La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

Vuelo en bici Bogotá-Medellín

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En tres días recorrí 470 kilómetros en bicicleta, entre Bogotá y Medellín. A mi paso me encontré siete puertos de montaña, un pueblo sin agua, un sol aplastante, cascadas increíbles y una experiencia de vuelo al mejor estilo de una buena película. Aquí una bitácora de un recorrido de tres días y 21 horas que se suma al repertorio de la Sinfonía del Pedal.

El sol de mediodía (primer día)

Vientos en la madrugada fría de Bogotá. Incertidumbres sobre el viaje, las capacidades físicas, carreteras desconocidas y climas desgastantes. Era jueves, día de la partida que me encontró pedaleando sobre las mojadas calles capitalinas, pasadas las 5 a.m. Cuando pasaba por el primer peaje de la autopista Medellín, el reloj marcó las 6:08 a.m., y ya no había ninguna duda de que había emprendido un viaje, aplazado incontables veces. Los miedos los apaciguaba pensando en la fortaleza que había en mis piernas y las condiciones técnicas de mi bicicleta; volaría lejos.

En la primera subida del día, el Alto del Vino, empecé a masajear algunos pensamientos que me pesaban más que los 9.5 kilos de la bici. Metro tras metro, el peso de esos pensamientos se fue aligerando hasta evaporarse casi por completo, al final de la primera loma de cinco kilómetros, de los más de 470 que estaban por ser andados. A partir de Villeta sería un mundo nuevo. El calor de las tierras bajas me abrazó sin remilgos para convertirse en mi compañía durante el duro ascenso al Alto del Trigo, puerto de 15 kms de sufrimiento y rampas hasta del 10%.

En medio de vehículos de carga, ruidosos y amenazantes, rápidamente me encontré descendiendo a Guaduas, como si fuera un tobogán al que le quedaba otro ascenso menos pronunciado: el Alto de la Mona. Inusuales ventarrones me golpeaban el pecho y me herían los ojos -desprovistos de gafas- en las curvas previas a la llegada a Honda, uno de los pueblos más calientes del país, que ese día padecía un corte de agua.

El sol estaba a las doce en punto, como un testigo de mis últimos 26 kilómetros de esa primera ‘etapa’ que terminaba en La Dorada, para un total de 198 kms. Fácil, si no hubiera sido por el sol del mediodía. Agónicos fueron aquellos pedalazos, el ‘mono’ me quemaba la piel, resecaba mis sales minerales, me desnutría, me aplastaba con su presencia. La carretera era toda plana; un juego de niños, si no hubiera sido por el sol del mediodía.

El líquido de la caramañola estaba a temperatura ambiente, hervía, no servía ni para rociármelo sobre la cabeza. “Bienvenidos a La Dorada”, decía un aviso, pero aún no había pueblo, todavía no estaba el caserío para descansar, eso sí, no me iba a permitir una renuncia estando tan cerca, era cuestión de paciencia, de dejarme llevar por el impulso y de repente… una subida corta y mortal. Ahhhh! nuevamente parado sobre pedales sacando fuerzas de donde no había, persiguiendo mi sombra, lleno de esperanza de encontrar el caserío al final de la inofensiva inclinación. Agónico final, al borde de la renuncia, un frío inexplicable ya empezaba a recorrer todo mi cuerpo… por fin el caserío y un techo bajo el cual refugiarme.

Fiesta de pueblo (segundo día)

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Al siguiente día el viaje inició muy temprano bajo un crepúsculo impresionante de tierra caliente; sería la etapa más dura de las tres proyectadas, pues dejaba el plan e iniciaría el ascenso hacia la capital antioqueña. Transité unos 40 kilómetros planos por la Ruta del Sol, hasta el punto en el que es necesario girar a la derecha para conectar con una vía angosta, cuyos árboles a lado y lado me protegieron del sol, a principio de aquella mañana de viernes.

Pedaleaba sin descanso y sin fatiga, saludaba cada curva, reparaba en las señales de tránsito, admiraba los árboles y las aves; todo era nuevo para mí. Así, El Doradal llegó muy pronto y muy fácil, antes de lo esperado. “¿Dónde está la loma dura?” me preguntaba a cada instante. Una curva a la izquierda, otra a la derecha, un Río Claro y el inicio del Alto de Pavas, puerto pedaleable de unos 10 kms. Sin puntos de referencia, cada pedalazo procuraba ser el último, no obstante una curva se unía con otra para perderse en la vegetación.

En el Alto de Pavas me tomé un descanso y tres bolsas de agua y dos pony maltas. Sentado al borde de la vía, junto a una tienda, me quité las zapatillas, el casco, los guantes y terminé de desabrochar mi maillot rojo del Giro de Italia. Descargué el diminuto morral en el que cargaba el kit de despinche, bloqueador, cepillo dental, tenis, un buzo y una sudadera para las horas de descanso.

El sudor no dejaba de brotar por cada poro de mi piel brillante que se combinaba con el verde de mi bici. Aún faltaba bajar, subir, bajar y rematar con una subida de 7 kms al mejor estilo de Patios, para llegar a San Luis, mi destino. Sería otro final de infarto cuando mis piernas sumaran 130 kms, nada en comparación con un Tour de Francia, yo lo sé.

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Con el sol de mediodía y las fuerzas apenas justas, llegué a hacer parte de las coloridas fiestas patronales del empinado pueblo antioqueño, cuyas cascadas dan la bienvenida al visitante; abajo había quedado el impresionante Río Samaná. Alrededor del parque principal y la iglesia tradicional de San Luis, se unían la alegría de sus gentes y las expectativas por el partido Colombia-Argentina en la Copa América 2015.

Mientras el guaro hacía de las suyas, a pesar de la derrota de la tricolor, el suero de farmacia estabilizaba mi cuerpo. Una noche de poco sueño por el alboroto y todo un reto pasar inadvertido ante los borrachos en la madrugada del día siguiente…

El día que volé (tercer y último día)

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A las 5:30 am ya estaba sobre la bici, redibujando lo andado para regresar a la vía principal. Si bien los primeros kilómetros me parecieron duros, los restantes fueron fáciles y bellos por los paisajes de la montaña y el ritmo ganado por mi cuerpo. Pasé por la entrada a San Francisco, donde se anunciaba que Santuario, el punto más alto del recorrido, estaba a 32 kms. De ahí a Medellín, quedarían faltando otros 60 kms.

Estaba inspirado, me sentía sobrado de fuerzas para sacar adelante la jornada y cumplir a cabalidad con mi proyecto deportivo-turístico. Usé el plato pequeño y el piñón más grande para administrar las fuerzas en el largo ascenso. Algunas veces la velocidad caía a 10 kms y luego subía a 16kms, en los segmentos menos inclinados. A lo lejos apareció una difusa estructura blanca, que inmediatamente convertí en mi nueva meta parcial, en una especie de fetiche, un Zahir que Borges no mencionó en sus escritos; no le quitaba la mirada; estaba embrujado.

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Con la satisfacción del caso y menos tiempo de lo imaginado, me hallaba disfrutando de la vista que tenía la difusa estructura blanca, que resultó ser un gigantesco restaurante, anclado en un sitio de aires frescos, primaverales, secos; la delicia de la conquista. Cómo no parar y tomarse unas fotos, cómo resistirme a la oportunidad de hacer parapentismo y volar sobre los terrenos andados, los techos de Cocorná, extender mis alas sobre esa vía que se me antojó como una anaconda. Divisar el infinito de las montañas colombianas en el que el verde se vuelve azul de mar.

Media hora en las nubes, 30 minutos alto, muy alto, como si se tratara de un símbolo de mis fuerzas sobre la bici, pues literalmente estaba volando. A mis pies estaba la hermosa Cabellera de Venus, una cascada que se descolgaba por entre las montañas. En el aire recordé la bella la película francesa Amigos, en especial la escena en la que Driss vuela en parapente con su jefe cuadripléjico Philippe y suena la canción I’m feeling Good de Nina Simone.

… Dragonfly out in the sun you know what I mean, don’t you know

Butterflies all havin’ fun you know what I mean

Sleep in peace when day is done that’s what I mean

And this old world is a new world

And a bold world for me…

 https://www.youtube.com/watch?v=D5Y11hwjMNs

 

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De nuevo con los pies en la tierra, me di cuenta de que estaba celebrando antes de tiempo; aunque llegaría como fuera, no importaba, esa era la etapa de la ‘moral’. Con las energías renovadas, llegué al Alto Bonito, el final de toda la subida e inicio de un largo plan que pasa por Santuario, Marinilla y Rionegro. Contrario a las otras jornadas, el mediodía de esta última ‘etapa’ estaba fresco. En cada población se hacía evidente el mundo paisa…. Medellín 24 kms ¡ya casi muchacho, vamos!

La inspiración de este día que volé me alcanzó para pasar pleno de fuerzas el Alto de la Virgen, que conecta con ‘Medallo’, a través de un prolongado y glorioso descenso. Medellín en bici, toda una hazaña.

Fin

Nota: El día de regreso a Bogotá, recibí la noticia de la muerte de mi abuela materna, de quien heredé un espíritu combativo (EPD)

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Por: César Augusto Penagos Collazos

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