongojado llora/ con sus débiles dedos/ la furia y el odio/ y el lodo/ que fue su origen» (p. 53). Versos que nos recuerdan que los maravillosos momentos productivos de Almendra (1969) nacían del dolor, de la amistad y de su pérdida, del amor y del desamor, de la confrontación con los excesos. Furias y penas habitaron el corazón del poeta, como dijera Quevedo, cuando el grupo terminó y tuvo que viajar a Europa.
Un segundo tema explorado es el tiempo, inevitablemente unido al ser en una suerte de panteísmo, como en Figuración, donde en el uso de la palabra imperativa descubre la posibilidad de ser uno con lo viviente gracias al sentido de existir sin cuerpo, sin la materialidad humana. En el poema IV de la tercera parte, nos dice:
Tomen el cuerpo del que corría/ su viento/ en el que se han trasladado sus exequias./ Inunden su alma/ con la energía de toda finitud./ Pero aquel cuerpo huido,/ tan sólo esos perfectos cónclaves de la carne/ trasladáronse al pie del Juez Supremo./ Veredicto:/ cuerpo móvil,/ continuidad naciente (72).
Por otro lado, el poeta revelaba su creencia en lo metafísico tal vez cimentada en lo judeocristiano: «Hay una locura intensa/ que necesita un cuerpo y una fulguración/ y se desarrolla lentamente/ en el tiempo/ o en la eternidad de un tiempo» (91). Por esa locura que necesita una forma tal vez entienda un alma, y por esa eternidad pareciera no referirse a lo que llaman historia los comentaristas de fútbol, ni al recuerdo cariñoso que generan los músicos como él, sino a un espacio donde la vida continúa, secreta y oscura, y donde la conciencia se elimina.
Al leer los versos finales del poema II de la quinta parte, esta cuestión se acentúa: «Al morir dejó dicho en un papel:/ Me voy de aquí/ a esperar de otro lado de mi fin/ una sonrisa de todo lo amorosamente imperturbable» (94). Estas palabras contundentes contienen la imagen de Luis Alberto Spinetta, la de un hombre que quería recibir del mundo lo mismo que le entregó ˗por obtusas que parezcan estas dos palabras˗: tranquilidad y esperanza.
La vida y el tiempo, como vemos, son los temas que mejor elabora Guitarra negra, siameses del amor y la muerte, se trata de los grandes problemas de la poesía porque encierran lo que somos y lo que no podemos dominar.
La discusión en torno a la separación del arte lírico y la música se vuelve innecesaria al acercarnos a un autor como este. Hace creer, mejor, que la poesía vuelve a su estado original, a la esfera donde Pan toca la flauta que construyó con el cuerpo de la mujer inalcanzable, cuyo sonido se seguiría escuchando en la noche después de morir y entristecería a quienes, al oírlo, imaginasen la naturaleza vacía; esfera donde Orfeo ablanda e ilumina con su arpa el corazón de Hades para vencer a la muerte.
Referencias
Spinetta, L. A. (2006). Guitarra negra. Rosario, Argentina: Último Recurso.
Meza, G.A. (2016). Mário de Andrade, Julio Cortázar, Pedro Aznar y Luis Alberto Spinetta: cuatro propuestas sobre relaciones y desplazamientos entre literatura y música en el contexto de la postmodernidad (Tesis doctoral inédita). Universidad de Concepción. Chile.