El 6 de diciembre de 1989 mi papá salió en su carro a trabajar como cada mañana al Banco de Colombia que quedaba ubicado en la 30 con carrera 7ma. Pasaron unos minutos y hubo una detonación fuertísima en la ciudad de Bogotá, en el edificio del DAS. El vidrio de la sala de estar en el segundo piso de nuestra casa se rompió en mil pedazos. Mis hermanas, mi mamá y yo nos asustamos mucho. Vivíamos en el barrio La Soledad, cerca al Park Way. 

Encendimos la radio para saber dónde había sido la bomba, era la época del cartel de Medellín, del narcotráfico, de los guerrilleros del M19, de las Farc, del ELN, de las AUC, las pescas milagrosas, los secuestros, las extorsiones, las vacunas, etc… esa época tenebrosa donde cada uno de esos grupos tenían arrinconado al país entero. 

Al rato mi papá nos llama, nos dice que está bien, que alcanzó a llegar al banco cuando sonó la bomba. Respiramos con tranquilidad, pero muchas familias no pudieron hacerlo: 63 muertos y más de 600 heridos dejó esa bomba.

Por la 26 con 30 quedaba la San Pedro Claver, ahí remitieron a los heridos de la bomba. A propósito, pasar por ahí eran imágenes dolorosas: Colas enteras de gente en la calle a cualquier hora, pidiendo ser atendida por el seguro social. La salud la manejaba el estado.    

Mi papá conversaba mucho con nosotras de la coyuntura de la época. A nuestra casa llegaba todas las mañanas por debajo de la puerta el periódico El Tiempo y La República. Estábamos enteradas de lo que pasaba y aunque el panorama del país era sombrío y triste, siempre mi papá nos decía que había que creer en el país, que las cosas iban a mejorar. 

Y no se equivocó. Fueron épocas muy difíciles para el país, pero poco a poco Colombia fue viendo la luz. La gente pudo volver a salir a las carreteras del país, se logró organizar el sistema de salud, dejó de ser manejado por el estado y se mejoró la atención al paciente de tal manera que muchos países fueron copiando el sistema de salud colombiano. Las fuerzas militares tenían el respaldo y apoyo del gobierno y nos cuidaban, arriesgaban sus vidas por los colombianos.  Salían en los noticieros campañas invitando a los guerrilleros a desmovilizarse, a encontrar una nueva vida, no tenían que ofrecerles curules, poco a poco muchos fueron dejando ese pasado. Y los grupos alzados en armas fueron quedando arrinconados.  

Luego las cosas cambiaron, ofreciéndoles beneficios a la insurgencia a cambio de nada. Y de nuevo poco a poco ese rayo de luz comenzó a apagarse. La gente votó mal. La lucha de poderes, el cambio en valores, el cambio de narrativas fue corriendo la línea ética, hasta apagar casi casi, la luz, el agua y hasta el gas. 

Ahora estamos de nuevo en una época sombría, triste y oscura. Pero pienso en las palabras de mi papá… y me apego con fuerza a ellas. Colombia tiene esperanza. 

Siento esperanza cuando veo en las mañanas a esa señora empujando su carro de aguacates muy temprano para ubicarse en aquella esquina y ofrecer su producto de calidad.

Siento esperanza cuando veo a la gente saliendo a trabajar. Siento esperanza cuando escucho historias de personas emprendiendo, abriendo un nuevo negocio, un restaurante, una farmacia, una panadería, una veterinaria y atienden a los clientes de la mejor manera.

Siento esperanza cuando compro cosas de talento colombiano por instagram y me salen de una muy buena calidad. Siento esperanza cuando escucho a jóvenes que están estudiando y tienen sueños, creen en el país, en la justicia y cuando ven al futuro con optimismo. Siento esperanza cuando veo personas con valores y principios éticos. Siento esperanza en los medicos, en las enfermeras, en el personal asistencial que cuida la salud de los colombianos. Siento esperanza en las instituciones. Siento esperanza en quienes saben que la corrupción también es aceptar un cargo para el cual no se está preparado.  Siento esperanza cuando escucho a las personas con las que trabajo creer en Colombia y ver el potencial que tiene. Siento esperanza en el 2026. 

Alguna vez le escuché decir a alguien que lo que nos mantiene con vida, más importante que la sangre o el oxígeno, incluso que el amor, es la esperanza.

Yo creo que vamos a ver la luz al final de este oscuro túnel. Depende de todos.

Andrea Villate

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