Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Millennials en la calle

El paro está destapando facetas poco presentables de nuestra realidad. El resentimiento de muchos; la falta de escucha de otros; las ganas de disparar desde una y otra facción; la frágil empatía entre clases sociales; las limitaciones analíticas de los expertos. A lo que se suma, obviamente, la fractura de la élite dirigente y su incapacidad para construir un sueño común. Sin embargo, prefiero resaltar otro aspecto. 

Esta movilización es protagonizada principalmente por jóvenes. ¡Los millennials colombianos! Ellos no son como nos los pintan los libros, artículos y películas norteamericanas y europeas, ni los consultores empresariales. «¿Quiénes son estos muchachos y muchachas firmes y conmovidos que nos hablan por primera vez?», pregunta William Ospina.

Millennials es una forma arbitraria de denominar un conglomerado de personas nacidas a partir de 1981. Es la generación Y. En esta protesta, cabe incluir a la generación X, nacida a partir de 1965 y la generación Z, nacida a partir del 2000. 

Han sido estudiados con detalle. Sobretodo, desde el marketing (como consumidores): cómo compran, qué tipo de productos prefieren, qué valoran en una marca, en qué invierten; y desde el campo organizacional (como empleados): qué los motiva, qué buscan en un trabajo, cómo quieren ser dirigidos.

Las respuestas han inspirado el diseño de nuevos productos y el lanzamiento de marcas seductoras; y han forzado el desarrollo de nuevos estilos de liderazgo y formas de gestión del talento humano. Los estudios se han llevado a cabo en Estados Unidos y Europa, y aquí son reproducidos mecánicamente por los medios de comunicación, y a veces aplicados sin reparos por las empresas.

A grandes rasgos estas generaciones no buscan un trabajo fijo sino cambiar de empresa a voluntad; valoran la libertad y la flexibilidad; anhelan trabajar desde cualquier lugar, ser nómadas digitales puesto que son viajeros empedernidos; anteponen el equilibrio vida-trabajo a un ingreso alto. 

Y este cuento nos lo hemos bogado sin chistar en Colombia. Estamos convencidos de que los jóvenes colombianos responden a este perfilamiento. Sin embargo, observando el paro, no cuadra lo que sabíamos con lo que vemos.

Por desgracia, algunos analistas se han dedicado a azuzar la indignación de los manifestantes (¡como si faltara!) con un lenguaje y unas afirmaciones que parecen una metástasis del «tono uribista». Han preferido glorificar la calle, en vez de dedicar su discernimiento académico a la formulación de análisis razonables sobre lo que sucede, sus múltiples y específicas causas, identificar los problemas, separar «…qué se pide, qué se puede negociar y qué es una simple quijotada.» (C Granés), brindar elementos de comprensión, examinar la composición sociodemográfica del movimiento, delinear su caracterización política. ¿Cuál es su distribución por edades? ¿Y clase social? ¿Por formación educativa? ¿Por responsabilidades familiares? ¿Por problemáticas? ¿Por ubicación geográfica? Así podrían proponer horizontes de acción a esta encrucijada, que orienten tanto al propio movimiento social como a la sociedad y la institucionalidad.

Eafit publicó en 2019 una investigación (1) sobre los millennials colombianos que devela la mitomanía creada a su alrededor. Aunque su estudio se refiere a jóvenes con empleo formal, ilumina indirectamente el mundo de los informales y los NiNi (ni-estudian ni-trabajan), que posiblemente conforman la mayoría de los protestantes. Concluye que en realidad un millennial norteamericano o francés no tiene nada de parecido con un colombiano. Plantea que hay varias clases de millennials, cuyas diferencias principales se originan en (i) nivel salarial-jerárquico-social, (ii) responsabilidades familiares y (iii) formación educativa. De estas variables se desprenden cuatro categorías: Tipo A, B, C y D. Solo el tipo A (altos ingresos, puestos estratégicos, posgraduados; el 4 %), se asemeja al perfil de aquellos de países desarrollados. Hasta ahí llega el parecido. 

Al contrario de lo descubierto en otras latitudes, los de aquí buscan un trabajo fijo en condiciones laborales estables que les permita apoyar a sus familias y proponerse un proyecto de vida. Además, hacer carrera en la empresa, elevar su nivel educativo. Diferencian el ejercicio de la autoridad (que impone) del liderazgo (que convence), anhelan ser escuchados, detestan los formalismos, esperan oportunidades de ascenso. Aquí ya se insinúan caminos para la gestión de la crisis.

Ahora volvamos a la multitud de millennials en la calle que hemos visto en estos días. Ellos posiblemente se ajustan en algunos aspectos a lo dicho antes. No lo sabemos con certeza por falta de investigación en terreno. Pero como hipótesis preliminar podemos presumir que los manifestantes buscan trabajo, con contrato y estabilidad, para proyectar un futuro (matrimonio, hijos, vivienda); depositan sus esperanzas para mejorar la vida en el acceso a la educación; exigen ser reconocidos como ciudadanos. Que no es mucho ni es trivial.

Lo que sí ha sido constatado —según encuesta de Cifras y Conceptos (2)— son sus emociones predominantes: tristeza, ira, miedo. Estos estados de ánimo nublan su mirada, oscurecen su panorama e inducen el pensamiento apocalíptico («todo empeorará»). Recrudecidos por su exigua confianza en las instituciones del Estado.

Ojalá el gobierno y los observadores probaran una lectura distinta del estallido, una con mayor rigor político y sociológico. De pronto se les ocurren mejores ideas para sus decisiones y análisis.

Tenemos, a mi juicio, un problema de orden público por cuenta de los bloqueadores, vándalos y demás especies violentas de nuestro hábitat, agravado por la violencia policial. Asimismo se escucha un grito desesperado contra «el hambre, la injusticia y la exclusión» (JC Londoño). Pero es imperioso dar el paso siguiente y encontrar un modo de tramitar este descomunal desencuentro. Empezando por sembrar emociones tranquilas —la confianza y la esperanza, a la cabeza—. Luego, desde ambos lados, formular declaraciones y promesas —la política es el arte de hacer cosas con palabras—: condena unánime a los abusos de la fuerza pública, el vandalismo y los bloqueos; lamentar todas las muertes sin distingo alguno. Acaso así se distensione el ambiente, se desescale la violencia y se abra la puerta a negociaciones para diseñar futuros deseables.

 

(1) Quiénes son los millennials colombianos. Diego René González, Oscar Gallo, y otros. Editorial EAFIT,  2019

(2) https://www.urosario.edu.co/Periodico-NovaEtVetera/Documentos/079-21-Presentacion-de-resultados-finales_V6/ , mayo19, 2021

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