
Conozco al Dr. Pachón desde los claustros de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, lo he visto crecer en el campo del pensamiento y lo he visto cosechar los frutos de un trabajo esmerado y juicioso, son quizá estos dos elementos los que de una u otra manera le han faltado al país para pensarse y repensarse, de ahí la permanente necesidad de saber realmente qué o cómo somos los colombianos y los latinoamericanos. Se graduó del pregrado con honores. Ha sido profesor universitario de tiempo completo en las Universidades Santo Tomás de Bogotá, Nacional de Colombia, actualmente en la Universidad Industrial de Santander y es profesor visitante asociado del departamento de estudios hispánicos de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe, Japón. Su mayor preocupación ha sido dejar un legado con los estudios acerca del pensamiento universal, enraizados desde Latinoamérica para el mundo, su numerosa producción intelectual y académica así lo demuestran, no en vano desde el pregrado ha sido distinguido con las más altas calificaciones y distinciones, así como en la maestría y en el doctorado, cuya tesis le mereció ser Summa Cum Laude y que acertadamente publica ahora Ediciones Desde Abajo, libro que explica los presupuestos epistemológicos y metafísicos de la propuesta prometeica hecha por uno de los padres de la modernidad científica: Francis Bacon.
Mientras en Inglaterra nacía el célebre filósofo, político y escritor Francis Bacon, en las montañas venezolanas moría el último rebelde conquistador contra la Corona Española, Lope de Aguirre, autoproclamado Príncipe del Perú. Esto, que puede parecer trivial, puede permitirnos comprender un poco cómo se movía el mundo en el año del Señor de 1561. En América estaba por terminar el periodo mal llamado de la Conquista y se iniciaba un largo periodo colonial, proceso que buscaba replicar la vieja administración española en el Nuevo Mundo, bajo el precepto del dominio y la pertenencia. Eran los tiempos del fanático Felipe II y de la reina virgen Isabel I.
Francis Bacon vivió la grandeza cultural de la época de oro inglesa, bajo el auspicio de una monarquía y un parlamento relativamente liberales que auspiciaron el renacimiento inglés, donde floreció la música, la literatura y, en el caso particular de Bacon, la ciencia, realmente incipiente para el Occidente de entonces. Pese a la guerra con España, que disminuyó las arcas de los dos países, Inglaterra empezó a vivir un florecimiento gracias al comercio trasatlántico, al comercio de esclavos y al auge de la piratería, auspiciado por la propia Corona británica.
Pero ese auge no lo vivenciaba el pueblo inglés, quienes vivían hacinados en pequeños poblados, sin ninguna salubridad, donde las aguas sucias corrían a cielo abierto por las calles de Londres, la principal ciudad, llevando todos los desperdicios al Támesis, generando enfermedades y pestes, como el tifus y la peste bubónica, donde la expectativa de vida no sobrepasaba los 40 años y en donde la mayoría de niños no superaba los 5 años de edad. La dieta básica común era hogazas de pan, algunas hortalizas como el repollo y de vez en cuando carne, cuando la caza era buena, en donde el azúcar era un lujo y las papas un bocado para los nobles. Solamente los ricos tenían acceso a la educación y algunos privilegiados estudiaban francés y latín con los monjes que habían huido de los monasterios y pasaban por humildes campesinos.
¿Acaso fue esta la realidad que desde joven vislumbró Francis Bacon y que buscó cambiar con sus propuestas empíricas y científicas? Bajo el reinado de Jacobo I fue que empezó a acceder a cargos importantes y a estar dentro de los círculos decisorios más importantes de la ya floreciente Inglaterra. En 1626 publica la célebre Nueva Atlántida, donde describe una tierra mítica, a la que denomina Bensalem, en donde sus habitantes, sabios, han logrado descubrir las leyes de la naturaleza y han puesta ésta a su servicio. Ahí es el conocimiento el máximo don que se puede adquirir en la Casa de Salomón, logrando una vida en armonía para todos sus congregados. Este logro se debe a la ciencia aplicada a la vida práctica de sus habitantes, cuya consecuencia es una perfecta organización social y una economía basada en las necesidades humanas.
La Nueva Atlántida se encuentra ubicada en el océano Pacífico, nuevo para los europeos desde 1513, pero donde tomaron asiento culturas tan importantes como Incas, Mayas, Aztecas, más próximos a nosotros la afamada cultura Tumaco-La Tolita, ¿providencial, acaso, que Bacon haya vislumbrado este mar como el del futuro, cuando en pleno siglo XXI conecta a las más grandes potencias mundiales? Ahí está Bensalem, “Tierra dichosa”, “Tierra bendita”, “Tierra de ángeles” y que significa “el Hijo Perfecto”.
A diferencia de las utopías de Moro (1516) o de Campanella (1602), humanista la primera y mística la segunda, la de Bacon (1626) se orienta hacia el dominio de la naturaleza por el hombre, como hemos dicho ya, por eso asombra que hace más de 400 años haya dejado sentadas las bases, por lo menos en la imaginación, del avión, el submarino, el micrófono, la manipulación de los alimentos para mejorar la producción, entre otros, en pocas palabras, lograr que la naturaleza permita los medios precisos para mejorar la vida humana.
Francis Bacon muere en 1626, había publicado, entre otros, Ensayos sobre moral y política (1597), El avance del saber (1605) e Indicaciones relativas a la interpretación de la naturaleza (Novum Organum) (1620), fue miembro de la Cámara de los Comunes, Procurador, Fiscal y Canciller; fue acusado de corrupción, encarcelado y falleció a causa de una pulmonía, adquirida durante un experimento para congelar gallinas. Pasaría un buen tiempo, como lo afirma el profesor Pachón en su enjundioso libro, para reconocer el valor científico de su trabajo, como un verdadero profeta de la era científica que a muchos tanto nos desvela.
Mientras en Inglaterra fallecía un revolucionario del pensamiento, como lo fue Bacon, en América del Sur se establecían la Reducción Jesuita de Santa María la Mayor en suelo argentino, donde se buscó implementar lo que algunos teóricos llaman “colonialismo benigno”, buscando expandir el modo de vida europeo entre los indígenas guaraníes, explotando su trabajo y sometiéndolos al adoctrinamiento cristiano católico, tratando de vivenciar lo que algunos han llamado “la utopía socialista cristiana”, bajo el precepto del dominio de unos sobre otros, tan distante de la propuesta de Bacon, donde lo que se busca poner al servicio de la humanidad es la naturaleza misma, de ahí la importancia en el detalle de las Formas, expuesto magistralmente por el profesor Pachón.
El libro está dividido en tres partes: la primera, denominada Hacia la reforma del saber, que busca esclarecer los hechos que llevaron al Canciller a una reforma del saber, principalmente a raíz de los principales descubrimientos del siglo XVI, así como las reformas cristianas de su época; la segunda, titulada Escepticismo, ídolos e inducción, donde se desarrolla la teoría de los ídolos, entendidos como obstáculos que dificultan el acceso a la verdad de la naturaleza, así como la superación del escepticismo para poder acceder al entendimiento sobre la mente y las cosas, el cual es posible mediante un nuevo método, propuesto principal de Bacon, la inducción como experiencia reglada o Novum Organum, permitiendo una verdadera interpretación de la naturaleza; y, finalmente, una tercera parte, Metafísica, Forma e Imperio Humano sobre el universo, que es donde Pachón Soto se adentra sobre el tema de la forma en Bacon, refutando algunas teorías que han hecho escuela al respecto, o bien restándole importancia al término mismo o mal interpretándolo, analizando cuál es la clave del dominio sobre la naturaleza y presentando sus límites.
Tema para especialistas, sin duda alguna, pero también una posibilidad epistémica, como una invitación, para cuestionarnos sobre el avance de la ciencia y el dominio de la naturaleza en un mundo como el actual, donde el hombre se impone a su espacio y conquista nuevos lugares, imponiendo el dominio del saber sobre los que lo carecen, generando nuevas dudas acerca de los fundamentos éticos que deben acompañar al ser humano cuando se cree, y así se concluye con la sobre explotación de los recursos de manera inusitada en los últimos 150 años, amo y señor del universo.