
Por estos días se ha hablado mucho acerca de la ley de eutanasia que se está debatiendo en el Congreso de la República y también del fallo de la Corte Constitucional. Reconozco que esto me alegra mucho pues considero que el ser humano debe decidir sobre su vida y cuando la enfermedad ya le arrebató toda la dignidad y vivir se hace insoportable, la eutanasia es una opción muy válida para ponerle fin al sufrimiento y por eso hace parte de los procedimientos para tener una muerte digna, pero no es la única manera.
Los cuidados paliativos también son una manera de llevar la enfermedad con calidad de vida hasta el final. Y esto lo digo con conocimiento de causa. Algunos ya conocen mi historia, pero creo pertinente en este momento nuevamente contarla.
El cáncer es de las enfermedades más difíciles que existen. La conocí por primera vez cuando tenía 12 años y mi papá 48. Desde meses atrás él venía con un dolor gástrico, una molestia sin mayores manifestaciones. Sus visitas al gastroenterólogo terminaban con el mismo diagnóstico: gastritis. Y la misma medicina: Milanta. Al cabo de un año y viendo que la supuesta gastritis persistía y que siempre se obtenía la misma respuesta de su médico, mi papá tomó la decisión de hacerse una endoscopia con un médico particular. El diagnóstico fue claro: cáncer en el estómago. Desafortunadamente, la enfermedad ya había tomado ventaja.
Era mayo de 1991. En ese entonces, a diferencia de hoy en día, no era una enfermedad muy común. Solo teníamos conocimiento de un vecino que había muerto de cáncer. No sabíamos mucho más del hecho de que era una grave y difícil enfermedad. Comenzó entonces nuestra lucha contra el tiempo. Nos pusimos en manos de los mejores médicos. Mi papá fue muy fuerte al enfrentar la enfermedad. Nunca, en el proceso con el cáncer, le escuché quejarse ni siquiera maldecir el cáncer. Tomó la difícil situación con valentía y aceptación. Vinieron rápidamente las cirugías, las quimioterapias y cada día, las cosas comenzaron a complicarse. La enfermedad hizo metástasis en el hígado. Y el panorama se tornaba cada vez más oscuro.
Por recomendación de su oncólogo, el doctor Javier Godoy, nos hablaron de algo llamado cuidado paliativo, que en ese entonces no cubría el seguro de salud y casi, como ahora debo reconocerlo, tampoco era una especialidad muy conocida en el país. Sin embargo, pudimos tener la oportunidad de contar con los cuidados paliativos de forma particular con el doctor Luis Hernán Santacruz, uno de los mejores, por no decir el único médico en Colombia que manejaba esa especialidad. Él fue de mucha ayuda para aliviar los dolores y los síntomas tan duros que tuvo que afrontar mi papá.
Equivocadamente se cree que el cuidado paliativo es únicamente manejo del dolor y no es así. Los cuidados paliativos le ayudaron a sobrellevar todos los síntomas propios de la enfermedad para tener calidad de vida. Con el estado de salud de mi papá en deterioro, comenzamos a hablar sobre el tema de la muerte. Mi papá lideraba valientemente la conversación. En algún momento se habló de eutanasia si todo se llegaba a volver insoportable. Hablábamos también de lo que irremediablemente pasaría y aunque era de esas conversaciones que a uno nunca le gustaría tener, de vez en cuando, salía una broma y menguaba de alguna forma, por una milésima de segundo, el dolor de ver partir a mi papá. Pero aunque este es un proceso natural y naturalmente doloroso, lleva consigo la certeza inexplicable que en algún momento nos volveremos a encontrar.
En mayo de 1993, Enrique Villate Bahamón, murió a los 50 años de edad, rodeado de su esposa Beatriz y sus cuatro hijas: Luz Stella, Angélica, Sandra y Andrea.
Gracias a los cuidados paliativos, mi papá dejó este mundo de una manera natural, tranquila y sin sufrimiento.
El tiempo transcurrió. El cáncer comenzó a hacerse cada vez más famoso, tristemente. Muchos amigos y conocidos les diagnosticaron cáncer. Algunos se recuperaron y a otros se los llevó la enfermedad.
19 años después de la triste experiencia de la muerte de mi papá, en octubre del 2011, a los 66 años, a mi mamá le diagnosticaron cáncer de estómago, pulmón e hígado. Comienza nuevamente nuestra lucha contra el tiempo. Los mismos procesos, las mismas visitas al médico, la quimioterapia, los síntomas e irremediablemente, la misma tristeza. Aunque al comienzo, mi mamá recibió muy bien la quimioterapia y tuvo una recuperación, el cáncer volvió a ganar terreno. Entonces experimentamos, nuevamente, el proceso más doloroso que una familia puede enfrentar, que es ver a un ser querido consumirse como una vela.
Luego de quimioterapia y radioterapia, llegaron muchos dolores y síntomas. Había llegado el momento de buscar el cuidado paliativo. Tomamos la decisión, igual que en el caso de mi papá, de buscar un médico de cuidado paliativo de forma particular. Nos recomendaron la Unidad de Cuidados Paliativos Presentes, liderada por el médico Juan Carlos Hernández Grosso, quien a su vez era el presidente de la Asociación de Cuidados Paliativos de Colombia, Asocupac.
Con la primera visita el panorama comenzó a aclararse. El doctor Hernández le manejó el dolor, además de todos los síntomas que estaba presentando como insomnio, estreñimiento, angustia, falta de aire, entre otros, que hacían más difícil su diario vivir. Los médicos especialistas en cuidado paliativo, reúnen una serie de habilidades para apoyar durante el proceso psicológica y emocionalmente al enfermo terminal y a su familia.
El cariño con el que el doctor Hernández trató a mi mamá era impresionante y debo decir que en medio de las circunstancias tan difíciles que vivimos, fuimos afortunadas de poder contar con un médico de su calidad humana, que no solo brindó apoyo al paciente, sino que de la mano, junto a su equipo de especialistas, nos acompañó en este proceso. Eso hacen los cuidados paliativos.
La enfermedad siguió su curso natural, pero hoy puedo decir que mi mamá tuvo calidad de vida hasta el final. Tan es así que un día antes de partir pedimos una pizza y la acompañó con su té Chaí que tanto le gustaba.
Gracias a los Cuidados Paliativos mi mamá también dejó este mundo sin un ápice de dolor. Pudimos despedirnos de la manera más amorosa y junto a mis hermanas la rodeamos hasta su último suspiro.
La muerte digna también son los cuidados paliativos. Así como cualquier paciente puede exigirle a su entidad de salud la eutanasia, también le puede exigir tener cuidados paliativos.
Considero que las enfermedades no son batallas, no son luchas, no son pruebas que se deban vencer, solo son situaciones difíciles que se presentan y debemos tener total libertad de decidir cómo vivirlas dignamente. A este tema no hay que meterle religión ni creencias, hay que meterle amor, compasión y respeto hacia la voluntad de otra persona.
Una persona que tenga una enfermedad degenerativa que quiera seguir viviendo pero con calidad de vida hasta el final, puede encontrar en los cuidados paliativos una oportunidad.
Si algo aprendí en el proceso de despedir a mis papás fue que la frase “ya no hay nada que hacer” no existe en el diccionario de los cuidados paliativos. Siempre hay cosas que se pueden y se deben hacer al final de la vida: aliviar los síntomas, acompañar, cuidar, consolar y enseñar a sobrellevar el sufrimiento hasta el final.
Yo apoyo la eutanasia al igual que los cuidados paliativos. Pero hay que dejar claro algo: La eutanasia no es la única manera de tener una muerte digna.
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