Una pequeña tienda con tres refrigeradores, dos columnas de canastas de cerveza y de gaseosa, un mostrador, una vitrina sobre el mostrador y un televisor de 21 pulgadas que a regañadientes retransmite el canal Señal Colombia. Las imágenes son lluviosas como lo suelen ser las mañanas y las tardes en ese paraje verde de San Franscisco, corregimiento del municipio de Cómbita, donde está ubicada la casa de los Quintana.
En la tienda La Villita, el televisor de pantalla plana reposa sobre una mesa plástica y blanca, adornada con una bandera de Colombia. Cuando uno menos lo espera, la señal se interrumpe con ruidos producidos por la interferencia que producen los grandes vehículos que suben a Arcabuco o bajan a Tunja, o por el fuerte viento característico de esta tierra de páramo.
Es domingo en la mañana y las imágenes del Tour muestran una caravana de ciclistas que avanza rápidamente en terreno plano. Hay una fuga que pronto será neutralizada y los colombianos van refugiados en el gigantesco lote de los mejores representantes del deporte de las bielas. Afuera del televisor, a la entrada de la tienda, cuelgan dos ruanas rosadas y una amarilla que están a la venta. A la entrada, también hay una pequeña sección de artesanías en la que se exhiben pocillos con la leyenda “De la casa de Nairo traje esta bobadita”, y llaveros con la imagen del colombiano que por estos días quiere vestirse de amarillo.
Poco a poco llegan turistas y curiosos atraídos por el gigantesco mural, pintado sobre toda la fachada de la casa, hace menos de un mes. La obra perpetuó a la perfección dos momentos de nuestro héroe nacional: en uno, luce la camiseta de pepas rojas del tour de Francia y en el otro, el uniforme rosado de campeón del Giro de Italia. El dibujo es un homenaje hecho por un aficionado al ciclismo, Aldemar Marín, baterista de un afamado grupo de música popular. Con seguridad la sencilla casa se convertirá en Monumento Nacional.
La estampa de la casa es de carácter feliz, cuyo colorido se divisa desde la curva anterior, unos metros adelante del Alto de Sota, por mencionar un punto de referencia, ubicado a su vez a escasos 11 kilómetros de la capital del departamento de la ruana, el tejo, la carranga, la papa y la cebolla. Visitantes con teléfonos celulares de última tecnología, se toman selfies buscando el mejor encuadre en el que aparezcan sus rostros, los dos Nairos y las banderas de Colombia y Boyacá que engalanan la casa de dos pisos.
Otros entran emocionados preguntando “¿cómo vamos?”, un interrogante en el que camuflan un saludo informal y un interés por la suerte del ciclista colombiano que se la juega toda en la carrera más importante del mundo. El televisor lleno de lluvia muestra la etapa número 15, una jornada de la que amigos, conocidos y familiares de Nairo no esperan mayor cosa, pues no es montaña como les gusta.
Don Luis Quintana, papá de Nairo, tampoco tiene mayores expectativas este día; sus ilusiones están puestas en las etapas de los Alpes. El sábado su hijo, el dueño de la camiseta blanca, había subido al segundo puesto de la general, tras una demostración de fortaleza y talento ciclístico. “Mi sufrimiento es harto, unos momentos de angustias, otros de alegría, mi corazón nuca descansa, porque ver a ese hijo en semejante gente tan preparada, nacida y criada en sus territorios; es para nosotros un gran honor tenerlo entre los primeros”, dice don Luis, quien llegó a su propia tienda en un sprint vino tinto.
Entre los visitantes hay tres adolescentes que llegaron en bicicleta desde Tunja. “Nairo es ese ejemplo a seguir de todo niño que se monta en una bicicleta y todos los que lo ven en la pantalla sueñan con llegar lejos”, dice uno de ellos mientras le sigue la pista a la etapa. “En el descanso, profesores y estudiantes nos reunimos a ver el Tour de Francia”, asegura el otro. “Nairo está guardando fuerzas para atacar en la última etapa”, concluye el más joven del grupo.
En la amplia zona de parqueo de la tienda La Villita aparece una mujer con dos perros de collar en la búsqueda desesperada de don Luis y doña Eloisa Rojas. Dice que es cirujana y viajó desde Bogotá con el único propósito de abrazar a los padres del ídolo. Ella también es de apellido Quintana, pero de Cuba, una coincidencia que la hace sentir cercana a la familia del corredor. “Yo los admiro mucho por la sencillez, por la honestidad, por la humildad, porque a pesar de quien es Nairo en este momento, ellos siguen siendo ellos…”.
La cirujana de zapatos blancos y de rostro amable, no retrasa el abrazo y el beso a don Luis, quien escucha los elogios del caso. Acto seguido, la mujer entrega una bella caja de chocolates a doña Eloisa que ha aparecido en la escena, sigilosamente. “Todo el que llegue aquí, ésta es su casa y son bien recibidos”, dice a los cuatro vientos don Luis, de 61 años. En su mano izquierda tiene una herida relativamente profunda que no termina de sanar.
La etapa número 15 ha sido ganada por un embalador y la tabla de la clasificación general anuncia que Nairo Quintana continúa segundo detrás de Froome, el hombre a vencer. Esta situación no ha llamado la atención de los presentes, menos de doña Eloisa, protagonista de una conversación con un periodista que llegó desde Bogotá en bicicleta. Ella, con su tono suave y directo, le cuenta que hace 34 años viven en esa casa y que ahí todos aprendieron a manejar la tienda, incluso Nairo.
La señora Eloisa, de tez morena y con algunos cabellos blancos, le cuenta al comunicador que han recibido delegaciones de otros países aparecidas repentinamente en la puerta de la tienda. “Me han traído chocolates finos de España y de Francia”, asegura la madre colombiana más felicitada por estos días, seguidora número uno de las gestas de su hijo y de la vida en el campo, pues se niega a vivir en la ciudad.
Ambos, don Luis y doña Eloisa, le oran a la Virgen del Milagro de Tunja y a la Virgen del Carmen, para que su buen muchacho termine segundo –esto ya es mucho pedir- o ‘vaya Dios así lo quiera’, se corone campeón y revolucione el ritmo cardiaco de un país que se llena de júbilo con las victorias del hombre que la vereda San Francisco de Cómbita le heredó al mundo.
Adenda: El viaje en bicicleta hasta la casa de Nairo y el posterior regreso a Bogotá, me tomó tres días, 17 horas de pedaleo para un total de 411 kilómetros y tres aguaceros. La visita a la casa del deportista colombiano más destacado del momento, es mí sencillo tributo de ciclista aficionado, a una de las familias más genuinas de Colombia ¡Fuerza Nairo!
Por: César Augusto Penagos Collazos
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