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La bondad te abre los ojos

 

Todos los días para ir a su consultorio Alexander pasaba en su carro por la calle 116, abajo de la autopista norte, y siempre veía en el semáforo a un hombre de estatura mediana, invidente, con su única mano sosteniendo un bastón blanco y pasando entre los carros pidiendo monedas a los conductores. Encontrarse a este hombre en el semáforo se convirtió en algo habitual.

Un día Alexander salió a almorzar, su asistente le había informado que tendría nuevamente paciente a las 2 de la tarde, así que decidió irse caminando y buscar un lugar para almorzar. En su caminata vio nuevamente a este hombre. Se le acercó y le dijo que lo invitaba a almorzar. El señor sonrió y le dijo que sí. Fueron a un lugar de pizza sobre la 118.

Alexander le preguntó qué pizza quería, qué de tomar y, mientras tanto comenzaron a conversar. Su nombre es Daniel. Hace años, por la mala manipulación de un artefacto que explotó en sus manos, perdió una de ellas y quedó ciego. Él dice que, “cuando veía estaba en las tinieblas y ahora que soy ciego veo con claridad”, pues ahora Daniel puede “ver” lo verdaderamente importante de la vida.

Aunque no fue nada fácil, Daniel aprendió a contar los pasos y las estaciones de Transmilenio para tratar de valerse por sí mismo y poder llevar el pan a su casa. Es casado, tiene tres hijos y vive en el sur de Bogotá. Su esposa hace muñecos y los vende, aunque casi siempre para navidad.

Daniel y Alexander conversaron de otros temas, de fútbol, del clima. Daniel agradeció el almuerzo y Alexander lo acompañó para dejarlo en el mismo semáforo. Ese día nacería una amistad que lleva hoy más de 10 años. Cada cierto tiempo Alexander lo recoge y lo invita a almorzar, incluso lo ha llevado a su casa. Sus hijos y su esposa ya conocen a Daniel y lo reciben con mucho aprecio.

Un día a Daniel le dio apendicitis y necesitaba unos medicamentos. Alexander fue hasta su casa a llevarlos. En agradecimiento la esposa de Daniel le hizo un muñeco con el uniforme de Millonarios, su equipo del alma. Ese muñeco Alexander lo guarda con mucho cariño.

Hace unos meses en las conversaciones de aquellos almuerzos, Alexander le preguntó que si él tenía algún sueño que le gustaría cumplir, Daniel respondió que quería volar. Alexander le cumplió el sueño, hizo algunos contactos con instructores de parapente en Sopó y se lo llevó a hacerle realidad el sueño.

Fue algo maravilloso para Daniel. Alexander y los instructores le iban contando como era el arnés que le debían poner y como iba a ser la experiencia y cuando volaron le iban narrando lo que se veía desde el aire. Fue un día inolvidable, no solo para Daniel, sino para

Alexander y los instructores que se emocionaron hasta las lagrimas de ver la alegría que sentía Daniel al volar.

Conozco hace varios años al psicólogo Alexander Torres, quien tiene un gran corazón, no solo por esta historia, sino porque siempre intenta ayudar a sus pacientes y a la gente que se encuentra en su camino.

Todos queremos ayudar a desconocidos, pero nos quedamos en intentos. A veces decimos, “es que cuando me gane el baloto, voy a poner una fundación” o “es que si tuviera dinero yo le daría” cuando la verdad es que con lo que tenemos ahora podemos ayudar a alguien. No siempre se trata de cosas, a veces es solo cuestión de compañía, de decirle a alguien “me importas”.

¿Qué tal si revisamos la ropa que tenemos, que está en buen estado y que no usamos y se la damos a esa persona que está todas las noches vendiendo bolsas de basura a la salida del supermercado? O ¿Qué tal si un día sorprendemos llevándole algo de comer a quien nos ofrece limpiar el vidrio del carro en el semáforo? Es un hecho, con estos pequeños actos no le vamos a cambiar la vida a nadie, pero si podemos cambiar el día.

Hoy quiero invitarlos a que tengamos un poquito de fe en la humanidad y hagamos pequeños actos de bondad, debemos luchar todos para no ser indolentes ante las situaciones que viven otros.

Esta historia tan bonita aunque parece un cuento es real, porque los seres con los que nos encontramos todos los días son reales,  de nosotros depende que no pasen desapercibidos ante nuestra propia vida.

En Twitter: @AndreaVillate

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