Bianca Boster, periodista y escritora, nos reconfirma lo que sabemos sobre ese mundillo, y lo hace con humor e ironía (muchas veces van juntos). Nos cuenta sobre su experiencia como ayudante de galería, como vendedora y como vigilante de museo. Relata sus reflexiones y experiencias en el libro Get the Picture: A Mind-Bending Journey among the Inspired Artists and Obsessive Art Fiends Who Taught Me How to See (Dese una idea: un viaje alucinante entre los artistas inspirados y los fanáticos del arte obsesivos que me enseñaron a ver).

¿Quiénes conforman este mundillo? Lo conforman los artistas, los galeristas, los críticos de arte, los compradores y los coleccionistas. Es simple, este mundo necesita emisores de la señal y receptores. Así que es un mundo que depende del mundo social. Y esto no es nuevo, se remonta al verdadero pasado humano. El arqueólogo David Lewis-Williams, en su libro La mente en la cueva lo deja muy claro. Se refería al arte del paleolítico cuando dijo: “En la raíz de muchas de estas explicaciones está la comprensión de que la creación de arte es una actividad social, no puramente personal. El arte sirve a fines sociales, aunque sea manipulado por personas individuales en un contexto social, para lograr ciertos fines. El arte no puede entenderse fuera de su contexto social”.[i]

Así que el artista, por inspirado y solitario que sea, necesita mostrar, ser avalado por la gente y por la crítica, y le urge vender para poder dedicarse de tiempo completo a su oficio. Aquí y en Kazajistán, a los artistas les queda dura la supervivencia. Una vez le preguntaron a Beatriz González que cómo había podido trabajar toda su vida en arte y contestó que porque había sido una “mantenida”. Y usó esa expresión.

Hacer arte cuesta plata, recursos y tiempo. Hay que producir objetos para los que es necesario tener la materia prima. Pero, todavía más, hay que gastar mucho tiempo, manufacturando y pensando y diseñando y estudiando. Hacer arte es costoso para el artista, y solo le pagan por ello cuando vende su trabajo. Hoy el mundillo del arte funciona más alrededor de la venta, que de la crítica. Las galerías y los comerciantes de arte también tienen que vender para sobrevivir. Si los hay que lo pueden hacer sin vender es porque utilizan las fortunas familiares para darse ese lujo.

Para vender hay que empezar por llamar la atención. Este es el primer requisito de la obra de arte para consumarse como tal: captar la atención, y hoy en día hay que agregar, de los medios. Aunque en la historia de las artes plásticas, en Occidente, no siempre fue importante innovar, desde hace muchos siglos lo es. Así que una de las primeras dificultades que enfrenta el artista es proponer algo que sea original, que no sea vea muy repetido, que llame la atención.

El problema es que no hay suficiente perspectiva para juzgar las innovaciones, ni para el público inexperto, ni para el crítico experto. Las obras de las artes plásticas necesitan un contexto que las hace ver como obras de arte. Muchas veces no es suficiente el que estén exhibidas en una galería con prestigio o en un museo. No es insensato pensar que, en una producción tan afanada y abundante, se produzca mucha obra efímera, no en el sentido artístico, sino en el sentido real, que no dura viva ni un día, porque nadie se llega a interesar. Y el ojo discriminatorio es muy escaso.

Las personas que trabajan en las galerías y los museos se tiene que mover mucho y con esfuerzo para encontrar a los coleccionistas y compradores, y luego para concretar la venta. Entonces ¿cómo convencer al comprador? No solo después de leer este libro, después de vivir en los escenarios del arte, me atrevo a decir que “creando prestigio”.

El prestigio va de la mano del estatus. No es fácil subir el estatus de una galería, de un crítico o de un marchante, que es como se les dice a los comerciantes de arte: dealers o marchantes. Algunas galerías nacen importantes, como lo son los hijos de los importantes. Hay galerías hermanas de otras que ya han ganado prestigio. La palabra prestigio se utiliza todo el tiempo en este mundo. En la ciencia también se necesita, pero las hipótesis y los teoremas se pueden demostrar, aunque no se tenga prestigio, y una vez demostrados no hay necesidad de ser “alguien”, se sostienen solos.  Pero en el arte hay maneras. Veámoslas.

Hacer la galería prácticamente inaccesible para la gente normal. Parece contradictorio, pero no es. Las galerías permanecen cerradas. Indican que no cualquiera puede entrar. Para hacerlo, hay que pedir cita y no le dan cita a todo el mundo. Y en las que uno puede entrar, muchas veces, hay que tocar a la puerta. Y cuando uno entra, lo miran de arriba- abajo con milimétrico escrutinio. Bonke explica todo el rollo del vestuario a favor de ponerse o quitarse estatus. Ella es muy buena y graciosa mostrando como es de complicado vestirse apropiadamente en Nueva York, si uno no quiere ser eliminado del conjunto de los elegidos.

Luego, los precios de las obras están ocultos, como diciendo: “Si eres tan rico, puedes comprar lo que se te antoje, y no te importa el precio”. La verdad es que a todos los seres humanos nos importa el precio. No porque podamos o no pagarlo, sino porque tenemos un sentido de lo que valen las cosas y detestamos ser abusados, nos molesta que nos crean bobos. Bueno, pero digamos que, en las galerías, son muchos los que aceptan este trato, como diciendo: “usted no sabe quién soy, no dudes que puedo pagar”.

Crear intriga. Como la gente normal no sabe cómo juzgar lo que ve, entonces se ha vuelvo común sumergir el asunto en un halo de misterio. Hacerlo extraño, extravagante, inusual. Un artista superdotado en el aprovechamiento de este truco fue Joseph Beuys; grasa, fieltro, energías. Toda su obra inmersa en una carreta de tonterías esotéricas, y él mismo, un gran actor, y charlatán profesional.

Recordemos que el chamán no cura porque tiene el poder de curar, sino que cura porque tiene el poder de convencer, y el enfermo se cura porque tiene la capacidad de creer, y porque existe el “efecto placebo”. Pero el chamán tiene que ser convincente, él mismo tiene que creer en sus poderes.

Algo muy gracioso en el libro de Bianca Bosker, algo que todos hemos notado sin hacerlo muy consciente, es el manejo del lenguaje que se usa en este mundillo. Se aconseja usar un lenguaje complicado, no lucir alegre, ni hablar con una voz, entonación o ritmo normal. Bosker llama al lenguaje que se usa en este mundillo: El inglés artístico internacional. Y en USA debe ser francófilo, porque la cultura francesa tiene mucho estatus en América del norte. Ellos utilizan el sufijo “ité”, en español es “alidad o idad” iconicidad, indexicalidad, y palabras usadas por los posmodernos o maestros de los textos oscuros; entre otras, casi todos ellos franceses. Una de las historias de Bosker es la siguiente: cuando le dijo a un curador que una performance era “aburrida”, el curador no estuvo de acuerdo y le contestó que no era aburrida, que era “duracional”.

En los textos posmodernos, con un poco de deliberada oscuridad, se ocultan ideas banales y vacías. Es más fácil decir una tontería, sin que lo parezca, si está metida entre un enredijo de palabras y de ideas. Así que el escritor postmoderno convierte un texto elemental y superficial en uno “intelectual” usando cuatro estrategias (pueden más). Complicar las frases con el uso de ciertas palabras: discurso, intertextual, postcolonial, devenir, alteridad, identidad, contestatario. Usar prefijos como: re, ex, post, hiper. Terminar las palabras con alidad, tricidad y al tiempo usar términos del sicoanálisis. Citar mínimamente a Derrida, a Focault o a Barthes (se pronuncian todos con acento al final). [ii]

El mundo de las artes plásticas es un desafío para espectadores y artistas, y es fascinante. Siempre nos está retando emocional e intelectualmente. Propone que demostremos lo indemostrable: que algo hecho en el presente vale. Y el hecho de que no sea factible asegurarlo, no significa necesariamente que no valga. Hay conocedores y hay ojos expertos. Claro que sí. En cualquier campo del conocimiento no es lo mismo ser un lego, un novato, que ser un conocedor con experiencia, pero este campo es tan difícil, que aun así los expertos se pueden equivocar. Hay criterios de juicio para juzgar las obras de arte, pero estos varían y dependen de lo que existe en el mismo campo, al mismo tiempo, y de lo que ha existido previamente. Los parámetros de valor necesitan la comparación. Esta es más precisa cuando lo que se compara, se compara contra miles de ejemplos similares y no contra uno, de ahí el principal problema para juzgar las novedades.

Y sobre la transacción monetaria aquí una cita del libro de Quentin Bell, On Human Finery:

“El valor de la transacción reside en la capacidad del ejecutante (es decir, del vendedor) de inspirar fe en lo que en términos ordinarios sería absurdo. Su tarea es convencer a su congregación de que algo mágico ha sucedido. Un acto sin sentido, con la mera imposición de las manos, convierte basura sin valor en una valiosa obra de arte. El valor de cambio de la cosa, o más bien su repentina apreciación, es la prueba de los poderes taumatúrgicos del artista, y la implicación es que todo lo que se vende como arte es arte. En una sociedad que no cree en nada excepto en el dinero, el arte es una religión que permite el gasto conspicuo, es la religión del dinero”.

[i] David Lewis- Williams. The Mind in the Cave. Nueva York, Thames & Hudson Ltd, 2002. Edición del 2008. P. 44.

[ii] En Catrecillo: https://blogs.elespectador.com/actualidad/catrecillo/postmodernismo-y-disonancia

Avatar de Ana Cristina Vélez

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.