Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Sin IVA y sin análisis

No hay consenso acerca de los resultados de los días sin IVA. Los juicios van desde el éxito absoluto hasta su completo fracaso. Hay cifras que corroboran lo uno y lo otro. Algunos economistas muy serios, que por supuesto no hacen parte del gobierno, piensan que es una medida inútil para reactivar la economía y una manera de transferir dinero de los más pobres a los sectores con capacidad de compra mediante el no cobro de impuestos. Pero no nos detengamos en críticas que no llevan a ninguna parte. La muralla de autocomplacencia presidencial sobre el tema es impenetrable.  

Hay un asunto de mayor trascendencia que amerita examen y ofrece aprendizajes a futuro. ¿Qué explica que el 19 de junio miles de personas abandonaran la cuarentena en plena pandemia para ir a adquirir bienes con un descuento del 19%, generando aglomeraciones que las pusieron en riesgo de contagio? ¿A quién le cabe la responsabilidad de este hecho: a los ciudadanos o al gobierno?

Habría que empezar por determinar quiénes salieron de compras. Fueron personas con empleo o fuentes de ingreso seguras: la mayoría de las compras se cancelaron al contado, aproximadamente 65% con tarjeta débito y 35% con tarjeta de crédito. Sin problemas de subsistencia: adquirieron mayoritariamente televisores, computadores, tablets y celulares. No pudieron o no sabían comprar por internet. Pero quizás lo más llamativo es que cuando cotejaron la probabilidad de contagiarse con la ganancia del descuento, apostaron a lo segundo.

¿A qué sectores sociales pertenecen estos compradores? ¿Cuál es su nivel educativo? ¿Cuáles son sus edades y género? ¿Por qué lo hicieron mientras que otros segmentos de la población (¿pobres y precavidos?) prefirieron permanecer en casa? Lo cierto es que es razonable esperar que muchos de los reportados como infectados en estos días hayan estado de compras. Eso nunca lo sabremos con precisión. Nadie está averiguándolo.

Para un análisis más fino de este experimento colectivo es pertinente acudir a estudiosos de la conducta humana como Daniel Kahneman y Richard Thaler, premios Nobel de Economía. Ellos exploran hipótesis para explicar el comportamiento de la gente, para lo cual parten de premisas reveladoras: los seres humanos actuamos con menos racionalidad de la que creemos y los sesgos cognitivos determinan nuestras preferencias. 

En lo relativo a la racionalidad, sostienen que nos comportamos guiados por un par de sistemas mentales: uno impulsivo o piloto automático, y otro reflexivo o planificador. Y que la mayoría de las elecciones, por suerte, las hacemos con el primero. Qué tal ir por la vida pensando todo a profundidad: ¿compro o no un helado? La cosa se complica cuando resolvemos asuntos delicados con el automático en vez de usar el sistema planificador. Un ejemplo contundente ocurre en el momento de escoger un plan de pensiones; por eso hoy la ley establece la obligatoriedad de la doble asesoría en este asunto. Inclusive, en la decisión de contraer matrimonio siempre es bienvenido que el reflexivo ponga en cintura al impulsivo. Son demasiados los temas complejos sobre los cuales tenemos que tomar una posición siendo principiantes, por lo que es recomendable pensarlo mejor y recibir orientación de otros: el gobierno, las empresas, los buenos amigos. 

De las tumultuosas escenas en algunos comercios que vimos en los noticieros se puede deducir que el piloto automático estuvo a cargo de las cosas aquel 19 de junio.

Por otra parte, somos cautivos de los sesgos y al menos cinco se confabularon para este acto de indisciplina social. Uno, nos dejamos encandilar por lo gratuito y los descuentos (19%, ¡cómo perdérselo!). Dos, nos seduce gozar ahora y pagar después (televisor a la mano y coronavirus lejano). Tres, practicamos un optimismo delirante (nada puede salir mal). Cuatro, somos gregarios hasta la insensatez (si todos aprovechan, ¿por qué yo no?). Y cinco, creemos tener todo bajo control (descartamos el rol de la suerte: yo no soy tan de malas). 

Para aminorar estas distorsiones del comportamiento humano los investigadores del comportamiento humano sostienen que los gobiernos y las organizaciones tienen la obligación moral de actuar como “arquitectos de decisiones”. En otras palabras, de asumir la responsabilidad de crear un contexto que facilite a los ciudadanos y clientes elegir bien y con sencillez en pro de su bienestar. Hacernos la vida más cómoda y mejor.

Volviendo al punto, para una persona era complicado escoger entre salir o no salir el día sin IVA en plena pandemia y con más razón después de cien días de encierro: disponía de información limitada y contradictoria; estaba hastiada del confinamiento; y no podía evitar el filtro de sus sesgos. La cogieron cansada y con ganas de darse un gusto. Casi que se encontraba en modo sobrevivencia. Al final, miles corrieron el riesgo de infección. 

Por lo dicho, sigue vigente la pregunta: ¿A la gente le faltó cultura ciudadana y actuó con irresponsabilidad o el gobierno creó un contexto aleccionador de malas decisiones? Se dice que errar es humano y echar la culpa a otro lo es más. En este caso se espera que el gobierno no sea tan humano, se haga cargo de su cuota de responsabilidad y extraiga lecciones para hacer mejor su trabajo. ¡No es fácil aceptarlo pero a veces el Estado debe proteger a los ciudadanos frente a sí mismos!

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