Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

¿Piensa usted como predicador, político o fiscal?

El libro Piénsalo otra vez (El poder de saber lo que no sabes) de Adam Grant es una guía para buscar aquellas formas que faciliten el cambio de ideas y tomar mejores decisiones. Muchos sabemos por experiencia propia que nada es tan difícil como modificar lo que siempre hemos pensado acerca de algo: un político, el aborto, el Acuerdo de paz, la JEP, la dieta, los manifestantes. Pareciera que con ello — cambiar de idea— perdiéramos algo de nuestra identidad y dejáramos de ser coherentes. Se dice que el inventor de Blackberry, Mike Lazaridis, tenía ese problema y entregó en bandeja de plata el mercado al IPhone de Apple: nunca aceptó que el consumidor preferiría un teclado digital.

En los últimos veinte años la cultura, la política, la tecnología y la sexualidad han cambiado tanto que negarse a revisar algunas de nuestras viejas creencias es una mala idea. El mundo ya no es el que era. Más vale empezar a resetear nuestra mente.

El libro aborda la forma de ver los asuntos que caracterizan a las personas y dificultan la reconsideración. Con una frecuencia sorprendente, asumimos unos modos nocivos para examinar los acontecimientos. El de predicador, el de político y el de fiscal. Los usamos según el tema y el momento. 

El modo predicador no necesita pruebas, piensa y actúa desde la fe y las verdades reveladas. Suelta sermones para proteger sus ideas y presenta sus convicciones como evangelios. Cree que la crítica es una herejía y cambiar de idea, una muestra de debilidad. Califica de ¡paramilitares… o mamertos… o tibios! a los contradictores.

El modo político de ver las cosas se distingue porque busca imponerse en toda conversación y conformar su propia tribu, mueve hilos para obtener aprobación. Sigue una especie de fe y ataca al que la desafía. Politiquea para demostrar que tiene la razón. Solo conversa con quienes está de acuerdo o con quienes pueda convencer.

El modo fiscal  busca debilidades en el otro y en sus argumentos; se empeña en ridiculizarlo o al menos desacreditarlo. Ataca al contrario con vehemencia. Permitir que el otro lo convenza es admitir la derrota. Fiscaliza a quienes se equivocan o critican. No perdona la más mínima imperfección o incoherencia en el otro. Una palabra imprudente; una política que no funcionó.

Los tres modos nos encierran en una cárcel construida por nosotros mismos. Los muros son nuestras creencias arraigadas e inmutables. Dificultan dudar, curiosear, explorar y descubrir otros puntos de vista y ensayar nuevas ideas. Constituyen un camino hacia un estado en donde se dan cita cuatro jinetes del apocalipsis cognitivo: el anquilosamiento, la polarización, el dogmatismo y el maximalismo.

La alternativa que propone el autor es el modo científico; aunque no ejerza como tal. Es un pensamiento flexible porque está dispuesto a modificarse ante nuevas evidencias. Suele basarse en pruebas y experimentos. No empieza el examen de un asunto con respuestas y soluciones sino con preguntas. Se arriesga a disentir de sus propias creencias. Es curioso y humilde, lo que abre la puertas a la reconsideración de algo. Practica un sano escepticismo que mantiene abierta su mente ante nuevas posibilidades. 

Todo esto viene a cuento porque las recientes encuestas electorales revelan que más del 50% de la gente está indecisa. 

Aunque en esta época de emociones encendidas puede ser un propósito imposible, conviene apagar los modos fiscal, político y predicador, y prender el modo científico que tenemos instalado. Es crucial actuar como ciudadanos responsables.

Someter a cada candidato a un examen escéptico y riguroso, lejano de simpatías y rabias. Confrontar sus discursos y sus actos: el partido de gobierno y sus ejecutorias recientes, Petro y su gestión como funcionario, Robledo y sus soluciones, y así a todos. Detectar la necrofilia de algunos, que es la tendencia a defender ideas muertas, a derecha e izquierda. Poner en duda con humildad lo que siempre hemos pensado o de lo que nos han persuadido los líderes que admiramos y las redes sociales, siempre tan rabiosas y atemorizantes.

Ninguno de los precandidatos es tan sobradamente iluminado o villano, tan transparente u opaco, tan lúcido o estúpido, como se presenta o lo percibimos. Ninguna de sus propuestas es perfecta o desastrosa por completo. Vistos así hay que hacer una apuesta razonada por algunos y sus programas, sin importar que diga lo que no queremos escuchar o no es todo lo que soñamos.

Hay que ser realistas. En las democracias las soluciones nunca son intachables, como pretenden los pregoneros de las revoluciones y refundaciones; siempre son frustrantes para algunos y, a veces, para todos. Las democracias son gradualistas: hacen los grandes cambios paso a paso. Únicamente los extremos asumen que tienen la verdad revelada y poseen las fórmulas inmediatas y definitivas; y rematan dividiendo el mundo entre «gente de bien» o «progre» y los demás.

Poner todo en duda puede ser un momento epifánico. Abre la mente a una reconsideración de lo que venimos defendiendo con ahínco. Nos saca de la zona confortable de nuestras certezas. 

Nunca es tarde para cambiar de preferencias, análisis, y tragarnos viejas palabras y lealtades. Quién sabe de cuáles horizontes de futuro nos estamos perdiendo por no imaginar cosas nuevas. 

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