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Depurar el Corazón

Hace algunos años escuché hablar a un sacerdote en una eucaristía acerca del adviento,  que comienza este año el 28 de Noviembre y termina el 24 de Diciembre, que consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Decía que la corona de adviento con las 4 velas, dos moradas, una blanca y una rosada significaban el desvanecimiento de la oscuridad y la llegada de la luz. El follaje verde en círculo representa la eternidad, las relaciones profundas con nuestros seres amados que no tienen fin.  

Recuerdo nítidamente sus palabras porque decía que muchas personas repetían y repetían el proceso del adviento con la cita bíblica, pero sin ponerlo en práctica para cada uno. Decía que el adviento era un importante proceso para la humanidad, una oportunidad para hacer un examen de conciencia, evaluar nuestras acciones y limpiar nuestro corazón de las cosas que nos lastimaron, que innecesariamente guardamos, y así ver la luz en cada situación. Así como comenzamos a limpiar la casa y prepararla para la llegada de la navidad, de igual manera y con mucha más prioridad deberíamos limpiar nuestro corazón. 

Siempre que se llega está época del año recuerdo esto del adviento con particular interés. Así que comencé a hacer mi proceso de organizar la casa del corazón, evaluar mis acciones, revisar concienzudamente si he lastimado a alguien y ofrecerle mis disculpas y sacar las cosas que me dolieron de algunas personas, no sin antes encontrarles el aprendizaje. 

Un amigo con quien habíamos dejado de hablar por un poco más de dos años, me buscó durante la pandemia, en esos momentos más complejos de las cuarentenas del 2020. Me ofreció disculpas por la manera en que se había comportado conmigo en el pasado y me dijo que volviéramos a construir nuestra amistad, que formáramos un vínculo especial e irrompible de amistad.  Él es una persona que habla mucho acerca de la empatía, de la compasión, del amor al prójimo, del perdón, entre otras cosas. Hablábamos casi todos los días de las noticias nacionales, de la vida, analizábamos las situaciones, debatimos columnas de opinión, a veces no estábamos de acuerdo, pero eso no afectaba nuestra amistad, nos contábamos situaciones que nos ocurrían en el diario vivir entre otras cosas.  Habíamos formado, creía yo, una amistad bonita y un vínculo profundo y duradero.  

Cuando la situación de la pandemia comenzó a mejorar, en el segundo semestre de este año, él comenzó a cambiar, un día hablando de una noticia en la que no estábamos de acuerdo con algo, me dejó de hablar.  Tiempo después lo busqué y le pregunté, qué pasaba, si iba a dejar así no más nuestra bonita amistad y me respondió la frase que jamás me esperé: “No quiero tener más contacto contigo, Gracias por acompañarme en la pandemia, por todo lo que me enseñaste” en otras palabras, ya no te necesito.  

Confieso que me sorprendió y me lastimó profundamente su frase y su manera de actuar, me sentí como un objeto. Cuando estaba angustiado por la pandemia, por el encierro, porque aún no se había vacunado, aburrido, ahí fui útil, pero cuando ya pasó lo peor, ya no me necesitaba.   

Para limpiar mi corazón y sacar este feo episodio de este año, apliqué lo del adviento y quise buscarle el aprendizaje a esta situación. Me recordó aquella historia del padre y su hijo que caminaban en el bosque, el padre se detiene y le dice a su hijo -Aparte del canto de los pájaros, escuchas algo más?- El niño respondió -Si, escucho el ruido de una carreta-.  El padre preguntó: ¿Va cargada o vacía?-.  -No lo sé, no la veo- respondió el niño. El padre hizo una pausa y le dijo -La carreta va vacía- Con asombro el niño le preguntó -¿Cómo sabes que va vacía?- El padre respondió -Es muy fácil, se que está vacía por el ruido. Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace. Cada vez que escuches a una persona hablando demasiado de sí mismo, presumiendo de lo que sabe, de lo que es y lo que dice ser, piensa siempre que está vacío.  

Y así me ocurrió con mi “amigo”, como lo mencioné varios párrafos atrás, se la pasaba hablando de la amistad, de vínculos bidireccionales, de empatía, de paz, siempre decía que él era muy compasivo y al final la realidad era otra. Era una persona que repite un libreto una y otra vez, tal vez por su trabajo con pacientes, pero su palabra no vale nada, pues no iba acompañada nunca de hechos. Y muy en el fondo yo lo sabía, pues ya había sucedido lo mismo en el pasado. Y creo que hoy puedo decir, que más que haber dejado de hablar, lo que realmente me afligió y arrugó mi corazón, fue que para mi su palabra perdió toda credibilidad. Y perder la credibilidad en alguien a quien admirabas y estimas, es una profunda decepción. Es como si admirara algo que no existe.

Este episodio también me recordó aquella frase de Maya Angelou, “Las personas olvidarán lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca olvidarán cómo las hiciste sentir.” 

Al escribir estas letras y rescatar el aprendizaje de este capítulo, limpio mi corazón, es como sacar la basura, lo que no me sirve y quedarme con el aprendizaje: 

Primero, la importancia de la palabra en el ser humano, de respaldarla siempre con hechos. Segundo, ser cuidadoso siempre con las personas y no lastimar a nadie ni mucho menos utilizar a las personas.  Tercero, siempre hay una mejor manera de hacer las cosas. 

En estos, casi cinco años escribiendo en estas páginas de El Espectador he contado cientos de historias de mi vida, donde siempre llego a la conclusión que en el tren de la vida, algunas personas son caminos y otros estaciones, que se suben por un ratico a la vida de uno y luego se van bajando en alguna estación y siguen su camino. Personalmente, prefiero las personas que son camino, esas que van en el viaje con uno a pesar de las vicisitudes de la vida. Sin embargo, si nuestro cruce de caminos es tan corto con algunas personas, se hace imprescindible hacer todo lo posible por dejar huellas bonitas. 

Los invito a hacer este ejercicio de depurar el corazón de las cosas que nos lastimaron y quedarnos únicamente con la enseñanza. 

“Nada es del todo inesperado, solo cuida que la desilusión no te haga perder la esperanza, que la decepción jamás te desaliente y que la traición no te haga nunca renunciar a la valiosa virtud de confiar”

Odin Dupeyron

 

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