Mónica Seles tenía 19 años en 1993 y era catalogada la mejor tenista del mundo. El 30 de abril de ese año, Mónica jugaba contra Magdalena Maleeva, tenista búlgara. Durante el cambio de lado, una persona del público se pasó los controles de seguridad y la apuñaló por la espalda. En ésa época no había celulares con cámaras de video, ni redes sociales, así que las imágenes del momento solo fueron captadas por los ojos de los asistentes y por las pocas cámaras fotográficas de medios de comunicación que cubrían el certamen.
Rápidamente un guardia de seguridad detuvo al agresor, un alemán de 38 años, quien era un fanático de la tenista alemana Steffi Graf.
Mónica se salvó de morir, pues como un reflejo inclinó su cuerpo hacia adelante lo que hizo que el cuchillo solo penetrara unos cuantos centímetros y solo afectara algunos músculos. Inmediatamente del ataque trató de levantarse y se desplomó ante la vista de los aficionados.
Para esa época Mónica acumulaba 32 títulos del circuito y llevaba nada menos que 178 semanas al frente del ranking mundial de WTA (Women ‘s Tennis Association) prácticamente estaba desbancando a Steffi Graf y por eso el fanático alemán quería ponerle freno.
Semanas después de la agresión, Gerard Smith, para ese entonces presidente de la WTA, se reunió en el torneo de Roma con 17 de las 25 mejores jugadoras de tenis del mundo para hacer una votación y preguntarles si por lo acontecido estarían de acuerdo en que el ranking de Mónica debía congelarse mientras atravesaba la etapa de rehabilitación y regresaba. Sorprendentemente el resultado de la votación fue en contra. Todas las jugadoras, menos la argentina Gabriela Sabatini, votaron para que no se le congelara su ranking y prácticamente si no podía jugar, pues de malas. Hasta la propia Steffi Graf votó en contra de la petición. ¿Qué hubiera pasado si fueran ellas las agredidas por un fanático?. No se pusieron en los zapatos de Mónica. Si ellas fueran las agredidas, seguramente hubieran pedido consideración y hubieran hecho la misma petición, pero como no eran ellas, no les importó, valió más la competencia, el ganar, que la humanidad y la consideración.
Esta historia la cuenta la propia Mónica Sales en su libro “Monica, From Fear to Victory» (Del miedo a la victoria) publicado en 1996.
Esta historia me sorprendió mucho y desafortunadamente este tipo de situaciones se ven a diario. ¿Hasta dónde puede llegar un ser humano por la ambición de ganar? ¿Realmente vale la pena más los títulos, los rankings que la bondad, la consideración y el deber ser?.
Las tenistas de esa época tuvieron una oportunidad valiosa de hacer lo correcto y no lo hicieron. Lo más lógico era que se hubieran unido todas las tenistas en pro de lo que le sucedió a Monica y juntas, en las mismas condiciones volver al torneo. Tuvieron una oportunidad de oro para cambiar la historia y no lo hicieron. Y Mónica regresó tiempo después, pero nunca logró volver a ser la jugadora que era.
Siempre he pensado que hay aire para todos, de diferentes maneras y oportunidades de brillar, pero nunca un título, un galardón, una estadística, va a valer más que el hacer las cosas bien. Lo he escrito infinidad de veces en estas páginas: estoy convencida que lo que vinimos a aprender en nuestro paso por esta tierra, es a relacionarnos con los otros seres humanos, por eso nos ocurren cosas y situaciones que ponen a prueba quienes somos realmente.
En el final de la Champions League, que ganó el Real Madrid (el mejor equipo del mundo) frente al Liverpool, el pasado 28 de mayo, Karim Benzema, que fue el máximo goleador de la temporada y quien debía alzar la copa de primeras al ganar, le cedió ese honor a Marcelo Vieira, quien se retiraría ese día del Real Madrid. No le importó el show, la foto, la fama del momento, nada, solo darle esa oportunidad a su compañero de alzar la última copa ganada como jugador de ese equipo. De esa temporada recuerdo partidos increíbles, goles maravillosos, pero lo que realmente me quedó fue ese momento. Los jugadores hacen goles, pero son los equipos que ganan partidos… y aplica para todo en la vida.
Al final cuando no estemos aquí nadie se acordará de los títulos, de los rankings, de los galardones o premios ganados, nos recordarán por la manera en que fuimos con otras personas. Creo que lo mejor que podemos hacer siempre es preguntarnos: ¿si yo fuera esa persona, cómo me gustaría que las otras personas se comportaran conmigo? Y ahí, seguro, sabremos siempre qué debemos hacer.
Si pudiéramos mirar en el corazón del otro y entender los desafíos a los que cada uno de nosotros se enfrenta a diario, creo que nos trataríamos los unos a los otros con más gentileza, paciencia, tolerancia y cuidado.
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