Umpalá

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Lo que aprendí leyendo el Diccionario Visual del Sexo del Círculo de Lectores

“Nadie es más que un artesano si antes de haber tomado por primera vez el material no conoce todas las reglas y leyes que gobiernan su oficio”
Filemón de Sausage

En la biblioteca de mi casa siempre hubo libros. (no es obvio, en otras había bailarinas de porcelana) Recuerdo “La Rebelión de las Ratas”, la biografía del cura Camilo Torres por Joe Broderick, una biblioteca de filosofía de 100 tomos, toda la obra de García Márquez en las ediciones de Oveja Negra, “El triángulo de las Bermudas” y una edición viejísima de “Las mil y una noches”. También dos que todavía siguen dando vueltas por ahí. Uno se llamaba “La solución del problema de la vida” y no lo leí nunca porque el título no me llamaba la atención y otro, editado por Círculo de Lectores, de lomo blanco con letras negras y foto de una pareja desnuda en la portada donde podía leerse “Diccionario Visual del Sexo”.

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No recuerdo cuándo comencé a hojearlo porque siempre había hecho parte del paisaje de la casa. Supongo que debió ser en algún momento antes de mis doce cuando me enteré que “Sexo” no era una palabra que debía venir seguida de “Masculino” o “Femenino”. Nunca me habían prohibido leer nada, pero era obvio que ese era un libro para leer a escondidas. La portada prometía, el título prometía más, sobre todo por la palabra “Visual”. Tal vez en ese libro (y no el otro, el gris firmado por Fernand Lelotte) estaba la solución del problema de la vida.

Y estaba.

Aunque no lo supe de momento porque la sensación inicial fue de decepción. Cierto que la primera frase impactaba (“El vocabulario sexual es dinamita”) pero las veinte páginas siguientes estaban dedicadas a las biografías de Kinsey, Freud, Sade y demás pioneros y liberadores. Luego se abordaban temas como la identidad sexual y la anatomía. En esa sección había una primera ilustración interesante, dos mujeres en trajes de baño que en esa época todavía no se llamaban “tangas”. Luego las gráficas volvían a ser aburridas y así seguía siendo en todo el resto del libro con excepción de un torso femenino con el pecho descubierto y una mariposa sobre el vientre (una imagen que todavía me parece la esencia de lo sensual) y una página donde se mostraban las posiciones sexuales relacionadas con cada signo zodiacal que después vi reeditada en forma de calcomanías en varias busetas bogotanas.

Y sin embargo lo leí completo, no una sino varias veces y la insatisfecha curiosidad infantil abrió paso a la lectura por la lectura. Así amplié el intellectual background con montones de cosas que nunca habría conocido sino fuera porque indirectamente tiene que ver con sexo. Fue gracias al Diccionario Visual del Sexo (de aquí en adelante “DVS”. que supe de la existencia de Led Zeppelin (recuerdo la cita “Me encantaría conocer una mujer capaz de joder como Led Zeppelin I pero en una semana me dejaría en los huesos”), que John y Yoko se habían empelotado para protestar por la guerra (sección “naturismo”) y que D. H. Lawrence fue un liberador de la literatura inglesa. Fue en el DVS. donde por primera vez leí sobre Scorsese (había una foto de Jodie Foster en Taxi Driver), Polanski (afiche de Rosemary’s Baby en la sección de “Incubos y Sucubos” donde también aparece un grabado que fue utilizado como contraportada en el álbum Covenant de Morbid Angel) y de la representación místico-erótica que Bernini había hecho de los éxtasis de Santa Teresa. Aprendí que en una época lastimosamente lejana estuvo en boga la Terapia Subrogada (cambiar de pareja, con la bendición de un sicólogo, para aliviar la tensión sexual) y que en una época lamentablemente cercana Mary Whitehouse fue una líder de la censura inglesa, dato éste sin el cual jamás habría entendido esa frase de «Pigs» en el Animals de Pink Floyd que decía “Hey you, Whitehouse, ha ha, charade you are”. Los Floyd cantaban contra la censura, pero sin el DVS. hubiera pensado, como piensan casi todos los floydianos, que le cantaban a la Casa Blanca.

Esa era la época de la teoría, por supuesto, pasarían años, para mi siglos de que pudiera pasar al necking al petting (deliciosos términos provenientes del inglés) y décadas, para mí milenios, antes de que pudiera poner en prática esas dos expresiones latinas y esa otra francesa que tanto me habían llamado la atención. Sólo quería aquí hacer un homenaje a la lectura de ese diccionario, el único al que después de que en primero de bachillerato me robaron el Aristos, pude seguir siendo aficionado.

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