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Si yo tengo, yo comparto

 

Hace algunos años Alberto estaba en un pueblo colombiano terminando unos temas laborales, pasadas las 8 de la noche fue a cenar con sus compañeros de trabajo a un sitio de comida rápida.  En la calle vio un niño descalzo vendiendo flores y le llamó la atención que el niño se detuvo frente a un músico que cantaba y tocaba en una esquina, lo miraba con un asombro absoluto.    Cuando el músico terminó de interpretar su canción, el niño descalzo sacó del bolsillo de su sudadera rota y sucia una moneda y se la dio al músico y siguió su camino…

Al ver ese gesto, Alberto pide rápidamente a uno de los meseros que si le pueden llamar al niño. El niño entra pensando que de pronto le van a comprar flores.  Alberto le pregunta por qué le dio monedas al músico y el niño le responde – Porque tocó muy bien, además si yo tengo, yo comparto-

Esa respuesta fue para Alberto como una alerta, inmediatamente pensó: yo tengo… entonces, tengo que compartir. Algo que en ocasiones uno cree tenerlo claro, pero pocas veces lo lleva a cabo.

Alberto le pregunta al niño qué quiere de comer, el niño le dice que la hamburguesa mas grande con papas y gaseosa, pero le dice que no está solo, que su hermanito esta por ahí afuera, entonces Alberto le dice que lo llame y pide dos hamburguesas.

A Alberto le quedo sonando el tema y le pide a una líder política con la que estaban trabajando en la región, averiguar por esos niños, para ver en qué les podía ayudar.

Todos los que estaban esa noche en el sitio de comida rápida decidieron unirse y ayudar a esos niños.  Antes de regresar a Bogotá, lograron saber dónde vivían. Cuando llegaron se encontraron una casita pequeña, totalmente a punto de caerse y una sola cama donde dormían los 8 integrantes de la familia.  Al ver eso, inmediatamente decidieron comenzar a reconstruir la casa, reformaron techo, paredes, piso, lavadero, todo.  El papá de Alberto les regalo 6 camarotes para que cada uno pudiera dormir en su propia cama.

La historia de esa familia era muy difícil: la señora era trabajadora sexual, su pareja, quien era mucho mayor que ella, hacia las veces de padre de todos los hijos de la señora.

A Alberto le sigue rondando la frase “si yo tengo, yo comparto”. Entonces decide enviarle dinero todos los meses a la familia, durante varios años.

Un día la señora llama a Alberto y le dice que acaba de tener otro bebé, que si le puede ayudar con más dinero.  Alberto le dice que por favor se opere, trata de explicarle, de guiarla de hacerle entender la situación, que si no puede mantener a los que ya tiene, no puede seguir teniendo más.  Por fin aquella conversación surte efecto y la señora se opera.

Al poco tiempo una de las hijas llama a Alberto a decirle que no tienen con qué  comer que si les puede ayudar, porque el dinero que les manda, la señora se lo bebe. Alberto entonces decide enviarle dinero a la hija para asegurar que tengan con qué comer.

Pasan los años y Alberto sigue siendo muy exitoso laboralmente, viaja por el mundo, alguna que otra novia, sin mayores compromisos, tiene una vida tranquila, y un día decide que quiere comprar un perrito. Va a la veterinaria y está a punto de comprar un perro pastor alemán cachorrito que le costaba un millón de pesos.  En ese momento le suena el teléfono y era la señora del pueblo – Doctor mis hijos se están muriendo de hambre-  aunque él les seguía enviando dinero cada mes, esa era la situación.  En ese momento piensa, -me voy a gastar un millón de pesos en un perrito, (que debería era adoptar y no comprar) y hay unos niños muriendo de hambre- … La señora en la conversación le cuenta además, que dos de sus hijos, el que vendía flores descalzo y su hermanito, los primeros que conoció hace años, uno estaba en la cárcel  y el otro se había hundido en la droga y no sabían con exactitud dónde estaba.

Ella le dice que si le puede mandar por un par de meses a uno de los niños, como por vacaciones. Alberto piensa que es por hacer un favor y le dice a la señora que bueno, que le mande al hijo que en más malas condiciones vea.  Alberto piensa que hace el favor un par de meses le da techo y comida y con eso ayuda. No tenía ni idea que en ese momento cambiaría su vida para siempre.

Uno de los compañeros de trabajo de Alberto, también médico, estaba por la región por esos días y deciden traer al niño a Bogotá con él.

Cuando Alberto recibe al niño, se le parte el corazón. El niño tenía 5 años y físicamente parecía de 3 años y medio.  Totalmente desnutrido. Alberto no tomó en cuenta muchas cosas, como que debía tenerle ropa al niño, quién lo cuidaría cuando él se fuera a trabajar, entre muchas cosas más. El pensaba que era un paciente más a quien ayudar y ya.

Compañeras de trabajo de Alberto lo acompañaron a comprarle ropa y le compró su primer juguete, un carrito.  Cuando se lo dio se puso feliz y al ratico lo volvió a guardar en la caja y le dijo –ya lo guardé porque de pronto llega el niño y se da cuenta que yo lo use-  Alberto se queda mirándolo y le explica que no hay otro niño, que ese juguete es suyo.  Él lo mira asombrado y un poco incrédulo pero inmediatamente lo saca de la caja y sigue jugando.

Alberto y el niño van a hacer mercado, llegan a la casa y juntos guardan el mercado en la nevera… El niño dice – nunca había visto tanta comida junta-    y la segunda  noche pregunta – doctor, ¿aquí tienen luz todo el día?

Alberto lo lleva a un jardín, explica la situación, inmediatamente psicólogas y trabajadoras sociales le ayudan para brindarle el mejor apoyo al niño.   También lo lleva a hacerle un chequeo médico y odontológico, tenía infecciones en la piel y en la boca. Poco a poco con los cuidados y los tratamientos fue mejorando.

El niño tenía muchas cicatrices en todo el cuerpo, seguramente de los golpes que le daban. Las primeras noches el niño rascaba las paredes del primer piso y Alberto le preguntaba  por qué lo hacía… y él respondía que si escuchaba rascar las paredes del otro lado, es que las ratas venían por ahí…  entonces es que no convenía dormirse.    Alberto le explicaba que ahí no habían ratas, igual iba a dormir en el segundo piso, en su habitación y su camita. El niño hace una pausa y le pide un favor: que no lo amarre… Alberto le pregunta, -¿cómo así que no te amarre? Y él explica que donde vivía antes la mamá lo amarraba, (seguramente para que no se saliera)  y cuando llegaban las ratas, pues … le tocaba aguantarse.

Alberto tenía una señora que le colaboraba en la casa con el aseo, un día el niño llegó del jardín y se puso a barrer. La señora le dice que por qué lo hace y él responde, que tiene que trabajar para que no lo devuelvan.   La señora le explica que no tiene que barrer ni hacer nada, solo estudiar y jugar.

Ya se estaban cumpliendo los dos meses,  pasaron momentos llenos de aprendizaje para ambos.  Alberto se enfrentó a comenzar a educar a un ser indefenso, a llevarlo y recogerlo en el jardín, pues las psicólogas recomendaban que de esta manera lo ayudaba a tener seguridad y no esa sensación de abandono que lo embargaba.  Tratar de reprenderlo cuando no se quisiera lavar los dientes o no quisiera hacer las tareas del jardín, etc. Ahí comenzaban a formarse vínculos importantes.

Una tarde Alberto lo recoge del jardín y el niño lo abraza y le dice – ¡yo lo quiero mucho a usted doctor¡-  Y eso porqué, pregunta Alberto, -porque a veces yo sé que me portó mal y usted no me pega con palo ni con alambre-  Alberto le dice – Yo nunca le voy a pegar-

Al cumplirse los dos meses Alberto llama a la mamá para decirle que el niño ya está bien, no está desnutrido, está bien de salud, incluso está aprendiendo los números y las letras, y le dice que cuándo se lo puedo mandar y ella responde – no, no, doctor no me lo mande, yo aquí no lo recibo. Téngalo allá dele de comer y ya…    Alberto decide tenerlo un tiempo más, busca la manera de bautizarlo, para que él quede como el padrino, hace los trámites legales para poder tenerlo un tiempo y ayudarlo un poco más.   A partir de ese momento el niño le dice Padrino.

Alberto se fue encariñando con el niño y el niño con él.  Lo puso en el colegio, todas las psicólogas y profesoras están al tanto de la situación del niño y han sido de mucha ayuda tanto para el niño como para Alberto, pues él no sabía nada acerca de educar a un niño.

Un día Alberto notó que el niño comía paquetes de papas y galletas pero solo la mitad y  la otra mitad se los escondía en la habitación y le pregunta por qué hace eso y el niño responde -es para guardar por si mañana no tenemos con qué comer.

Al pasar los días, una noche el niño despierta asustado teniendo una serie de pesadillas. Alberto corrió a su lado diciéndole que tranquilo, que era un mal sueño, y el niño dice – Tu nunca me vaya a dejar solo – Alberto le dice, – no te voy a dejar solo- en esas el niño toma la mano de Alberto y solo llora hasta quedarse nuevamente dormido.

Un día estaban juntos estableciendo las reglas de la casa, como dejar los juguetes en su lugar, hacer tareas antes de ver televisión, respetar a los demás, entre otras cosas y el niño le dice – Listo,  yo no me porto mal,  pero tú nunca vayas a tomar cerveza –  y Alberto le pregunta, ¿por qué? – y el niño responde: Porque si tomas cerveza me vas a pegar y a abandonar.

Para ese momento y sin darse cuenta Alberto se había convertido en un padre de familia.   Sus tías, hermanos y primos lo han apoyaron mucho en todo el proceso y el niño es uno más de la familia.   Seguramente la mamá de Alberto desde el cielo debe estar iluminando cada paso que da en esta maravillosa oportunidad que la vida le dio de ser padre.

Hace dos años acompañé a mi sobrinita, quien tiene la misma edad del niño,  a una fiesta de Halloween en el conjunto de casas donde vive Alberto.   Toda la tarde jugaban con los recreadores y estaban felices junto a los demás niños. Cuando fue cayendo la tarde, íbamos de casa en casa acompañando a los niños a pedir dulces…   íbamos mi hermana, Alberto y yo acompañándolos. Cada que llegábamos a una casa, mi sobrinita y el niño salían corriendo a pedir dulces, pero el niño no le despegaba los ojos de encima a Alberto, como para que no se  le perdiera en medio de la gente. Cuando salían de cada casa, con su bolsita llena de dulces, tomaba su mano. Ellos estaban un poco más adelante que nosotras y ver esa imagen me pareció sublime: Luna llena, cielo estrellado y  Alberto tomando la mano del niño, caminando juntos y conversando, era ver a un padre y a un hijo.   Era estar en presencia del amor.

Ya han pasado un par de años largos, muchas aventuras y momentos llenos de aprendizajes para ambos. Cuando conversamos sobre esta experiencia con Alberto me dijo – Yo pensé que la felicidad era tenerlo todo, estabilidad económica y ya… hacer todo lo que quería… pero Dios le da a cada quien lo que le hace falta y me mando al niño-

Le dije – Le estas cambiando la vida al niño – Me dijo – No, él fue quien me cambió la vida-

Un día lo recogió en el colegio y el niño le dijo,

– ¿Te puedo decir papá?  Y Alberto le respondió – ¿te puedo decir hijo?

He tenido la fortuna de ver esta historia muy de cerca y ver cómo les ha cambiado la vida a ambos. Hoy ellos dos son una familia.

Feliz día a todos los papás.  A aquellos que están pendientes de sus hijos, que están a su lado día a día. Que entienden que la labor de padre va más allá de darles techo y comida.

Felicito muy especialmente a mis cuñados Henry y Mauricio porque sé que mejores padres no pudieron tener mis sobrinitos.

Y al mejor Papá, el mio, Enrique Villate Bahamón un feliz día en el cielo.

y Alberto: FELIZ DÍA DEL PADRE.

En twitter: @AndreaVillate

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