El sistema democrático es más que elecciones periódicas. Sin embargo, sin ellas es inconcebible hablar de democracia. Deben cumplirse otras condiciones para ser tomada en serio tales como libertad de elección, reglas claras para votar, alternativas diferentes entre las cuales escoger (pluralismo) y que los resultados sean inciertos (cualquiera puede ganar y podemos destituir a los peores). No es mucho pero tampoco es de poca monta, y en Colombia, con sus claros y oscuros, tenemos muchos de esos ingredientes.
Hay más requisitos que acaban de consolidarla. Separación de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial que trabajen armónica e independientemente); respeto por los derechos fundamentales (a la vida, la libre expresión, la movilidad, la protesta, el culto, la asociación); activos mecanismos de participación ciudadana; monopolio del uso legítimo de la fuerza física; y unos cuantos componentes más. En estas materias Colombia no registra buenas notas, y durante este gobierno el deterioro ha sido alarmante.
Aún así, el país es considerado en el panorama mundial como una democracia. Insuficiente, imperfecta, débil, en desarrollo, electofáctica* (H. Llano), como se quiera caracterizar. (Es de anotar que al unísono los precandidatos del Pacto Histórico consideran que no hay democracia; así y todo aprovechan la institucionalidad electoral para llegar al poder. Petro ha anunciado que de perder no está seguro si aceptará los resultados. Estamos, pues, advertidos).
Si lo anterior no es suficiente razón para ir a las urnas, les propongo un ejercicio de imaginación. Supongan que no hay política ni políticos ni funcionarios públicos en el país. Que los 50 millones de colombianos vivimos sin entes de dirección de la economía, de la educación, que no hay quien emita leyes y las haga cumplir, ni entidades para planear una autopista, o promover los negocios; que la explotación de recursos naturales está al arbitrio de los emprendedores. Que cada individuo, facción, comunidad, decide ante sí y por cuenta propia qué puertos y puentes construir, dónde instalar alumbrado público, levantar o demoler un parque, pagar o no impuestos, dirimir sus conflictos como bien les parece sin intervención de órganos de seguridad y de justicia.
A no dudarlo, no sería un mundo fácil, vivible, amigable. Los más fuertes se impondrían sobre los más débiles, los avivatos sobre los decentes, los mejor dotados sobre los menos.
Tal vez así eran las sociedades primitivas, incluso hasta bien entrado el siglo XVI, la época de Hobbes. Cuando aumentaron de tamaño se hicieron insoportables y la gente tuvo que inventarse formas para vivir juntos, para evitar matarse física o simbólicamente. Nuestra especie es competitiva, desconfiada, lucha por sobrevivir. Además, en los seres humanos anidan paradojas complicadas que no siempre se resuelven bien: la generosidad convive con la codicia, la agresividad con el amor, la competencia con la cooperación.
Para más o menos balancear estas cosas, surgen el Estado y sus derivaciones: lo gubernamental, la burocracia y los políticos. Se argumenta entonces, y con razón, que una de las causas de la violencia y el atraso en Colombia es la ausencia de Estado.
Por ilustrada y activa que sea la sociedad civil es impensable que logre niveles de organización, coordinación, convivencia, libertad y restricción suficientes, que hagan innecesaria la intervención de un ente que esté por encima, que a su vez sea su representante. Una organización estatal.
Algo que distancia a los países más desarrollados de los menos es el tipo de política que practican, de las personas que eligen o permiten que dirijan. La violencia y anarquía, pobreza y atraso, que sacuden a muchos países (Siria, Irak, Congo, Libia, Venezuela y la lista sigue) son menos severos que los vividos por los admirados países escandinavos hace 200 o 300 años. Estos últimos se sobrepusieron no porque fueran más inteligentes, ni siquiera porque dispusieran de mayores recursos naturales. No. Porque crearon instituciones para ordenar su sociedad y eligieron políticos adecuados para hacerlo; y cuando no lo hacen bien, simplemente, los revocan. La buena política crea buenas instituciones y viceversa. Y mejores sociedades.
No hay un mandato divino y menos una determinación genética que establezcan que somos incapaces de diseñar un mejor aparato estatal y elegir dirigentes competentes. Que nos impidan, en suma, hacer una mejor política. En esta dimensión nada ocurre automáticamente; es una elección que está en nuestras manos aunque nunca perdemos la oportunidad de meter la pata.
Es poco factible una sociedad moderna sin gobierno y políticos, solo manejada por ciudadanos en libertad y sin restricciones. Aunque no quiero dar a entender que todo depende de ella: «la realización personal requiere la protección política y no una instancia política».
Ahora estamos en un momento en que podemos poner orden en nuestros asuntos públicos. Si buscamos con detenimiento en la maraña de listas de aspirantes a la Presidencia, a la Cámara y al Congreso hallaremos mujeres y hombres que tienen sinceras intenciones de cumplir sus promesas, proponen soluciones factibles a los problemas, quieren recuperar la confianza ciudadana en las instituciones, y fortalecer los partidos —sin los cuales una democracia se extingue. Pero hay que hacer una apuesta de confianza votando por ellos. No son criaturas celestiales; aspiran a ser un factor de transformación en un mundo poco virtuoso. Tampoco son todopoderosos para convertir a Colombia en un paraíso terrenal a partir del amanecer del 8 de agosto.
Es humano en general —y muy colombiano en particular— culpar a los otros de los problemas. Pero ocurre que somos parte del problema y de la solución. Podemos perfeccionar el ejercicio político y la selección de los políticos que a su vez postularán a los funcionarios que dictan las reglas para los demás.
Es obvio que votar no es todo, pero sí importa. Puede salvarnos de la mala política. ¡Y ahora podemos comenzar a intentarlo!
- Un agudo e interesante concepto desarrollado por el profesor Hernando Llano, que hace referencia a «la integración sincrética de dimensiones, instituciones y prácticas políticas que se repelen y excluyen entre sí, como las elecciones y la violencia». https://core.ac.uk/download/pdf/52202463.pdf