Así como suena o lo imaginamos: es momento de sentar al país en el diván. Se supone que una persona lo hace cuando enfrenta una crisis profunda. ¿Por qué no una nación? Este fue el ejercicio llevado a cabo por Jarred Diamond en Crisis: cómo reaccionan los países en los momentos decisivos. De este autor se dice que debería ser el primer científico ganador de un Nobel de Literatura. Entre sus libros más reputados sobresalen: Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años y Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Sabe, pues, del tema.
En su investigación, Diamond encuentra paralelismos entre el proceso para la gestión de crisis personales y las sociales. Primero, porque de una u otra forma todos las hemos vivido, lo que facilita la comprensión de una social. Y segundo, considera pertinente utilizar en favor de las naciones el enorme acervo de conocimientos desarrollados por la psicología en el campo de la terapia. Para ello se empeña en la búsqueda de puntos de encuentro entre los dos ámbitos y acude a ejemplos históricos bastante convincentes de Finlandia, Japón, Chile, Indonesia, Alemania y Australia.
Este acercamiento a los problemas políticos es fuente de críticas por observadores que consideran fuera de lugar aplicar ideas de auto-ayuda a los asuntos colectivos. Sin embargo, todavía los politólogos y sociólogos, analistas y comentaristas de medios y redes, tienen dificultades para ofrecer análisis iluminadores —por el contrario, han preferido azuzar la indignación en vez de contribuir al diseño de un nuevo Pacto Social—, por lo que no deben descartarse apresuradamente formas complementarias de afrontar el problema.
El autor identifica doce factores, entre los cuales destacaré seis, que inciden en el desenlace de las crisis, a saber.
- Reconocimiento y consenso nacional (o personal) en que el país se encuentra en una situación de crisis.
- Aceptación de la responsabilidad nacional (o personal) en la acción.
- Construcción de un cercado para acotar los problemas nacionales (o personales) a los que ha de darse solución.
- Autoevaluación honesta nacional (o personal)
- Paciencia. Asunción de los fracasos nacionales (o personales).
- Flexibilidad nacional (o personal) en situaciones específicas.
Por supuesto, no todos los elementos articulan a la perfección entre los dos universos. Algunos más, otros menos. No obstante, en medio de esta tensión no sobra una dosis de meditación serena acudiendo a otras categorías de reflexión.
El reconocimiento de la crisis es el primer paso. Si como individuos o sociedad no pasamos por esta etapa no debemos (o no podemos) avanzar más. Y aunque parezca increíble, en Colombia algunos dirigentes y sectores sociales no aceptan que desde hace varios años viene incubándose una aguda crisis social ahora transformada en política. Durante mucho tiempo —pese a los progresos—, hemos vivido en un país excesivamente inequitativo; convivido con unos niveles de informalidad y precariedad laboral vergonzosos; permitido el asentamiento de una cultura en la que prevalece el ejercicio de la violencia para resolver los conflictos; y acolitado la poca presencia o la mala gestión estatal, encajando un severo golpe a la confianza en las instituciones. Es un modelo económico y social agobiado de fracturas. La pandemia simplemente lo puso en evidencia. Reconocerlo, hacer un alto en el camino, aceptar este punto de quiebre, podría ser un buen comienzo de solución por parte de las élites dirigentes y los mejor acomodados.
Enseguida se trata de asumir la responsabilidad en la acción. Esto exige una ruptura con cánones de nuestra cultura. Somos “echa-culpas” desenfrenados; preferimos victimizarnos y autocompadecernos (y esto aplica para dirigentes y dirigidos). Solemos, sin pudor alguno, culpar a la naturaleza de nuestras eternas desgracias anuales por el invierno y el verano. El presidente Duque, en inglés y español, responsabiliza del estallido a Petro (no cae en cuenta que entre más mal se hable del opositor que nos arrincona, peor queda uno), a la pandemia, al gobierno anterior, a las tendencias del mundo, a conspiraciones de la guerrilla y el narcotráfico, en fin. Sin caer en la ingenuidad de que este tipo de factores no han puesto su mano en el asunto, es menester mirar más lejos. El sistema no está funcionando para todos a la velocidad y con la amplitud de las expectativas. Este es un momento para tomar conciencia y empezar a introducir reformas. Numerosos son los empresarios convencidos de lo insostenible que es la prosperidad de pocos en medio de la pobreza y la exclusión de muchos. La nueva reforma tributaria —una especie de Pacto Fiscal— por ellos promovida, es una acción concreta en este sentido. Hasta el Comité de Paro así lo ha reconocido.
Viene una etapa clave. La construcción de un cercado de los problemas diagnosticados. No es posible el arreglo de todo lo pendiente de un solo tajo. Conviene el abandono de ese pensamiento maximalista, que aspira a la demolición general y partir de cero. La negación de lo conseguido y de la positiva evolución como sociedad. Ojalá superáramos esa fracasomanía basada en las creencias de que desde la Independencia estamos en las mismas, cinco familias son dueñas de todo y ponen las condiciones, y esto es una impresentable dictadura desde siempre. No hay nada rescatable y digno de reconocer, insisten. (Al estilo de los análisis de los leídos Antonio Caballero, Ricardo Silva, María Jimena Duzán, William Ospina, entre otros). En este punto la actitud de la oposición y de los manifestantes es determinante. Se requieren realismo y pragmatismo, por mucha indignación que los embargue. El cambio simultáneo de todo empeora la situación. En el ámbito personal, la transformación de una vida en un instante es garantía de frustración; es mejor centrarse en un aspecto y reformarlo y luego en el siguiente. En terapia de crisis se hace referencia a “cambios selectivos”.
Todo o nada, patria o muerte, perfecto o nada, soluciones integrales y definitivas, son consignas que cierran posibilidades de acción, dificultan los diálogos entre los que demandan y los que ejecutan, y entorpecen el diseño de soluciones viables.
(Continúa)