Cuando La Chinarello apareció en mi vida fue lo más parecido a un amor a primera vista. Sus curvas me hechizaron para siempre. En su delgada estructura predominaba el verde, combinado armónicamente con negro y blanco. Llevaba un tatuaje en el marco que decía Pinarello.

En mis inicios me guiaba el intenso deseo de pedalear, mas no el conocimiento de marcas, ni de ropa, ni de bicicletas, ni de los tecnicismos de este deporte.  Además, desconocía las grandes carreras de ciclismo y la historia de los ciclistas legendarios, porque en mi caso, primero fue la práctica del pedaleo y luego la ‘teoría’ y mucho después, el consumo.

Mi primer viaje a la costa en la Chinarello – 900 kilómetros entre Bogotá y Coveñas (2016)

Más allá de sus ‘curvas’, el detalle que me terminó por descrestar, fueron sus medidas, pues era un marco hecho para mí. Su adquisición en el año 2015 fue un inmenso estímulo para mi imaginación: inmediatamente me tracé rutas, travesías, competencias, expediciones y muchísimas experiencias. Así como cuando uno se enamora y recrea una vida llena de alegrías.

No obstante, algunos conocidos me bajaron un poco de la nube cuando me dijeron que me habían engañado, que esa bicicleta no era original, que con el dinero que había gastado, había podido comprar algo nuevo y mejor. Hoy día, luego de tantos años de práctica, las marcas significan algo para mí, pero en aquel momento, era un lenguaje que desconocía en su totalidad.

Tercer ascenso al Alto de Letras, la Chinarello tenía un plato pequeño de 39 dientes

En honor a la verdad, nunca me la ofrecieron como una bici original, pero sí como una bicicleta ‘fina’, pues tenía ruedas de alta gama (Mavic en carbono), platos 52-39, tenedor en carbono, pedales clásicos Campagnolo y un sillín ligeramente cómodo.

En esencia, la cicla sí tenía su presencia y llamaba la atención. Originalmente era una bicicleta GW Flamma XS en aluminio, que había sido embellecida con esmero, a la cual le habían desaparecido con mucha dedicación las marcas de soldadura en las uniones del marco. La pintura de imitación de Pinarello era magistral. Pero insisto, en ese momento ni siquiera sabía pronunciar ese apellido de origen italiano.

A pesar de cierto desconsuelo, no tuve más que hacerme al dolor y olvidar la mala fe del vendedor. Hoy día sabemos, que el engaño es más común de lo que uno se imagina, pues muchos han comprado bicicletas de marcas reconocidas, que a la larga son réplicas ensambladas en China o en Taiwán.

Mi segundo viaje Bogotá – La Costa Caribe, en 2018. Parada obligada en Tolú.

El asunto es que, en ese armazón de aluminio embellecido, experimenté mis primeros grandes fondos, chequeos de clubes y travesías inolvidables, como mi primer viaje desde Bogotá – La Guajira. La relación se hizo exquisita con el paso de los años. Almas gemelas.

Gracias a La Chinarello y a mi carácter reflexivo, aprendí a calcular el gradiente o dificultad de las subidas, al igual que la distancia, la velocidad y hasta la hora. Por ese camino, calibré mi sentido de la ubicación espacial, mucho antes de que apareciera el Waze. No es exageración cuando digo que sobre esa máquina he viajado más que en avión y en bus, juntos.

La Chinarello en UCI

La Chinarello entró a cuidados intensivos en 2020

Desde su compra nunca tuve miedo de meterla por terrenos destapados, saltar andenes, sortear huecos, ni de transportarla en cajas de cartón a la maldita sea. Ni que hablar de las parrillas y las alforjas que le había instalado en los viajes largos. Había gozado de toda la libertad de darle contra el mundo.

Pero un día, en plena pandemia del Covid19, apareció una fisura en su marco, que marcaba el final de la Chinarello. Habían pasado cuatro años intensos, un periodo en el que pude haber rodado unos 100.000 kilómetros.

Lo más ‘sano’ o lo más ‘seguro’ era comprar una bicicleta nueva, pero la pandemia había duplicado los precios de todos los accesorios y estrenar la bici que yo quería era impensable. 

La transformación

Prácticamente volví a estrenar bicicleta; la Chinarello se empezó a llamar La Sinfonía del Pedal

Me contactaron con una firma especializada en pintura automotriz que usa técnicas como la hidrografía, perlados, metalizados y restauración de piezas plásticas y fibra de vidrio. Me decidí por una pintura plana a dos tonos, con la personalización de mi marca (La Sinfonía del Pedal) y un perlado para resaltar la restauración.

Le sumé algunos cambios de piezas como el manubrio, la cinta del manubrio, el sillín, el tensor, las puntillas o ejes, el portacaramañolas, me pasé a un plato pequeño de 36 dientes y mandé a fabricar uñas de cobre.

De esta manera, la Chinarello, con su nueva piel y con un nuevo nombre, resucitó con el beneplácito de las más desconocidas deidades que protegen a los andariegos y otorgan poderes a los que se involucran en la placentera práctica del ciclismo.

Segunda caída

Cinco años después hubo una nueva fractura

En mi segunda travesía Bogotá – San Agustín, en diciembre de 2024, el marco tuvo un nuevo daño: se fracturó la parte más delgada de la curva del marco donde va la uña. ¡Gosh!

Un daño irremediable, pensé. Un percance que atentó contra mi participación en el mi primer triatlón para el que me estaba preparando con alma y corazón. “Ahora, así, llegó el final”, pensé.

¡Pero en un país de necesidades todo tiene reparación! Movido por el afán de no renunciar a la competencia, encontré al mejor soldador de aluminio del universo, quien salvó a la Chinarello por segunda vez.

No sólo asistí al triatlón en San Andrés, sino que la máquina sigue siendo funcional, hasta el presente. No obstante, ya por asuntos de seguridad decidí que la legendaria cicla pronto pasará a ser la pieza principal de mi ‘museo’ personal.

Aprender a disfrutar lo que hay

Mi primer triatlón en San Andrés, domingo 9 de marzo de 2025

Sin contrariar que sí hay una alegría inmensa en tener una bicicleta cara, a la larga, lo más importante es la capacidad de goce que podemos experimentar con lo que tenemos. Una capacidad que se construye desde la conciencia.

Contrario al sentir de los que me acompañaron en esa etapa inicial, atraídos tal vez, por la marca de mi bicicleta y, a pesar de que hoy puedo reconocer el valor y la elegancia de una cicla costosa y echar la baba por ciertos diseños; por encima de lo barato o lo caro, lo feo o lo bonito, me sigo decantando por la finura de corazón de las personas que me encuentro en el camino. El resto es accesorio.

‘Palmarés’ de la Chinarello (2015 -2025)

  • Una travesía Bogotá – Riohacha (1600 kms)
  • Dos travesías Bogotá – Santa Marta (1400 kms)
  • Una travesía Bogotá – Medellín (470 kms)
  • Dos travesías Bogotá – San Agustín (540 kms)
  • El Crucero (91 kms)
  • Cinco ascensos al Alto de Letras (80 kms)
  • Dos subidas al Alto de La Línea (50 kms)
  • Cinco participaciones en grandes fondos
  • Una pandemia
  • Un Triatlón

Escrito por César Augusto Penagos Collazos

Instagram: la_sinfonia_del_Pedal

Mail: [email protected]

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