Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Anthony Bourdain y el suicidio

Tomado de wikipedia
Tomado de wikipedia

Anthony Bourdain nos llevó a lugares inhóspitos, nos mostró las costumbres gastronómicas y culinarias de muchos lugares del mundo y de todos los niveles económicos. El turista profesional y cocinero se movía en cualquier reino como pez en el agua; conversaba con el cocinero famoso o la señora del pueblo con la misma actitud: curiosa, inquisidora, desprevenida. Era fascinante su manera directa y sobre todo honesta de relacionarse con la gente y consigo mismo. En general, la gente no puede disimular como quiere ser vista, o no puede disimular que no le importa cómo es vista. Es uno de los rasgos más conspicuos de toda personalidad. De alguna manera, la inseguridad, la seguridad, el gran ego o la humildad se trasparentan. Bourdain pertenecía al grupo de personas que cuidan su imagen lo justo, sin exagerar. Uno cierra los ojos y lo ve con sus camisas remangadas, por fuera del pantalón, con sus piernas largas y ese caminado suelto, con el torso tirado hacia atrás, cosa del que no tiene afán, del que va observando el alrededor y viviendo, respirando el minuto, sin la más mínima preocupación por lo que los demás piensen de él. Es fácil recordar su risa dientona, que brotaba unos segundos retrasada respecto a la causa. Era un verdadero habitante del planeta, un ciudadano del mundo, aunque siempre orgulloso de vivir en Nueva York. Era un ser envidiable, porque lo creíamos un afortunado.

Aunque nos han dicho desde niños que la felicidad no depende en gran medida de las cosas exteriores,  no lo creemos, pero en parte es verdad. La felicidad, la comodidad sicológica, no dependen del afuera, son estados internos de la mente. Por supuesto, quién se siente triste está obligado a pensar que se debe a algún asunto de la realidad. El cerebro busca razones para entenderse a sí mismo, y engaña a su dueño. Además, algunas veces sí estamos tristes por asuntos que ocurren en la realidad externa. Somos sicológicamente complejos e impenetrables.

Es un placer innegable y necesario el que da rememorar a quienes queremos y se han ido, ya sea escribiendo, hablando, contando o pensando sobre ellos. Por eso se ha escrito tanto sobre Bourdain en estos días y por eso no vale la pena reescribir su biografía. Solo quizás volver sobre esos aspectos que son más interesantes para uno, como el que a los 44 años no tuviera seguro médico ni supiera de qué iba a vivir, como que un libro lo catapultó a la fama y lo volvió millonario (Kitchen Confidential, en español: Confesiones de un chef), como que ante la pregunta de que si no le daba ningún miedo ir a lugares inseguros y remotos, Bourdain contestara que qué le podía pasar más allá de tener que tomar antibióticos. Fascinante, era un aventurero sin miedo de los peligros del mundo. Es probable que solo temiera a sus pesadillas, a su propia oscuridad. Por decir algo, pues nadie sabe ni sabrá lo que pasaba allá adentro de él. Y ¿por qué? Porque las causas del suicidio son complejas e indeterminadas, dicen los sicólogos. Los que pensábamos que quien se suicida lo hacía por depresión estábamos equivocados. De nuevo, las causas del suicidio son complejas, indeterminadas e impredecibles. La taza de suicidio en USA es del 2 % entre los depresivos y del 1.6 % entre la gente normal. Es la causa número diez de mortalidad en USA.

El suicido es la forma de morir más estigmatizada; civilmente se trata como un crimen: a los suicidas no se los puede cremar, por ejemplo; y socialmente, entre los creyentes, el suicidio se trata de pecado mortal; entre el resto de la gente se trata de patología. Pero se nos olvida que la vida no es un bien supremo cuando se sufre, ni hay porqué respetarla. No está en las manos de ningún dios, emperador o estado el definir hasta cuándo tenemos que sufrir la vida, si de eso se trata. El suicidio puede ser también un acto de suprema libertad.

Las causas son tan complejas de entender, que las predicciones sobre quiénes están en riesgo de suicidarse fallan catastróficamente. Son indeterminadas, porque al estudiar a quienes se han suicidado no se encuentran patrones o características comunes. Pero es impactante saber que experimentos realizados con computadores y personas muestran que estos algoritmos inteligentes logran predecir con una cercanía al 80% lo que nuestra observación juiciosa no consigue. Algunos de los grupos de científicos que conocen los programas están luchando contra la inercia de la práctica clínica —que insiste conservadoramente en métodos que no funcionan— para que estos experimentos se implementen como método preventivo de diagnóstico. Las máquinas inteligentes utilizan un método de análisis de datos que automatiza la construcción de modelos analíticos. Es una rama de la inteligencia artificial basada en la idea de que los sistemas pueden aprender de los datos, identificar patrones y tomar decisiones con una mínima intervención humana.

Volvamos a Bourdain. Los viajeros sedentarios no podemos más que agradecerle por sus programas en los que nos llevó de paseo por el mundo. Eran divertidos, eran interesantes, eran placenteros. Parafraseando a Yourcenar, Bourdain era una criatura imantada, con demasiadas alas para estar en la tierra, pero demasiado carnal para estar en el cielo (Safo o el suicidio. Marguerite Yourcenar).

Una gran cocinera me regaló un poema para despedir a Bourdain

Los cocineros somos de otra casta.

Somos esas persona raras.

Somos los que nos gusta la aventura,

y creemos que en la alquimia

es posible tener algo de magia.

Que a veces con pocos ingredientes

Y un poco de vehemencia,

conseguimos una obra afortunada.

Otras, por el contrario, añadiendo lo exótico y costoso,

no logramos que el plato sepa a nada.

Porqué me da tristeza confesarlo:

yo no sé si los otro de mi casta,

tendrán motivaciones diferentes a la de cocinar por ser amada.

Porque eso lo he vivido intensamente.

El corazón no se llena a cucharadas.

Sentirnos entre cazuela, ollas y sartenes

nos devuelve la estima ya perdida.

Volvemos a ser felices y seguras,

porque habrá algo por lo que no seremos así menospreciadas.

Regresar a lo real, al comentario sincero o al agravio…

Ya no es picar cebollas lo que nos hace derramar las lágrimas,

que terminan por apagar el fuego.

Los deseos de envolver en hojas de lechuga

los besos y caricias que no son requeridos,

también son artilugios cocineros,

para disfrazar las cosas que guardas en el alma.

Muchas veces, mientras preparas algo que él desea,

mientras enciendes el fuego nuevamente,

el amor se enfría entre las sábanas,

de tu alcoba vacía y solitaria.

Para la soledad en compañía,

para todos nosotros,

cocineros de oficio o de alma,

no se ha inventado la receta mágica,

que nos devuelva el amor romántico,

la adolescencia feliz,

o la lejana niñez perdida y olvidada.

Por María Cristina Caicedo

Inteligencia artificial y suicidio

Imposibilidad de predecir el suicidio

Safo o el suicidio

 

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