El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

La juventud, esa enfermedad

El relato de cuatro jóvenes que, a pesar de sus incansables esfuerzos, no le hicieron daño a la poesía.

Santa Rosa de Cabal, 1952. Foto López. Copia digital por Guillermo Aníbal Gärtner.

Entre los años 2001 y 2002, hubo en Cabal un grupo de cuatro jóvenes que deliraban por la poesía. Todas las tardes, después de salir del colegio, se reunían en el parque Los Fundadores a leer sus poemas incipientes, a atrofiar los sonidos naturales con los destartalados chillidos de sus guitarras y a tomar vino de caja como si no hubiera un mañana.

Y sí que lo hubo, pero no como lo quisieran.

Se quedaban hasta el atardecer. La señal para volver a la casa era la misma de los campesinos: cuando las loras regresaban de su faena solar a su árbol-nido y las veían cruzar el cielo sobre la cúpula del templo de La Milagrosa, se despedían y emprendían su solitaria vida de púberes mártires y suicidas potenciales. Loras que, vaya uno a saber por qué, este grupo confundía con gaviotas.

Leían a Silva y a Barba Jacob en las noches, fantaseaban con ser y morir como ellos. Imaginaban a Santa Rosa de Osos y a Bogotá como grandes metrópolis organizadas y padecían esa extraña forma de la nostalgia que consiste en extrañar lo desconocido. A veces llevaban libros malditos a lecturas improvisadas en el mítico —por lo efímero— Café Raíces donde el anfitrión les invitaba con lástima tinto y chicha, y, a veces, tenía que soportar la tortura de escucharles leer sus propios versos. Noches inolvidables aquellas de trascendentales tergiversaciones alrededor de nada.

Una mañana, su profesora de español leyó una efeméride de la prensa sobre Baudelaire. La escucharon con atención mística y silencio reverencial. Desde entonces, no fueron las mismas personas: el vino de caja les pareció anodino en comparación con el opio que no habrían de fumar nunca, se melancolizaron tanto que alertaron a sus familias sobre una inminente calamidad, por lo que les llevaron a médicos que les recetaron paciencia: la juventud, por fortuna, es una enfermedad que se cura con el tiempo, dijeron, y les llevaron también a grupos de oración muy bien presididos por futuros candidatos a la alcaldía.

(Para quienes no saben, la alcaldía de Cabal ha sido hasta ahora la mejor escuela de presos ilustres de la región.)

Y de verdad que el tiempo no solo curó sus juventudes sino que les curó el mal de la poesía. El mayor del grupo, quien lo había fundado, nunca asistió a las reuniones; uno diría que se trataba de un anarquista nato, pero tan solo prefería dormir y, en las noches, comer helado con las muchachas. Un perezoso sensato, digamos. Cuando se graduaron del colegio, ingresó a la universidad a estudiar Ingeniería Eléctrica. Ahora es bartender, y es feliz.

En orden de edad, el siguiente ingresó al seminario. Al terminar el voto de silencio de siete años, insultó a un compañero por controvertir con osadía un argumento de San Agustín, en su presencia. Por este insulto, no pudo ordenarse como sacerdote, pero sí como filósofo. Y como filósofo, hoy en día, es un buen profesor.

En tercer lugar, Juana se dedicó a la música por mucho tiempo. Nadie podía negar, al escucharla, sobre todo cuando interpretaba los grandes éxitos de Sandro de América, que era una virtuosa auténtica, una de esas personas geniales que no aparece sino cada quinientos años,  como Amadeus Hoffman. Una noche de octubre, en medio de la algarabía de las Fiestas de las Araucarias, intentó suicidarse lanzándose desde el Palacio Municipal. Fue detenida a tiempo por la policía y condenada por microtráfico de estupefacientes.

El menor de ellos, en cambio, compró un telar y puso un taller de ponchos que se vendían muy bien en las ferias de los municipios vecinos. Al poco tiempo, compró un nuevo telar, y así, en lo sucesivo, hasta convertirse en una promesa de la pequeña empresa del municipio. Se enamoró de Juliana Carolina y ella, quién sabe, también de él. Le propuso matrimonio y ella aceptó o eso dicen, pero días después, el quince de marzo de 2006, su verdadero esposo apareció y nuestro amigo tuvo que huir de Cabal, dejándoles el taller. Desde entonces no se sabe nada de él.

Por fortuna, morirán antes de alcanzar la fama.

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