La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

Los vínculos insospechados entre la bici y la música ‘clásica’

sinfonia

Sugiero acompañar la lectura de este texto con la siguiente obra del compositor George Gershwin:

Mi pasión por la música la puedo describir como una sucesión de gustos que ha desembocado en el género asociado con las élites y la academia: la música clásica  . Para la muestra, un botón: mi viaje en bici de 520 kilómetros, entre Bogotá y San Agustín (Huila), me acompañaron sinfonías de Tchaikovsky, valses de Johan Strauss y óperas de Verdi, porque si hay dos asuntos parecidos por increíble que parezca, son un viaje en bicicleta y una sinfonía.

El pedalista es tanto el director como el solista invitado que deben sortear cada una de las dificultades de un camino trazado por blancas, negras, corcheas o fugas. El ruido de los motores y el traumatismo mental que provocan los pitos de los carros, conforman esa poderosa sección de vientos que casi siempre se impone al final de cada movimiento y que merece especial atención para no perder el equilibrio en la ejecución de la obra maestra.

El embalaje en el terreno llano y la brisa del clima seco en nuestro rostro, equivalen a un movimiento molto vivace allegro que nos acerca más rápido a nuestros lugares de destino. En cambio, la cumbre de un pequeño puente vehicular o de toda una señora montaña, es aquella tensión pianísima de las cuerdas, los tendones; el momento más silencioso y doloroso de este concierto sobre ruedas.

Al igual que cuando luchamos para vencer el sueño que de vez en cuando nos arrulla en la cómoda silla de un teatro, el sillín y la loma nos acercan a nosotros mismos en un cara a cara, una introspección que espía más allá de nuestras flaquezas. La victoria sobre el sueño en el recinto, es a su vez, la renuncia nunca concedida al dolor en las piernas cuando vamos sobre pedales. En este decisivo momento aparecen por sorpresa el bombo, los platillos y los timbales en un tutti fortísimo que despierta a somnolientos y que describe la conquista del punto más alto, la luz al final del túnel, esa maravillosa recompensa de aligerar el paso y respirar sin dolor cuando desaparece el tormentoso desnivel. Ese todo de orquesta es la felicidad de un glorioso final de una sinfonía romántica del siglo XIX.

Nuestro sudor de ciclistas urbanos o de carretera abierta, es el mismo que destila el director al final de la conquista de la melodía. Los aplausos del público y las flores ruedan en nuestra imaginación de deportistas aficionados sin remedio. A pesar de que solo son imaginaciones, nuestra más grande recompensa es la de ser siempre los directores de nuestros movimientos.

Por: César A. Penagos Collazos

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