Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Los tres picapedreros

Peter Drucker, el gran pensador de temas organizacionales, utilizaba esta metáfora en sus programas de liderazgo. Hay tres hombres que trabajan cortando grandes bloques de piedra. Cuando les preguntan qué están haciendo, el primero responde: «Me gano la vida». El segundo, sin detener su trabajo, afirma: «Estoy haciendo el mejor corte de piedra del país». El tercero para un instante, mira a lo alto y dice: «Estoy construyendo una catedral». 

Esta escena ilustra bien que los motivos por los cuales los individuos hacen algo son diversos. Los primeros, porque para eso les pagan y dirigen, dominan el cómo; se habla entonces de motivación extrínseca, proviene de afuera. Los segundos, porque además de lo anterior, disfrutan y aprenden, saben el por qué; se trata de la motivación intrínseca, surge de su interior. Y los terceros, sienten que están contribuyendo con algo grande, tienen claro el para qué; se le denomina motivación trascendente, es inspirada en un propósito superior. 

Un buen líder —empresarial o político— no solo es capaz de identificar estas diversas razones de movilización de sus seguidores sino que las suma, transforma y eleva para llevarlos voluntaria y apasionadamente más lejos. De ahí que se defina el liderazgo trascendente como aquel que alienta en su gente un sentido de propósito en lo que hacen. 

Tal vez este marco conceptual facilite la interpretación del momento político que estamos viviendo. El gobierno de Petro ha proyectado sobre el firmamento una fulgurante estela de sueños que ha disparado las expectativas de quienes aspiran a transformaciones radicales, y acentuado el estrés y la resistencia del resto. Buscar la Paz Total; entregar tierras a campesinos; derrotar el hambre; acelerar la transición energética y pedir el decrecimiento económico de los países del Norte; reinventar la lucha contra el narcotráfico; y la lista continúa. 

¿Acaso Petro se visualiza a sí mismo como un líder trascendente? No hay tema alguno en la agenda nacional que no vaya a ser sujeto de cambio, según lo que a diario se les escucha a él y a sus poco circunspectos funcionarios.

           Para terminar de adobar el plato, inspirados por el pensamiento de la economista Mariana Mazzucato, hablan de un gobierno orientado por una gestión por misiones. Y quizás este es el punto más interesante y serio de todo el asunto. (A última hora, por cuenta de la ministra de Minas, cayó en paracaídas Serge Latouche con su teoría del decrecimiento económico, que algunos con ironía resumen en «…que la gente compre menos cosas; que cultive sus propios alimentos; que, cuando sea posible, se utilicen viviendas desocupadas en vez de construir nuevos edificios»).

La gestión por misiones tiene tantas implicaciones que la autora no duda en calificar su planteamiento como una guía para reformar el capitalismo. Porque el mundo no marcha como debiera y la gente no da espera para mejorar su vida. El Covid lo puso en evidencia: una pandemia originada en un virus transmitido por un murciélago cuyo hábitat natural está siendo destruido; la inoperancia de los sistemas públicos de sanidad porque han sido empequeñecidos sistemáticamente en las últimas décadas; la creación de la vacuna gracias a los recursos públicos, y las pingües ganancias de las farmacéuticas que decidieron a voluntad su producción y distribución. En breves palabras: el deterioro del medio ambiente, el raquitismo inducido de las instituciones públicas, y el predominio de las grandes corporaciones.

El capitalismo colombiano no escapa de la necesidad de reformas. Y este es el discurso de Petro de la mano intelectual de Mazzucato. Sostiene que la solución de los problemas que nos agobian (hambre, violencia, desigualdad, brecha educativa, informalidad laboral) comienza con que el Estado recupere su capacidad de crear valor, innovar, dirigir y coordinar misiones público-privadas. Estas, a diferencia de las conocidas APP (asociaciones público-privadas), buscan resultados medibles, y cuyos riesgos y recompensas pertenecen, no solo a los privados, sino también al sector público y a los colectivos que contribuyeron a inventar la solución. Es decir, un Estado más emprendedor que asistencialista, que es una mejor alternativa. Nadie pondría en duda que el país requiere con urgencia imponerse objetivos comunes para afrontar sus dificultades, alrededor de los cuales puedan coordinar acciones el Estado, las empresas y la sociedad civil.

Desde luego, las condiciones exigidas para llevar a cabo este nuevo rol no son triviales. (1) Rediseñar el Estado y replantear su función mediante el desarrollo de nuevas competencias en la burocracia estatal para que aprenda a negociar para constituir las misiones, a correr riesgos, a innovar, a trabajar con honestidad. (2) Convocar a las empresas para que en sus credos de trabajo incorporen un sentido de propósito más allá de los beneficios para sus accionistas, y acepten coordinar acciones con el Estado en la búsqueda de soluciones a problemas crónicos de interés público, sabiendo que los costos y beneficios deben ser compartidos. Y (3) recuperar la confianza de los ciudadanos en la aptitud y la ética del sector público.

Estas ideas son, sin duda, provocadoras y por eso al principio hice referencia a la motivación y al liderazgo trascendentes. Porque todo parece indicar que es el sello que pretende imprimir Petro a su gestión. 

En este primer mes el gobierno ha estado atareado estimulándonos a imaginar futuros deseables, y convenciéndonos de que otra vida es posible. Esto tiene tanto de bueno como de malo si se tiene en cuenta que están aflorando sus falencias de gestión para llevar a feliz término estas desmesuradas visiones. Indicios de ello son su sobrecargada agenda de cambios, y el todavía desafinado equipo de trabajo, más activista e ideológico que ejecutor, cautivado por impulsos épicos.

Es de esperar que la nueva administración sea consciente del tamaño de su apuesta. Un sueño sin acciones efectivas para hacerlo realidad se convierte en una pesadilla: un liderazgo trascendente sin gestión es sencillamente un fraude. Y entre tanto, los ciudadanos sudan la gota gorda con la administración de la izquierda, que suele pasar por alto que «… más difícil que gobernar es estar preparado para gobernar». En otras palabras, retomando los picapedreros: el gobierno parece estar muy seguro de para qué y por qué se quiebran piedras pero muy poco del cómo.

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