Reencuadres

Publicado el Manuel J Bolívar

Borgen: lecciones de película

La serie televisiva Borgen tiene muchos atributos. Para empezar, es danesa. Estamos tan sobreexpuestos a la televisión y la cinematografía de Estados Unidos que hemos adoptado como si fuera universal su forma de narrar y caracterizar personajes. El marcado sello individualista, el culto al heroísmo y la preferencia por la acción desbordada más que por una provocadora conversación acompañada de un vino, impregnan sus ficciones. Eso no es malo ni bueno; solo el reflejo de su cultura. La intensa dieta de películas y series americanas a la que nos someten las distribuidoras que dominan el mercado de la televisión en todas sus modalidades ha distorsionado nuestro gusto para disfrutar otras formas de ver la vida y entretenerla. Hasta el extremo de que si una película colombiana se parece a las gringas nos sentimos en la gloria. 

Solo dura tres temporadas: o sea, uno no encanece ni los niños crecen mientras la vemos. Y mejor todavía, fue innecesario acudir a la imaginación disparatada de guionistas para prolongarla neciamente, asesinando seres queridos, resucitando otros, enfermando mortalmente al personaje antipático, creando malabares dramáticos propios de Juego de tronos y  Gran Hotel. 

Se trata de una serie presentada en 2010, 2011 y 2013, y ahora relanzada por Netflix; cuenta la vida privada y pública de Birgitte Nyborg, quien se convierte en la primera mujer en alcanzar el cargo de Primera Ministra de Dinamarca. Borgen es la sede de su oficina y de los tres poderes del Estado.

La historia de Nyborg es la misma de cualquier político: el ejercicio del poder, los dilemas éticos, los pactos políticos y la cuotas burocráticas, los triunfos y fracasos de una persona idealista, honesta y decidida, el equilibrio precario entre vida pública y vida familiar, los medios de comunicación sensacionalistas y los independientes haciendo su trabajo, las redes sociales en su rutina depredadora, los conflictos de intereses. En fin, la danza de la mezquindad y la nobleza de la política y los políticos expuestas con franqueza. 

Dinamarca es similar al resto de la humanidad en estas historias. Viéndola, un ciudadano colombiano indignado puede encontrar asuntos para meditar y creencias para cuestionar, que quizás lo lleven a revisar el equilibrio de sus emociones políticas. Al fin y al cabo es casi unánime la envidia profesada por el modelo social de Dinamarca. Como prueba, van los títulos de los primeros capítulos : La virtud está en el centro, Contar hasta 90 y El arte de lo posible.

A partir de los asuntos que plantea esta obra, por encima y por debajo, es posible arriesgar ciertas conjeturas acerca de los políticos, la política y la democracia, que pueden proyectar alguna luz sobre nuestra cultura política.

Al igual que los ciudadanos, los políticos y dirigentes no son santos, y Nyborg tampoco. Les gustan el poder y la figuración; tienen ideas a veces malas; sus familias se desbaratan; cambian de creencias con el tiempo y las circunstancias; a veces hacen lo que no quieren debido a la correlación de fuerzas en la contienda política y la complejidad de los problemas. No dominan todos los temas y menos, tienen soluciones para la cantidad de contingencias de las sociedades modernas; gestionan mal sus emociones. Hay villanos, obvio. Tal vez por todo eso es que se deduce el valor de tener instituciones y procedimientos inteligentes, fuertes y eficaces que soporten políticos mediocres e inclusive deshonestos. Lección que aplica aquí. La aceptación de la imperfección de un político es útil en este momento en que estamos en pleno casting (y cacería de viejos trinos) para la escogencia de candidatos a la presidencia.

Las democracias son sistemas complejos y, por su naturaleza, frustrantes. Están sitiadas por “problemas perversos”. Aquellos sin una única solución y ni siquiera una definitiva. Cada gobierno aporta una cuota en su mejoramiento y quizás genera otros nuevos; así es la vida política y personal. Aceptar este gradualismo y esta limitación merma el hipercriticismo abrumador (¡la criticadera, que llaman!) y tal vez contribuya al cultivo de la moderación, una pasión tranquila.

La política es el arte de lo posible en determinadas circunstancias.  En el país sobrevaloramos su poder para cambiar la realidad. Olvidamos que por su misma esencia implica negociaciones con contradictores, otorgamiento de cuotas burocráticas, la incorporación de sus propuestas —inclusive el aplazamiento o recorte de las propias—, la firma de acuerdos programáticos para garantizar la gobernabilidad. Hasta la admirada Angela Merkel en 2018 firmó un acuerdo con la Social Democracia para asegurar la formación de su gobierno: un documento de 500 páginas que incluía puestos de alta responsabilidad. Aquí consideramos inmorales los acuerdos para facilitar el trámite de proyectos. En Dinamarca actúan más de doce partidos, gobiernan tres o cuatro. Se impone una cultura de pactos para asegurar el éxito de su sociedad. Borgen muestra en detalle estas situaciones.

Esta variedad de experiencias es vivida en carne propia por el personaje central, Birgitte Nyborg, mientras está en la oposición y en el poder, y se suma a los afanes cotidianos en su condición de esposa y madre. Si observamos esta serie con mente de aprendices es probable que deje alguna huella en nuestra deteriorada educación política.  

Además de ser muy entretenida y de contar con unas magníficas y bellas actrices y actores, esta obra alienta la imaginación. Ya sé: esto es Dinamarca no Cundinamarca, pero uno puede tener aspiraciones.

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