La Sinfonía del Pedal

Publicado el César Augusto Penagos Collazos

Bogotá – San Agustín en bicicleta

La bicicleta es uno de los mejores vehículos para conocer las maravillas de nuestro país. Así lo ratificamos, cada vez que emprendemos una salida rutinaria o una travesía. Nuestra más reciente exploración, nos dejó muy variadas reflexiones. Así fue el viaje en bicicleta entre Bogotá y San Agustín.

Bogotá, 19 de abril de 2022. Las travesías en bicicleta son toda una especialidad en el amplio mundo del ciclismo. En comparación con las salidas de amigos, grandes fondos o competencias, las travesías tienen sus propias exigencias: fortaleza física y espiritual, autocontrol de la incertidumbre, conocimiento de las fortalezas y manejo de las debilidades y una capacidad muy auténtica de vivir profundamente el presente.

Las travesías permiten que vayamos lejos en línea recta o circular y, al mismo tiempo, nos permiten viajar a lo más profundo de nuestro interior: un inevitable monólogo en el que afloran los asuntos personales más insospechados.

Las travesías desde Bogotá, hacia el sur de Colombia son poco comunes, muy a pesar de las riquezas naturales que caracterizan la región. Desde nuestra experiencia, el trazado, entre Bogotá y Sa Agustín, suma 540 kilómetros, 5800 metros de desnivel, cuatro días, ocho frascos de suero, tres departamentos y 18 pueblos.

Primer día: Bogotá – Espinal

La ‘nariz del diablo’, ícono en la historia del desarrollo vial de Colombia

Por lo general, la primera ‘etapa’ de una travesía, es la más retadora, porque hay que vencer los miedos, las excusas, la inercia, pues nunca vamos a tener la certeza de cómo nos irá. El verdadero reto está en dar el primer pedalazo. Una vez en carretera, empezamos a ajustar todo lo que necesite reacomodo, desde las alforjas, hasta la badana, porque cuando el camino es largo, todos los detalles suman o restan.

Conectar a Bogotá con el Espinal, es, tal vez, la jornada más fácil de todas. Sin embargo, en ciclismo nada es regalado, por lo que es obligatorio pedalear un total 145 kilómetros, entre los cuales, se cuenta el Alto de Rosas (7.7 kms), los repechos para llegar a Fusagasugá y la temperatura mercurial de esos 50 kilómetros, entre Melgar y El Espinal.

Río Sumapaz en su corto camino hacia el Magdalena

Aunque toda la vía está pavimentada, hay muchos huecos pequeños, casi invisibles, baches e imperfectos en la extensa bajada a Fusagasugá. También, hay obras viales que angostan la calzada, entre Melgar y Girardot.

Sin duda, entre los atractivos del recorrido del primer se encuentran el monumento a los Héroes del Sumapaz (Chinauta), el Río Sumapaz y la ‘nariz del diablo’.

Segundo día: El Espinal – Neiva

Río Magdalena en la entrada de Neiva

Cualquiera diría que no hay mayor dificultad en este segmento, pues todo parece plano. No obstante, entre El Espinal y Nieva hay 1146 metros de desnivel. Es decir, no es plano, está lleno de un sinnúmero de repechos, que poco a poco, van mermando nuestra energía.

A lo largo de esos 158 kilómetros, aparecen, casi equidistantes, los siguientes pueblos: El Guamo, Saldaña, Castilla, Natagaima y Aipe. Esa cercanía, nos permite avanzar con la tranquilidad de encontrar comida, hidratación o ayuda mecánica, en la casi terminada doble calzada.

Últimos kilómetros entre Aipe y Neiva, mediodía

Pero la mayor dificultad es el clima: Después de las ocho de mañana, la temperatura sobrepasa los 30 grados centígrados. Todo ciclista que se embarque en este ‘proyecto’, debería contemplar la necesidad de terminar el recorrido antes del mediodía, cuando la temperatura bordea los 40 grados centígrados.

‘Entrenar’ el clima es parte integral de todo aficionado. Los que vivimos cerca a los páramos tenemos capacidades de oxigenación impresionantes, pero con sólo cinco minutos de sol canicular desfallecemos como el más genuino principiante.

Catedral de Neiva

Desde nuestra experiencia, sabemos que es casi imposible evitar el fogonazo del mediodía. En las dos ocasiones que hemos transitado esta carretera, los últimos 30 kilómetros, entre Aipe y Neiva, nos han parecido los más retadores de toda la travesía. En ese tramo, la deshidratación no respeta el nivel del deportista.

Los insignificantes repechos parecen premios de montaña de primera categoría, que casi siempre, van de la mano de calambres, escalofríos o desaliento total (las famosas pájaras o pálidas), un verdadero castigo, una penitencia, que desemboca en reflexiones de reproche. Eso en ciclismo se llama crisis.

Tercer día: Neiva – Garzón

Mirador La Cacica, en Gigante. Al fondo, la represa del Quimbo

En el tercer día aparece la media montaña. A lo largo de una carretera angosta y relativamente en buen estado, con varios túneles de árboles, nos encontramos las poblaciones de Campoalegre, Hobo, Gigante y Garzón.

Si algún día hacen esta travesía, deberían hacer una parada ´técnica’ en Hobo para que prueben las almojábanas, los quesillos, la avena y la cebada más apetecidas del Huila.

Mirador La Cacica, en todo el borde del Alto de los Altares

El paisaje natural es complementado por las represas de Betania y El Quimbo, donde el Río Magdalena es obligado a descansar en su sigiloso recorrido. Los viajeros cuentan con dos miradores, en los cuales, la brisa nos hace olvidar el ‘infierno’ de la tierra caliente.

Justo al finalizar el Alto de los Altares (6kms), los ciclistas pueden ingresar al mirador La Cacica, que nació como oferta turística, tras la inauguración del Quimbo. Desde los más alto, es posible apreciar ambas represas y la desembocadura del Río Páez en el Río Magdalena.

Posteriormente, los pedalistas encuentran una sumatoria de bajadas y subidas cortas, que complementan los 125 kilómetros y los 1610 metros de desnivel, de ese día.

Cuarto día (último): Garzón – San Agustín

Mirador Pericongo, entre Altamira y Timaná

Día duro con 105 kilómetros y 2010 metros de desnivel. La intensa actividad ciclística nos lleva del clima caliente al frío típico de San Agustín. En todo el trayecto, los pueblos por los que hay que pasar, también están separados casi por la misma distancia. Son Altamira (la capital mundial de la Achira), Timaná y Pitalito.

Entre Garzón (la capital religiosa del Huila) y Altamira, la carretera siempre va ganando en altitud, razón por la que es normal que las piernas lloren con los primeros pedalazos. No es para menos, ya vamos en el cuarto día de ‘castigo’.

Entre Altamira y Timaná, está el Alto de Pericongo, un mirador único e irrepetible del Río Magdalena. En ese lugar, el gran río de la nación, aún es estrecho y del color del guarapo de caña.

Cuentan que La Cacica La Gaitana, se lanzó desde ese risco para evitar ser capturada por los españoles, que la perseguían luego de que asesinara a Pedro de Añazco, el jefe conquistador de la zona, que a su vez había secuestrado y asesinado al hijo de la Cacica.

Compañía fortuita y temporal en carretera

A partir de Altamira, la vegetación cambia radicalmente con árboles frondosos, florecidos y adornados con salvajinas. El cambio de temperatura es perceptible inmediatamente. Lo mismo sucede con la dificultad del camino: la carretera se inclina con vigor, entre Timaná y la entrada a Pitalito.

El Valle de Laboyos (donde queda Pitalito), es extenso y bellísimo, que en términos ciclísticos y de acuerdo a nuestro objetivo, permite avanzar unos 40 kilómetros en terreno plano.

Ingreso a San Agustín, últimos 4 kilómetros en subida dura

Para finalizar la mágica travesía por el sur, nos encontramos con un muro de 4.3 kilómetros al 7.9% de dificultad. Una subida retadora que concluye en San Agustín, la ciudad arqueológica de Colombia, cuyo parque principal fue declaro patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO.

Eco Hotel TierraActiva, un lugar mágico para descansar, luego de la travesía

Como autoregalo por tan magno esfuerzo, los ciclistas tienen uno de los mejores cafés especiales del país y varios lugares por visitar en sus días de descanso (Parque arqueológico, estrecho del Magdalena, Salto de Bordones, San José de Isnos, La Chaquira y una gran variedad de fincas temáticas).

Nota: Este viaje lo realicé, por primera vez, en 2014, cuando apenas iniciaba en mi afición por el ciclismo. En aquella ocasión, me pudo más el vértigo, la voluntad de poder, que cualquier otra cosa, pues aún no usaba zapatillas de ciclismo y la bicicleta era grande para mí. Hace ya ocho años que me embarqué en esa travesía, sin saber que me iba a tomar tanto tiempo la revalidación. Fue inevitable recodar a mis amigos que me acompañaron durante el último día en 2014: Hugo y Billy. Recordé como nos retorcíamos en la subida final a San Agustín y del cuy que nos comimos, mientras mirábamos un partido del mundial de fútbol de ese año. Bien, ocho años después, regresé con mucha experiencia ciclística, con la sangre fría, ya sin querer impresionar a nadie, sino con el objetivo de disfrutar cada día, cada pedalazo, cada respiración. En conclusión, considero que es una travesía que vale mucho la pena, solo o acompañado y, que cuando nos falte la experiencia, debe imperar el espíritu aventurero.

Escrito por: César Augusto Penagos Collazos

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