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«El cáncer es como la vida» Alejandro Gaviria

Alejandro Gaviria, Ministro de Salud y Andrea Villate, periodista
Alejandro Gaviria, Ministro de Salud y Andrea Villate, periodista

 

Hace dos años por esta época le escribí un mail al ministro de salud Alejandro Gaviria manifestándole mi preocupación acerca del déficit en cuidados paliativos que estaban sufriendo los pacientes con enfermedades terminales en el país.  Pasaron unas cuantas semanas y recibí respuesta. Para sorpresa mía, no fue la respuesta lejana y fría de un alto funcionario público sino la de un ser humano que ocupaba, en ese momento, un alto cargo público. A partir de ese instante me di cuenta que al frente de la cartera de salud en Colombia estábamos teniendo, por fortuna, a alguien que además de enfrentar todos los problemas y situaciones del sector salud, se tomaba el tiempo de escuchar a la gente. Comencé a seguirlo en redes sociales, a leer las publicaciones en su  blog, a leer su libro y escuchar atentamente sus discursos.

Esta semana tuve la oportunidad de tomarnos un café y conversar acerca de la vida, la muerte, la salud y el azar.

Andrea Villate: Quedan aproximadamente 5 meses largos para finalizar su labor al frente de una cartera tan difícil la del Ministerio de Salud. Dicen que uno nunca es el mismo cuando entra a un lugar que cuando sale. ¿Qué ha sido lo que más le ha aportado como ser humano su trabajo en el ministerio?

Alejandro Gaviria: “Sin duda no soy el mismo que entré y no soy el mismo en dos dimensiones. En la dimensión más personal pero también en la dimensión profesional. Creo que también he aprendido aquí cosas que no sabía. Pese a haber sido por mucho tiempo un académico que creía conocer las dificultades y complejidades del cambio social, creo que la experiencia práctica me ha enriquecido. Como ser humano también he aprendido a manejar la frustración, a ser tolerante, a soportar la crítica, he hecho amigos, he hecho conexiones y he tenido que vivir un proceso, dijéramos complejo como ministro de salud en dos momentos con mi enfermedad que se atraviesa en el camino.

Recuerdo llegando a esta oficina estaba un poco asustado. En las primeras entrevistas siempre decía: ningún ministro de salud sale en hombros, sabía que la tarea era compleja, que necesariamente iba a ser incompleta. Y esa predicción se cumple. Creo que ningún ministro puede decir tuve éxito pleno en un cargo como este. Pero me queda una tranquilidad, haciendo un balance en retrospectiva, y es haber tratado de mantener una consistencia entre lo que creo, entre mis principios y mis actuaciones. Eso no siempre es fácil en el sector público”.

AV: Como ministro ¿qué ha sido lo más difícil que ha tenido que enfrentar?

AG: Tal vez lo más difícil y lo que ha ocupado mucha parte de mi tiempo, es el tema financiero. Un sistema que está desequilibrado, con problemas de cartera, de deudas. Y a pesar que he tratado de hacer toda la pedagogía, de ir hasta el fondo del asunto, de explicar nuestra naturaleza incoherente del contrato social. No es que tenga una solución inmediata, también hay, si se quiere, una frustración y es que se sigue gastando más de lo que se tiene. Los otros temas son manejables con dificultades: la infraestructura, el zika y la chikungunya, que no fueron asuntos fáciles pero, de alguna manera, salieron adelante. Las finanzas, las deudas del sector son lo más difícil porque tienen unas causas adyacentes muy complejas que no solo dependen del ministerio y que no se han resuelto plenamente.

AV: El discurso que pronunció en la ceremonias de grado de la Universidad Icesi titulado Una mirada hacia el futuro, y que está incluido en su libro Alguien tiene que llevar la contraria cuentan su historia de vida y más que nada dan una lección a quienes lo escuchan, la lección de permanecer abiertos a los cambios ¿Cómo ve los giros que han sucedido en su vida?

AG: “Siempre he querido construir una narrativa de mi vida que pone un énfasis importante en ciertas contingencias impredecibles e imprevisibles, en el azar que de alguna manera nos gobierna como lo he dicho en los discursos. Un ingeniero, medio desubicado, que llega a Bogotá a finales de los años 80 sin saber muy bien qué es la economía, y que por azar decide estudiarla. Quería hacer una cosa, el contacto con un profesor lo va llevando a otra y termina de ministro de salud.

Me parece que eso es tal vez lo importante en la vida, vivirla hacia adelante y explicarla hacia atrás. No hipotecar el futuro. Mantener abiertas las posibilidades. Siempre he dicho que no me gusta mucho hacer planes específicos como organizar la vida queriendo tener un objetivo profesional preponderante: quiero ser ministro, quiero ser presidente de esta empresa, quiero ser gerente de esta otra, quiero ser futbolista profesional. Me parece riesgoso y triste la tarea de disculpar ilusiones. Por eso un mensaje que he repetido una y otra vez es que uno tiene que enamorarse de lo que es y tratar de renunciar a aquello que quisimos ser. Porque es muy difícil que en la vida el camino que uno siga fuera el mismo que trató de seguir 20 o 25, 30, 40 años atrás”.

AV: Uno de esos giros de la vida puede ser la enfermedad que se presentó en su vida el año pasado. Ahora que ya todo está mucho mejor, cuando recuerda ese capítulo, ¿qué fue lo que más lo marcó?

AG: “Yo creo que hay como tres momentos en la enfermedad que me marcaron. El primero, que es obvio, el diagnóstico inicial con lo que eso implica para replantear todo. Sentí que mi vida se detuvo. Los planes quedan hecho trizas. Pensé que no iba a seguir en este trabajo, que debía dedicarme a mi tratamiento y a estar con mi familia. Pero pronto me di cuenta que el diagnóstico no tenía que ser un impedimento para seguir viviendo, ni un impedimento para continuar en lo que venía haciendo. Creo que ahí algo empezó a cambiar.

Hubo después un segundo momento que yo lo llamo cuando el diagnóstico se afina, que fue cuando más susto me dio. Hacen una prueba adicional del linfoma y encuentran que tengo un marcador molecular positivo, esto es, que el linfoma es más agresivo, y que el tratamiento probablemente no va a funcionar. En ese momento si sentí que esto era definitivo, que básicamente me enfrentaba a un cáncer incurable y que tenía que empezar a hablar con mi familia y a planear mi muerte, por decirlo de alguna manera clara. Es tal vez el momento en que he sentido la muerte más de cerca. ¿Qué se siente mirando hacia atrás y teniendo esa idea de una vida ya vivida? Triste, difícil como dijo Oliver Sacks en su libro Gratitud en una situación parecida muriendo de cáncer de hígado. No voy a decir que no tengo miedo, pues claro que tengo miedo, pero también gratitud. He mencionado varias veces una conversación que tuve con Ricardo Hausmann, quien fue mi jefe en el Banco Interamericano de Desarrollo, un economista venezolano, preeminente hoy en día en la Escuela de Gobierno de Harvard. Veníamos volando y el avión se estaba moviendo mucho y me dijo, si nos estrellamos me queda la tranquilidad de haber tenido una vida interesante, y yo le dije pues bueno, me queda esa tranquilidad.

Ese primer momento del diagnostico, el segundo el diagnóstico más complejo donde tengo plena conciencia de mi mortalidad y el tercero, y el más duro, fue lidiar con los efectos secundarios de la quimioterapia, de ser un paciente y estar pendiente del cuadro hemático, de la temperatura, hospitalizado semana de por medio, esa conciencia de nuestra fragilidad biológica, creo que también quisiera resaltarla”.

AV: Usted habla de preparar la muerte, ¿dejó clara su voluntad anticipada?

AG: “Tuve una conversación con mi esposa, pero no alcancé a dejarlo claro ni por escrito, ni por un video, como lo he recomendado recientemente, ni mucho menos ir ante un notario. Un pequeño paréntesis. Acabamos de cambiar la resolución, la voy a firmar estos días, que exige la voluntad anticipada ante un notario. Me parece que eso no debería ser así, yo creo que es un obstáculo a las voluntades anticipadas, entonces hoy va a ser más fácil.

Acabo de terminar un libro sobre mi proceso que tiene un título por ahora provisional, El Cáncer es como la vida. El séptimo capítulo de los ocho que tiene se titula Lo nuestro. Lo nuestro es el título de un poema del poeta venezolano Eugenio Montejo que termina, cito de memoria, diciendo: “La nada donde todo se suspende, eso es lo nuestro”. Lo nuestro hace alusión a la muerte. En el séptimo capítulo reafirmo mi voluntad anticipada con un párrafo donde digo: “si esto me pasa yo no quiero ser sometido ni a reanimación, ni a encarnizamiento terapéutico, ni a tratamientos heroicos, ni a tratamientos experimentales y estaría dispuesto a someterme a la eutanasia”. Lo dejo en ese capítulo de manera bastante explicita. Entonces ahí va a quedar en un librito de manera clara y eso debe ser suficiente, ya está mi voluntad expresada más públicamente de lo que se hace comúnmente”.

AV: ¿La enfermedad cambió su visión ante la vida y la muerte?

AG: “No plenamente, porque siempre he tenido lo que yo he llamado existencialismo exacerbado, pero sí hizo más urgente mis reflexiones. Antes estaban por allá, ocupando un lugar secundario en lo que uno piensa, siente y lee todos los días. Con el cáncer están más presentes. No diría que a todas horas pero si están más presentes. Soy más consciente de la necesidad de esa conversación. Este fin de año, con mis padres, que se acercan a los 80 años, hablamos del tema y tengo que ser claro que no es fácil plantear esta conversación, enfrentarse en un dialogo franco y concreto de nuestra finitud con las personas que amamos, pero hoy soy consciente que lo tenemos que hacer”.

AV: Hoy mucha gente está muriendo con tubos, conectados a máquinas, alargando la vida unos días, unos minutos, de formas en ocasiones inhumanas, ¿cuál será el camino para enfrentar mejor la muerte y aceptarla como un proceso natural?

AG: “No es fácil, no creo que exista un único camino y no podemos trivializar la dificultad. Este es tal vez el problema fundamental del hombre; la muerte. Y los seres humanos lo han enfrentado en todos los tiempos de muchas maneras. La religión es una respuesta a la muerte, la filosofía, la poesía también, el ineluctable paso del tiempo, la inexorabilidad de la muerte. ¿Qué hacer? Vuelvo sobre la necesaria introspección. Hoy la tecnología está trasformando la realidad en nuestra huella digital. Es parte de la inmortalidad a la que hoy tenemos acceso y que no tenían nuestros antepasados. Dejamos ahí unos videos, unos escritos. Alguien, ojalá en 50 o 100 años, en el google del futuro encontrará un rastro de su bisabuelo, de su tatarabuelo, al oír su voz. La voz de nuestros antepasados se perdió para siempre, la nuestra de pronto queda ahí como un pedacito de la inmortalidad.

Alejandro Gaviria
Alejandro Gaviria

Creo que la medicina moderna enfrenta, si se quiere, una suerte de contradicción y encrucijada. Primero esta idea, extendida en todo el mundo, de que todas las enfermedades son curables pero al mismo tiempo que la muerte es inexorable, dos puntos que se contradicen.
Supongamos que logremos curar el cáncer. Pues mañana existirá otra enfermedad, probablemente peor, de la que vamos a morir también. La muerte no es un fracaso, la muerte es parte de la vida, la muerte es lo que hace la vida deseable.

En todo este proceso encontré una reflexión sobre la muerte en un libro en donde no creí encontrarlo, Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. Escribí en una columna en El Tiempo que en el siglo 18, en los años previos a la Ilustración, se pensaba en la muerte en términos parecidos a los que lo haríamos hoy en día. Yo lo llamo la estupidez de la inmortalidad. Tenemos esta preocupación como pedagogos de la muerte en el buen sentido. Trasmitirles a los otros la estupidez de la inmortalidad. También hablo de la necesidad imperiosa de los buenos finales, los recuerdos de nuestros seres queridos.

La muerte hoy con un tubo en la garganta, sin posibilidades, sin poder decir las últimas palabras, en ese ambiente aséptico y terrible de los hospitales son las peores imágenes de la muerte en la historia de la humanidad. Yo creo que eso debe cambiar, pero sin ser médico, no tengo la autoridad para decirlo, yo creo que la medicina, los médicos son los que tienen la autoridad y los que deben liderar este proceso pedagógico en la sociedad.

Está también el rol de la religión, no me quiero meter mucho en eso, pero siempre me ha parecido paradójico que las religiones monoteístas, en particular la judeocristiana, que promete vida después de la muerte, es la que menos enseña a morir. Entonces entre los líderes mundiales de la sociedad, entre los que se incluyen a los sacerdotes, hay un papel que jugar enseñando sobre la muerte”.

AV: ¿Cómo lograr educarnos para la muerte en los colegios, universidades?

AG: “No se toca el tema porque los jóvenes no piensan en la muerte, en el fondo parte de la vida es no pensar en la muerte. Sobre todo hay que prepararnos no solo para nuestra muerte sino para la de nuestros seres queridos. Si yo recuerdo en mis años de bachillerato tocamos el tema uno o dos veces, con un profesor muy bueno que tuve de filosofía, fueron clases inolvidables, lo que demuestra la urgencia y el apetito existencial que todos tenemos por estos asuntos.

Claro que debe tocarse la muerte y debe hacerse de la mejor manera. Lo mejor de la literatura, de la filosofía, de la poesía es una reflexión sobre nuestra finitud. Hay mucho material, los seres humanos nos hemos asomado todos los días al abismo de la nada y tenemos que decir algo. Hemos dicho muchas cosas muy bonitas para aceptar la muerte y justificar la vida. Ahí está todo ese material dispuesto a que lo leamos todos”.

AV: ¿Qué opina acerca de la eutanasia?

AG: “Yo opino tres cosas. Primero, eutanasia no es lo mismo que muerte digna. Eutanasia es una excepción y eso lo hemos hablado. Creo que hay que hacer énfasis en dos cosas antes de la eutanasia: primera, no al encarnizamiento terapéutico. Segunda, disponibilidad de cuidados paliativos. Si no hay encarnizamiento terapéutico y buenos cuidados paliativos, y aun así un enfermo terminal levanta su mano y dice yo ya no quiero más, la eutanasia tiene sentido, pero solamente en ese caso y esos casos van a ser excepcionales. Y tercero. Más allá de las religiones, de las creencias de cada persona, debemos respetar la dignidad humana, la autonomía individual. De eso se trata la eutanasia en mi opinión. Ahí está la clave del asunto y creo que quienes profesan religiones deberían entenderlo como la materialización de una voluntad de un individuo que decidió no seguir sufriendo.

Yo creo que ahí nos podemos respetar todos, habrá alguien que diga, no, yo quiero morir de otra manera pero creo que debemos respetar esa decisión individual. Ahí es donde me parece que está tal vez la dificultad más grande con algunas decisiones recientes, todavía no consolidadas, de la Corte Constitucional. Cuando hablan de consentimiento sustituto, ahí el debate se vuelve otro, porque ya no es la voluntad del individuo sino alguien que pueda decidir por esa persona a morir, y ahí es donde las dudas, inquietudes y escepticismo de algunas personas religiosas pueden tener sentido. Porque yo creo que si es la voluntad del individuo, creo que muchos, incluso muchos individuos religiosos estarían de acuerdo.

Si es un cuidador, si es una institución quien está decidiendo sobre la vida de otro, estamos en una situación muy diferente. Entonces pasar de la defensa a la autonomía individual, a simplemente evitar el sufrimiento, pero según el concepto de un tercero me parece muy complicado. Por eso sin haber examinado el tema a fondo porque la sentencia nos llegó la semana pasada me parece que hay un cambio abrupto en la jurisprudencia cuando la corte dice: vayan y cambien la resolución 1216 para incorporar el consentimiento sustituto. Eso lo tenemos que mirar con calma. Hemos tenido algunas reuniones con bioeticistas y es un asunto que va a ser mucho más difícil llegar a un acuerdo entre los diferentes estamentos de la sociedad y puede ser mucho más chocante, incluso repelente, no solamente para personas religiosas sino para cualquier persona”.

AV: Si es difícil pensar en la eutanasia en adultos, en niños es aún más complejo…

AG: Mi opinión es la siguiente, creo que en niños y lo hemos dicho aquí, en primera infancia, no se puede hablar de eutanasia, no tiene sentido, porque los niños no tienen conciencia de la inexorabilidad de la muerte. En niños de 6 a 12 también es muy difícil, solo la permiten en Bélgica y Holanda. Me parece que culturalmente no va a ser un tema fácil de aceptar en nuestro país. Creo que tendría solo sentido si pensamos, y aquí lo hablamos así la semana pasada, en el paradigma de el niño maduro, una persona de 15, 16, 17 años que no quiere seguir sufriendo, que tuvo acceso a los cuidados paliativos, que en algún momento de desesperación reiterado, no solamente uno, porque hay cambios de opinión, dice ya no más. Ahí en esa persona, que uno podría casi asociar a un adulto, y donde estamos respetando nuevamente la autonomía individual, tendría sentido.

Son temas muy complejos. Yo entiendo las inquietudes de todo el mundo. ¿Qué es lo que me preocupa a mí? Más que las decisiones de fondo para poder tener legitimidad debemos tener un diálogo sobre eutanasia en niños que seguramente Holanda y Bélgica se demoraron no años, sino décadas discutiendo. Que nos llegue a nosotros una tarea de hacer en cuestión no de años, ni de meses sino de semanas, cuando no ha existido una conversación en los estamentos sociales, cuando no se han realizado decenas y cientos de conferencias. Es un tema que requeriría dos o tres años de discusión, una audiencia pública en la corte, columnas de prensa, foros, antes de tomar una decisión.

Pero me parece que el plazo es perentorio. Hemos tenido reuniones muy largas e interesantes con bioeticistas con opiniones contrarias. Idealmente habría querido un poco más de diálogo para alcanzar esa utopía de la democracia deliberativa. La única forma de tener legitimidad en este tipo de decisiones es dialogando, hablando con la gente, expresando las diferentes posiciones y de ese diálogo a veces sin estructura, a veces desordenado, a veces más estructurado, puede resultar, no un consenso absoluto, pero si una idea de cómo vamos a lidiar con este tema, debemos de ser capaces como sociedad de construir legitimidad. No sé si hoy tenemos legitimidad para tomar decisiones en un tema tan difícil como la eutanasia en niños”.

AV: Hace un par de meses tuve la oportunidad de conversar con Emilio Herrera líder y gestor de cambio en el tema de Cuidados Paliativos y asegura que la compasión es el camino que hay que tomar para mejorar la situación en el sector salud, ¿usted qué opina de esto?

AG: “Yo conozco a Emilio, estoy de acuerdo con sus opiniones, me parece que es una persona que está tratando de humanizar nuestro sector. Claramente hay un déficit de humanización, por razones de mucha naturaleza. Yo no quiero ser critico de los médicos tampoco, muchos trabajan en condiciones muy difíciles y uno puesto en sus zapatos podría estar haciendo lo mismo, pero sin duda Emilio trata un asunto de suma importancia que no tiene que ver con los problemas financieros que hablamos al comienzo, donde podríamos avanzar mucho es evitando el sufrimiento humano, hacer ese acompañamiento”.

AV: ¿Será que hace falta una cátedra dedicada a la compasión en la medicina?

AG: “No es solo de los médicos, yo creo que muchos profesionales nos hace falta eso, ponernos en el lugar del otro, tener compasión. Lo que pasa es que a veces no es fácil, porque también por parte de los pacientes debe existir una actitud similar: ponerse en el lugar de la otra persona, que lleva 15, 16 horas trabajando, que está en una situación compleja. En general lo voy a decir así, y ojalá no suene excesivamente dramático: nos hace falta a los seres humanos un poco de empatía, ponernos en el lugar del otro, entender las dificultades que el otro puede estar teniendo, eso le haría mucho bien a nuestro sistema de salud. Yo creo que es una pedagogía que hay que hacer todos los días, y creo que Emilio Herrera y Alejandro Jadad, son personas que tienen esto como su obsesión, casi que como su misión en la vida y le hacen mucho bien a los sistemas de salud del mundo”.

AV: ¿Cómo ve el crecimiento que ha tenido los cuidados paliativos los últimos dos años?

AG: “Andrea, esto es casi una revolución callada. Cuando usted me contactó, este era un tema por allá, marginal completamente, incluso hace dos años largos estuve un sábado en la mañana en uno de los congresos anuales de paliativistas, muy estrecho, muy chiquito, con temas muy puntuales. Hoy cuando yo hablo con muchas de las aseguradoras, los cuidados paliativos están jugando un papel preponderante, ya no es un tema marginal porque tiene que ver no solamente con pacientes terminales, sino que se está convirtiendo en un asunto central asociado también al manejo del dolor. Son esos cambios que a veces marcan la diferencia, que no necesitan reformas legales, que no necesitan grandes innovaciones. Yo creo que parte de su labor de promoción de los cuidados paliativos hace parte de este cambio cultural y ha fructificado en lo que estamos viendo”.

AV: A raíz de su enfermedad mucha gente en redes sociales se ha acercado mucho a usted. ¿Cómo ha sido ese manejo del cariño de la gente en redes sociales? ¿qué ha significado para usted?

AG: “Ha sido sorprendente Andrea, a veces apabullante y uno dice, ¿qué hago con todo esto? En el libro también describo que lo único que puedo decir es: agradecido por siempre. Pero también demuestra esa otra faceta que tenemos los seres humanos del altruismo, de sentir el dolor del otro como propio, de desearle al otro bien. Para mí ha sido tal vez una de las experiencias más enriquecedoras y bonitas de mi vida, lo tengo que decir así, escribí el libro como un acto de agradecimiento y de amor, no solamente con mi familia, mis compañeros de trabajo, mis colegas, con la gente que me he encontrado en la vida, y también a ese montón de personas anónimas. Muchos de esos mensajes que usted lee en las redes sociales, el 95 por ciento son de personas que jamás he visto, y quise, en la forma de un libro, simplemente decir muchas gracias. Gracias por esos mensajes que me alimentan todos los días, que fueron muy importantes en los momentos más difíciles de mi tratamiento, y que yo quisiera no sé cómo, tal vez la forma de agradecer es en el futuro portarme de la misma manera con futuros pacientes igual como muchos se han portado conmigo”.

AV: Hace algún tiempo leí en redes sociales a alguien que decía que lo que más le agradecía a usted como ministro de salud era que había devuelto la fe y la confianza en las instituciones. ¿Usted se ha dado cuenta todo lo que le ha trasmitido a la gente?

AG: “No me he dado cuenta plenamente, yo de alguna manera llego a este cargo por casualidad, era un profesor universitario, nunca me han gustado las arandelas del poder, ni les tengo ningún apego. Es fácil conversar con la gente y creo que eso le ha traído a la gente cierta confianza. No fue una estrategia deliberada, no fue que yo pensé, lo voy a hacer así para ganarme la confianza, no. Pero he visto que para alguna gente esa cercanía genera confianza y Andrea, la confianza es hoy tal vez, el recurso más escaso en las democracias modernas. La gente desconfía de estas oficinas, de las decisiones que se toman, de las estadísticas, desconfía incluso de la evidencia científica, entonces recibir ese mensaje, no para mí, sino dijéramos para el gobierno, para el estado colombiano, es una buena noticia. Porque tener la confianza de unos cuantos ciudadanos en este momento de crisis de las instituciones democráticas, no solamente en Colombia sino en el mundo, yo quiero verlo así, como un privilegio para mí pero sobre todo como una buena noticia para el ministerio de salud.

AV: Ministro, su libro “Alguien tiene que llevar la contraria” ha sido un éxito, ¿pensó que así seria?

AG: “Yo no y todavía no sé por qué. Creo que esto fue una buena enseñanza para mucha gente en la academia, en las mismas editoriales para que reflexionen sobre el cambio social, sobre cómo trasformamos nuestra sociedad, sobre las dificultades y complejidades de un funcionario público. Hay un millón de empleados públicos, hay gente que se enfrenta a estos problemas todos los días, y yo creo que el libro tuvo éxito por eso, me da la impresión porque mucha gente se vio reflejada allí.

Yo he tenido, eso si Andrea, desde hace mucho tiempo, porque fui columnista 8 años, una obsesión y es servir de puente entre las ideas de la academia, a veces muy mal escritas por los profesores universitarios y un público más amplio. Ser lo que antes llamaban un divulgador, un pedagogo, y en el ministerio he tratado de seguir haciendo eso. Mantengo mi blog, mantengo ahí una conversación y tengo esta idea, que es de Antanas Mockus y de muchos otros, y que han repetido un millón de veces, que gobernar es educar también. Sin pedagogía la gente no va a entender la complejidad de lo que pasa. Y una buena parte de lo que puede hacer un ministro, más allá de tomar decisiones con resoluciones y decretos, es involucrarse en un diálogo amplio con la sociedad para hacer pedagogía”.

AV: Ministro, tiene un hijo, ya escribió el libro ahora…

AG: “(risas) Por ahí digo en el libro y en una foto también lo dije: solo me falta sembrar el hp árbol (risas)”

AV: ¿Cómo está de salud?

AG: “Estoy mejor Andrea. Tengo dos fechas en mi cabeza cuando me empecé a sentir mejor: una es el 14 de octubre del año pasado, que terminé la última quimioterapia, también tengo una fotico donde yo respiré hondo y dije, bueno, espero que haya sido la última. Después vino la radioterapia donde también tuve momentos duros, terminé el 22 de diciembre, esa es la otra fecha. Este año desde el 2 de enero que comencé a trabajar otra vez me he sentido muy bien. Si yo hoy abriera los ojos y lograra borrar de mi memoria los últimos 8 meses no me sentiría enfermo, diría, estoy bien. Como antes o incluso, mejor que antes. Pero el cáncer tiene un sinónimo que es la incertidumbre y lo sé bien, que no puedo cantar victoria, no puedo hablar de una curación. Tengo un examen a finales de marzo, estoy tratando de dejarlo allá como en el futuro, no pensar mucho en él, estar tranquilo, ya vendrá el momento para estar nervioso. Describo también en el libro la relación de los pacientes de cáncer con las máquinas de pet scan como una especie de juez implacable, que para nada tiene en cuenta los deseos ni las esperanzas ni los sueños de los pacientes y que dará un veredicto definitivo. Así lo pongo en el libro. Pero ahí estoy tratando de trabajar, de aportar un poco, de cultivar el asombro, así se llama el primer capítulo del libro”.

AV: Y para finalizar ministro, ahora que termine su labor en el Ministerio a qué le gustaría dedicarse.

AG: “Mi objetivo de cortísimo plazo es el desempleo. Descansar un par de meses, coger impulso y volver a lo que siempre he sido, un educador. Volver un poco a la academia, escribir, seguir estudiando, volver a dar clases. Esa ha sido tal vez mi vocación. No tengo aspiraciones electorales por ahora, ni quiero por un tiempo volver a ocupar un cargo público”.

En Twitter: @AndreaVillate

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