Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Colombia en el diván (II parte)

 

En artículo anterior se planteaban seis paralelismos entre la gestión de una crisis personal y una social a partir de un ensayo de Jared Diamond. Alcanzamos a exponer tres; continuemos.

Una vez superadas las primeras etapas (reconocimiento de la crisis, aceptación de la responsabilidad y acotación de los problemas a resolver), es necesario abordar aspectos actitudinales, exigentes para nuestro modo de ser colombiano: honestidad, paciencia y flexibilidad. 

Honestidad para realizar una autoevaluación de las fortalezas y debilidades, de los aciertos y errores. Por desgracia, los del Comité Nacional de Paro y el gobierno son los más destacados en la reticencia al autoexamen. Y el ejemplo cunde en segmentos de la dirigencia nacional y la sociedad. Por un lado, el gobierno se niega, a estas alturas, a aceptar el error cometido con la presentación de la reforma tributaria. Desoye el grito unánime sobre su falta de empatía con buena parte de la población. ¡Cuánto extrañamos una expresión de condolencia a las familias de los civiles muertos! Podría abstenerse de presentar estadísticas malévolas: que de 30 millones de operativos al año, la Policía se ha equivocado en pocos; y guardarse sus discursos impostados. Por el otro lado, los del paro no supieron levantarlo a tiempo y poner en cintura a los bloqueadores. La resolución de una crisis pasa indefectiblemente por una valiente autocrítica. 

Otro elemento crucial: la paciencia de las partes en conflicto para asumir los fracasos en los intentos emprendidos y las salidas acordadas. Invocarla en un momento tan crispado, con tanto dolor y temor en la calle, suena atrevido. Aún así, es el camino para transformar la  indignación en actos políticos. Paciencia para construir con imaginación alternativas de soluciones, reconocer la complejidad de la situación y cohabitar con la incertidumbre del resultado. No hay remedios súbitos y milagrosos. Habría que aceptar que entre las numerosas propuestas de los manifestantes (violentos y pacíficos) hay algunas indiscutibles, otras negociables y unas cuantas imposibles. 

  Por último, la flexibilidad. Hay personas flexibles y rígidas, igual países. De acuerdo con su predominancia cultural, las naciones tienen cierta forma de enfrentar los problemas y de crear las soluciones. Colombia, curiosamente, es un país flexible en lo que no se debe: el cumplimiento de normas; tenemos una vocación irresistible hacia lo ilegal, no siempre hacia el asesinato y el narcotráfico, más hacia pequeñas transgresiones de casi todas las reglas. Pero la flexibilidad también puede transformarse en una virtud en el proceso de búsqueda de alternativas de superación de crisis. Facilita la creatividad, el ensayo y error, el rompimiento con viejas estructuras y modos de sentir, pensar y actuar. 

Ojalá el susto sufrido por los sectores más acomodados y la movida del sistema político, sean el germen de una nueva época; un verdadero punto de inflexión. Para que no demos por seguros ni la democracia ni el modelo económico. El Caracazo de 1989 dio inicio a la debacle de Venezuela gracias a los desaciertos de Chávez y la incapacidad de enmienda de las élites. La lección es clara. Es inaplazable la búsqueda de una sociedad más justa y libre pero no solo por miedo a Petro. La Comisión de la Verdad lo resume bien: “Estamos ante un grito masivo de insatisfacción, hambre y desconfianza en las instituciones que requiere comprensión y escucha”.

Para cerrar, retomemos la crítica de algunos observadores a este tipo de enfoques —por su tufillo Paulo-Coelho—. Comentan que no se trata de ser buenas personas sino de la demolición de los muros de exclusión que benefician a algunos. Pero cabe preguntarse si las sociedades son independientes de las cicatrices del alma de sus ciudadanos. O por el contrario, en lo positivo y en lo vergonzoso, los países se erigen a imagen y semejanza de la educación emocional y de la psiquis de sus ciudadanos. O como dice bellamente Irene Vallejo: para que la democracia sea saludable también tienen que serlo las palabras. Si es así, ¿podemos dormir en paz? ¿Nos sentimos plenamente orgullosos del aspecto de la sociedad? ¿Este equipaje emocional de rabia, resentimiento, autocomplacencia y miedo nos llevará lejos?

Epílogo

Ahora se sabe que el Comité Nacional suspendió las conversaciones, levantó el paro y anunció otras formas de protesta ante lo que interpretaron como renuencia del gobierno para adelantar una negociación. Éste respondió que ya no estaba disponible para diálogos debido a ese anuncio y aprovechó para cuestionar la representatividad del Comité y declarar que sus peticiones debían tramitarlas ante el Congreso, confirmando así lo dicho por los dirigentes de la protesta: el juego consistía en no negociar. 

Ninguna, entonces, de las etapas planteadas en este ejercicio para el manejo de una crisis fue cubierta. Y no creo ser el único en deducir que el fogón del conflicto sigue caliente. El gobierno está quemando tiempo (ha abierto más de 200 mesas de conversación en el país y desautorizado acuerdos de Alcaldes con manifestantes) para aguantar hasta el fin de su periodo. 

Por suerte, una parte del establecimiento está seriamente conmovida por la magnitud de la inconformidad social, y sabe que es posible que  emerja otra vez —ojalá en modo electoral— y ha reaccionado en forma constructiva. Seguramente el nuevo ciclo de protestas será más vigoroso por el inusitado empoderamiento de los jóvenes y  el aprendizaje político logrado por los sectores levantados. Aunque para ser sincero, la falta de organización y articulación nacionales, el que nadie represente a nadie, la cortedad de causas comunes, los desmanes, el exceso de indignación y la escasez de ideas, no son un buen presagio del modo en que resurgirá.

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