Por: Andrés Felipe Salazar Ávila
Tras la amplia victoria que tuvo la opción de “Apruebo” al cambio de constitución en Chile el pasado 25 de octubre, las reacciones de varios representantes y simpatizantes de distintos sectores políticos en Colombia no se hicieron esperar. Me llamó la atención que algunos seguidores del Centro Democrático y de la derecha latinoamericana cuestionaran esta decisión bajo una premisa: lo que ocurrió ese día fue un “golpe” contra la “libertad económica”. Fue el fin del modelo de desarrollo “ideal” para Chile y el resto de América Latina. Incluso, sin poner en cuestión –o justificando– las violaciones sistemáticas hacia los Derechos Humanos que la dictadura de Augusto Pinochet realizó por “salvar del socialismo” a su nación.
Estas reacciones no son para nada ajenas a nuestro contexto. Precisamente, las posturas y los repertorios discursivos que la extrema derecha colombiana y el gobierno actual han construido, no solo con relación a lo ocurrido en Chile, sino desde su visión de país, se han caracterizado por sobreponer las narrativas de “crecimiento” económico, productividad y “progreso”, sobre aquellas que se relacionan con el reconocimiento de un pasado doloroso y la existencia de un conflicto armado en nuestros territorios.
La razón: imponer una memoria histórica “oficial” en la opinión pública, cuyas narrativas justifican un falso dilema entre los que quieren el progreso y los que no, por respaldar unos acuerdos de paz o ser parte de otros proyectos políticos que, según ellos, van en contravía del desarrollo de nuestro país. Quisiera detenerme entonces, en explicar cómo funcionan algunos de estos repertorios discursivos que la extrema derecha colombiana usa para imponer esta falacia.
La psicóloga chilena Elizabeth Lira, quien ha estudiado las dinámicas de duelo, trauma, memoria y reparación en los países del Cono Sur (Chile y Argentina), hace alusión a la idea de los “salvadores de la patria”, que surgen en contextos de transición política. En nuestro caso, Álvaro Uribe podría encajar dentro de esta figura. Uno de sus ejes discursivos ha sido que su proyecto político “salvará” a Colombia del castrochavismo o de que una crisis económica similar a la que vive Venezuela. Acorde con ella, la razón por la cual se usan estas retóricas de la salvación, es que buscan imponer una versión oficialista de la memoria. Es decir, unos relatos que exoneren de toda responsabilidad a estos “salvadores”, ante las violaciones de derechos humanos ocurridas en sus gobiernos. O incluso, si son declarados culpables, que la gente valore positivamente sus acciones y las reconozca como “sacrificios” que hubo que hacer por el bienestar económico de la patria.
Otro de los repertorios discursivos empleados por varios funcionarios del gobierno de Iván Duque, para imponer este falso dilema entre la paz y el progreso, se relaciona con la idea de la “ingenuidad” de las élites. El 1 de noviembre el Centro Democrático realizó un foro interno sobre los orígenes de la violencia, en el cual participó Darío Acevedo, director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), y quien hizo la siguente afirmación: “en el campo político y cultural, las élites políticas han descuidado el asunto (de la violencia) y por eso sigue siendo dominado por discursos estructuralistas y marxistas”.
Considerando esta afirmación, quisiera preguntar: ¿el despojo sistemático y violento de tierras, la represión contra la movilización social y otras formas de organización política (cabildos, juntas de acción comunal, asociaciones campesinas), y la falta de inversión social en las diferentes regiones son “inventos” de los investigadores sociales –según Acevedo, “marxistas”- para poner en tela de juicio la “inocencia” de las élites regionales? No, no son un “invento” marxista o estructuralista ni un descuido de las élites. Todo lo contrario. Son causas que las élites políticas han propiciado para agudizar la violencia.
Lo llamativo de todo esto, es que más allá de lo absurda que es la posición de Acevedo, su mensaje tiene una intención clara: estigmatizar a todos aquellos que ofrezcan explicaciones sobre la violencia en Colombia, que no traten a las FARC o al socialismo como los únicos responsables de este fenómeno. Dicho de otra manera, eximir de culpas a las élites políticas de este país, porque su función siempre ha sido garantizarnos un país “libre” y “próspero”. Ya que quien se oponga a esta narrativa, señalada por el director del CNMH, es alguien que no quiere que este país “eche pa’ lante”.
Ahora bien, quiero traer a colación un punto que Enzo Traverso, un investigador en temas de memoria, señalaba en su discurso de reconocimiento como Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Plata en Argentina. Él planteaba que la falsa idea de “libertad económica”, que ha propiciado el modelo neoliberal en América Latina, que no es más que la capacidad de consumo que tenemos nosotros, independiente si se obtiene con deudas o no, ha hecho un daño enorme a la construcción de memorias colectivas. Y sobretodo, ha creado un alto grado de incertidumbre para las generaciones más jóvenes, los cuales sentimos una desesperanza hacia el futuro.
En el caso nuestro, basta con ver frases como “no marchen, produzcan” o “estos jóvenes lo quieren todo regalado”, las cuales han sido impulsadas por el gobierno actual y sus copartidarios en el contexto de las movilizaciones sociales, para entender cómo la extrema derecha colombiana busca deslegitimar otros proyectos de país que no satisfagan su modelo de desarrollo, el cual se basa en el extractivismo de recursos minerales, la precarización laboral y el incumplimiento de los acuerdos de paz pactados en La Habana (CELAG, 2019). Frases que se amparan en el discurso de la “libertad económica” que señalaba Traverso, y que para el actual gobierno, funcionan como un antídoto que “cura” al país del “castrochavismo”.
Quisiera entonces, a modo de cierre, retomar una idea que en algún momento María Emma Wills nos dijo en una clase que tomé en la universidad hace algunos años. La guerra en este país empieza por el ámbito comunicativo. En este escenario es donde se construye un ideal del “enemigo”, donde se forjan falsos dilemas, como el de la paz y el progreso, y se estigmatizan otras narrativas que van en contravía de quienes buscan imponer un orden a través de la violencia. Quizás por eso, la violencia comunicativa es de las que poco se habla y una de las que diariamente azota a nuestro país. Tal vez un paso que ayude a mitigar esta violencia, y los otros conflictos, es cuestionar estos discursos que nos imponen, cada vez con más vehemencia. Esto puede ser de gran utilidad para que como sociedad no olvidemos. No olvidemos a aquellos que lucharon por cambiar este país o fueron víctimas de la guerra. Solo así, recordándolos, podemos avanzar.