Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Resentimiento

 

Tres buenos columnistas han hecho referencia al impacto de las emociones en la actual situación política. Incluso llaman a su transformación si queremos sobrevivir como sociedad. 

Mauricio García dice: «…en Colombia abundan las buenas ideas estropeadas por las malas emociones». Moisés Wasserman: «Es necesario un giro responsable, porque nos acercamos al límite de la viabilidad como nación». Mauricio Cárdenas: «Un país que se debate entre el miedo y la rabia es inestable por una razón simple: sus promesas y propuestas son insostenibles».

Ninguno pretende explicar todo a partir de las emociones.

En 2008, Dominique Möisi publicó un libro, La geopolítica de las emociones: cómo las culturas del miedo, la humillación y la esperanza están reconfigurando el mundo. Sostiene que los parámetros tradicionales para entender las naciones están quedando cortos. Su enfoque suscitó resquemores en los estudiosos porque no se basa en datos duros sino en señales indirectas que permiten inferir el estado de ánimo colectivo: cómo se siente la gente acerca de sí misma y de su futuro; el optimismo para emprender proyectos de gran envergadura; sus productos culturales como las novelas, obras de teatro y películas; las declaraciones de sus líderes y opinadores; la confianza en sus gobernantes e instituciones; su capacidad para construir consensos ante problemas; el lenguaje utilizado en los debates públicos. Hasta el tipo de arquitectura, que es la apropiación del espacio, agrega el autor. 

Möisi sostiene que escogió las emociones de humillación, miedo y esperanza porque giran alrededor de la confianza. La primera, es la confianza herida, que podría sintetizarse en «jamás podré lograrlo y ya que no me puedo unir a ti intentaré, entonces, destruirte». La segunda, la ausencia de confianza, que podría resumirse en «el mundo se ha convertido en un lugar peligroso y qué me protege de él». Y la tercera, es muestra de confianza, que se manifiesta en «quiero lograrlo, puedo lograrlo, lo voy a lograr».

En Colombia, un ejercicio así llegaría a conclusiones parecidas. La falta de confianza en todo y con todos es evidente. Hacia las instituciones (Presidencia, Congreso, Rama Judicial, Fuerzas Armadas, órganos de control); los gobernantes, políticos, dirigentes privados y sociales; el porvenir; la democracia; los conocidos y los desconocidos. Todo un terreno fértil para desequilibrar las emociones. 

Se podría criticar esta mirada desde lo sentimental debido a que la política democrática significa debate de ideas, no de emociones. Al fin y al cabo, cada quien es dueño y señor de las suyas. Pero es sabido que, si nos proponemos, todos somos capaces de dar razones para explicar cómo nos sentimos. Es así, porque detrás de cada emoción hay un enjambre de argumentos. Y eso es precisamente lo que abre posibilidades para su modificación. Si revisamos los pensamientos se pueden generar nuevos sentimientos.

Quizás no exista un mapeo riguroso del clima anímico del país. Hay quienes aseguran que predominan la rabia y el miedo. Por mi parte, propongo algo distinto pero parecido. Estamos atravesados por un estado de ánimo muy poderoso y devorador: el resentimiento.

Nietzsche es el gran filósofo de este tema. Afirmaba que el resentimiento envenena al ser humano, le arrebata su libertad y lo esclaviza; es provocado por promesas y expectativas no cumplidas. Se funda en varios juicios formulados por el sujeto que lo sufre: (1) hay una situación que no acepta y cree que puede cambiar; (2) se considera víctima de una injusticia; (3) no ha tenido la oportunidad de expresarlo; (4) apuesta a que tarde o temprano el culpable la pagará. Y por si fuera poco, la persona que lo padece se siente del lado del bien y ve en el otro la personificación de la maldad.

Todo parece encajar con las expresiones y actos de estos días de protesta. Los jóvenes de todas las líneas se sienten víctimas de una injusticia, no encuentran canales para reclamar y no son escuchados, están dispuestos a dar la vida o quitarla en los puntos de resistencia, y destruir lo que se interponga hasta estar satisfechos. Y su complejo de superioridad moral es evidente  —estimulado por intelectuales de los que uno esperaría un juicio más sereno—. El individuo en estado de resentimiento parece decir: «has limitado mis oportunidades futuras, y es inútil quejarse contigo»

En todo caso el resentimiento tiene alivio, posibilidades de evolucionar hacia un estado anímico redentor. Para ello es imperativo que el gobierno y la sociedad en su conjunto acudan a su instinto de conservación para constituir espacios institucionales y confiables de conversación y escucha del reclamo de los manifestantes; esforzándose por entender su interpretación de la realidad e inclusive controvirtiéndola limpiamente (el vigor juvenil no siempre viene en combo con la lucidez); haciendo promesas creíbles y ejecutando acciones de cambio en políticas públicas. Hablando se construyen nuevas realidades.

Ese es un camino para convertir el resentimiento en un germen de confianza y una mirada diferente del futuro. 

Los estados de ánimo predisponen para la acción. Y en los últimos dos meses hemos sido testigos de la naturaleza de los actos que genera el resentimiento social. Desde luego, es difícil su transformación pero no hay que dejar de intentarlo.

Comentarios