Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Defensa del gris

Hay personas que en actitud pontificia afirman que nadie puede ser medio honrado. Sin embargo, varios experimentos han mostrado cómo pocos salen bien librados de una sesión de polígrafo en la que se formulen preguntas sobre asuntos cotidianos. (¿Alguna vez le ha mentido a su esposo? ¿Se ha comido una uva en un supermercado sin pagarla? ¿Se ha pasado un semáforo en rojo? ¿Le ha dicho a un enfermo terminal que tranquilo, que todo saldrá bien?). 

La honradez en estado puro no existe. La media honradez es más común de lo que quisiéramos reconocer. Somos vulnerables moralmente. En este campo no somos blancos o negros perfectos sino una extensa y hermosa escala de grises. Así caminamos decentemente por la vida.

Y es probable que en el campo político sea lo mismo.

Esa es una buena razón para no sucumbir ante los llamados apocalípticos que invitan a ponernos una camiseta blanca o negra en la actual situación. O apoyamos las tanquetas en la calle que ordenó el expresidente Uribe o hacemos poesía incendiando los CAI como celebra Petro. Advierten  que es hora de definiciones claras porque las amenazas del fascismo o del marxismo son cosa seria y no es tiempo de medias tintas. Calculan que en las próximas elecciones tendremos que escoger entre la versión 2022 del Modelo Duque (y su taimado autoritarismo y visible mediocridad) o el Modelo Petro (y su socialismo alucinante). Quieren inducirnos a escoger entre el pasado o la anarquía, la ira de unos u otros, “el gran hombre” de un lado o “el gran hombre” del otro. A optar por las propuestas simplificadoras de la derecha (seguridad contra subversivos transnacionales) o las de la izquierda (nacionalizaciones, gratuidad universal). 

La predestinación no existe y menos en política. Pasará lo que queramos o aprobemos, como ciudadanos, que pase. Hay que resistirse a que nos lleven a la cancha donde se enfrentan los partidarios airados del capitalismo salvaje y los del socialismo igualmente salvaje. Dejemos que las tendencias que representan Uribe y Petro y sus respectivos colectivos libren su batalla en las grietas oscuras de las redes sociales y en las calles ensangrentadas. Son minorías y a lo mejor se neutralizan mutuamente. 

Permitamos en cambio que afloren otros matices del espectro político. Aquellos que quieren defender el sistema siempre y cuando se someta a remodelaciones serias; incluso aquellos que proponen otros modos de vivir y producir utilizando las herramientas de la civilidad. Es inaceptable resignarnos a que el sistema se sostenga gracias a la utilización de tasers y a la violación de los derechos humanos. Eso debilita su legitimidad y lo hace indefendible. Y además, a que la derecha radical sea la encargada de su protección, porque todo parece indicar que su anhelo escondido es echar para atrás la rueda de la historia; su propósito es refundar una sociedad premoderna. Un país rezandero (de consagración a divinidades), patriarcal (de mujeres que deben caminar de gancho del brazo del marido), de mentalidad semi-feudal (tierra y poder), de caudillos iluminados, de privilegios heredados, de más pie de fuerza y menos sociedad civil.

Por suerte hay alternativas poderosas. Es el momento de los moderados, de los tibios. De los tonos grises en política. Que no distinguen entre muertos buenos y muertos malos, entre armas benditas y malditas. Que les duele por  igual un soldado emboscado que un líder social asesinado. Que anhelan una justicia severa para todos y no solo para los que disponen de menos recursos materiales y mediáticos. Que piensan que todos tienen derecho a un empleo formal con todos los juguetes y no solo a un trabajo por horas o a un emprendimiento de medio pelo que llene el estómago. Que consideran que la educación no puede constituirse en el motor propulsor de la desigualdad. Que no se trata de arrebatarle la riqueza a algunos sino que muchos más alcancen la misma prosperidad. Que prefieren una paz imperfecta a un conflicto interno perfecto. En fin: un mejor país para todos. 

Las extremas intentan arrearnos como borregos atemorizados hacia el  corral del país en el cual quedaríamos mal acomodados. Es urgente abandonar la tribuna mientras se desarrolla esta competencia de fanatismos. Dejar de hacerle barra a uno u otro bando. Es el turno de ponerse la camiseta gris, conformar un nuevo equipo, y salir a jugar limpio con nuevas reglas y propósitos.

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