Filosofía de a pie

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LA ABSTINENCIA DEL FÚTBOL

Hace más de un mes que terminó el Mundial de Fútbol Brasil 2014, en el que la selección colombiana vivió su mejor participación en la historia alcanzando los cuartos de final y sacando de los colombianos un incipiente sentido de “nación” o de “colombianidad” de una forma jamás vista o recordada, en especial por la generación más joven.  Aunque ya hay campeón proclamado -acompañado por las polémicas relacionadas a este tipo de certamen, algunos aún no asumen el duelo correspondiente, mientras que otros no lo han podido superar.

Es innegable el buen papel que llevó a cabo la Selección, mostró buen fútbol, incluyendo el mejor gol del torneo. Por desgracia en cuartos de final un planteamiento táctico cuestionable, acompañado del criterio arbitral bastante dudoso del colegiado español, implicó la eliminación. Hasta ese punto llegó la fiesta para todos.

Para muchos la Selección no fue eliminada, por el contrario, les fue arrebatada la clasificación. Nos quitaron lo que debía ser nuestro, la Selección merecía más. En consecuencia, a los colombianos nos quitaron ese sedante de hora y media que nos daba satisfacción y nos permitía dejar de lado todo eso que nos recuerda a diario que no tenemos futuro como país.

Los noticieros, como fiel reflejo del sentir popular, nos tenían embelesados con reseñas de partidos, jugadas destacadas y entrevistas a hinchas enloquecidos. Pero, terminada la fiesta, lo habitual brotó de nuevo: sequías, hambre y curules del Senado ocupadas por personajes cínicos, corruptos y siniestros.

Luego, llega la ansiedad, ese síntoma general del querer sentir orgullo de nuevo, de ver una vez más a aquellos once saliendo al campo para poder celebrar sus goles bailando al son del ritmo que imponen las emisoras del momento. Repiten una y otra vez aquellas jugadas, sin embargo ya no logran el mismo golpe, la misma euforia. Hay que buscar algo nuevo.

En la necesidad de alternativas evidenciamos falta creatividad y se entiende como única opción el fútbol. Los medios de comunicación, víctimas de su propia ansiedad, se encargan de glorificar el fichaje de jugadores al fútbol internacional: David Ospina al Arsenal de Inglaterra y James Rodríguez al Real Madrid, además de la expectativa generada a la posibilidad de ver a Juan Guillermo Cuadrado en el Barcelona, Juan Fernando Quintero en el Arsenal o Fredy Guarín en el Manchester United.

En su desespero, soñamos con jugadores colombianos que muestran sus capacidades en grandes clubes de Europa. A muchos se nos hincha el pecho de orgullo de tan solo imaginarlo y así conseguimos de nuevo la dosis que hace su cometido: ya no es tema de conversación el gesto técnico o la majestuosidad de la volea que permitió el primer gol contra Uruguay, ahora se habla de los grandes del fútbol con los que se van a codear los jugadores colombianos en la Liga BBVA, Barclays Premier League y hasta en la Champions League.

La angustia llega a tal nivel que a la mínima sospecha relacionada con la renuncia de José Néstor Pékerman caemos en pánico colectivo especulando, ¿qué hacemos sin él?, ¿qué sería de nosotros sin su liderazgo? La gente pide a gritos se le retenga sin importar el costo. Sin Pékerman no hay luz al final del túnel.

En Colombia con el fútbol se olvida, nos desconecta de lo que somos, de nuestro contexto y hacia dónde vamos. Escondemos los problemas que nos generan vergüenza, es la perfecta cortina para ocultar todo lo que nos disgusta como país, pretendiendo que se nos juzgue como país por el fútbol que jugamos, no por las dinámicas que manejamos con regularidad.

Es una reacción natural querer resaltar lo positivo; lo malo es que el fútbol sea usado para ello. Al final del día el carácter mundano del fútbol no lo soporta, es sencillamente un evento de entretenimiento que no debería ser mezclado con otros fenómenos: permitámosle al fútbol ser tal y para lo que fue concebido, para que no lo abordemos desde perspectivas que no le corresponden.

Es necesario reflexionar sobre cómo aceptaremos esta realidad al vernos enfrentados a ella de nuevo o, si por el contrario, decidimos con convicción enajenarnos, esperando cuatro años más el gol que nos haga flotar de nuevo.

Por Edgar A. Medrano

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