Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

Refunfuños desde la cama. Ocho selecciones de El Pozo, de Juan Carlos Onetti

Confieso que escribí sobre Onetti sin haberlo leído, solo habiendo leído sobre él, en el periódico de la universidad. No obstante tener en casa El Astillero, en la popular edición de Salvat, creo haber desistido de su lectura pero sin la desazón con que abandoné Coronación, de José Donoso, de la misma editorial, y con la convicción de algún día le metería el diente. “También yo he entrevistado y escrito sobre autores que no he leído”, me consoló el director de aquel impreso.

Pues ese día llegó la semana pasada. De Onetti me atraía su prestigio como existencialista, desencantado y amante de permanecer en la cama, como lo atestiguan decenas de artículos y no pocas fotos. Su propia viuda dijo que “Onetti estaba más vivo en la cama que mucha gente de pie y a pie”.

Y no solo para leer y escribir. El acucioso especialista Juan Camilo Rincón, colaborador literario de El Tiempo, refirió la vocación –mediocre- del autor de El Astillero en camas ajenas. Contó Rincón que contó Carlos Fuentes que en una visita que le hizo a su colega uruguayo, este lo recibió en piyama y bata. “Su esposa, un poco molesta, sin importar la presencia del escritor mexicano, le gritó: ‘dejá el vaso de whisky. ¡Trabajá!’”. Y que sin darle mucha importancia al reclamo, Onetti le pidió a Fuentes que lo acompañase a casa de su amante, distante una cuadra y media de la suya. Llegados allí el mexicano y el uruguayo, su compañera no formal le dijo: “dejá ya ese whisky”, a lo que Onetti no tuvo por más que dar vuelta a la casa oficial de Dolly Onetti, donde había más laxitud en las reglas.

La acritud, sin embargo, en popurrí con misoginia y un machismo poco tolerable en los tiempos que corren, corrompen la experiencia de lectura, que no obstante se lleva la atención de las pupilas al menos más allá de la mitad del libro.

Acá a lo que me refiero, y disculpen la cita larga: “he leído que la inteligencia de las mujeres termina de crecer a los veinte o veinticinco años. No sé nada de la inteligencia de las mujeres y tampoco me interesa. Pero el espíritu de las muchachas muere a esa edad, más o menos. Pero muere siempre; terminan siendo todas iguales, con un sentido práctico hediondo, con sus necesidades materiales y un deseo ciego y oscuro de parir un hijo. Piénsese en esto y se sabrá por qué no hay grandes artistas mujeres. Y si uno se casa con una muchacha y un día despierta al lado de una mujer, es posible que comprenda, sin asco, el alma de los violadores de niñas y el cariño baboso de los viejos que esperan con chocolatines en las esquinas de los liceos”.

Hecha la políticamente correcta salvedad, vámonos a degustar esta selección de ocho gemas de este refunfuño que es la novela breve El Pozo, escrito en un fin de semana en que el uruguayo se quedó sin cigarrillos, (sin los cuales, huelga esta atropellada digresión, Julio Ramón Ribeyro dijo no poder crear y al últimatum médico: vivir más sin fumar o vivir menos fumando, optó por la segunda con tal de mantener el tráfico de palabras).

  1. “Releo lo que acabo de escribir, sin prestar mucha atención, porque tengo miedo de romperlo todo. Hace horas que escribo y estoy contento porque no me canso ni me aburro. No sé si esto es interesante, tampoco me importa”.
  2. “Debe haber alguna obsesión ya bien estudiada que tenga como objeto la nuca de las muchachas, las nucas un poco hundidas, infantiles, con el vello que nunca se logra peinar”.
  3. “La botella de cerveza estaba vacía, la mesa y las sillas, de hierro, sucias de polvo y llenas de manchas. ¿Por qué me fijaba en todo aquello, yo, a quien nada le importa la miseria, ni la comodidad, ni la belleza de las cosas? Claro que terminamos hablando de literatura. Hanka dijo cosas con sentido sobre la novela y la musicalización de la novela. Qué fuerza de realidad tienen los pensamientos de la gente que piensa poco y, sobre todo, que no divaga”.
  4. “Hanka tiene veinte años; al final le vino una crisis de ternura y me obligó a aceptarle el hombro como almohada. Se imaginaría que soportaba, además de mi cabeza, algo así como una desesperanza infinita o vaya a saber qué. Después en la rambla, le dije que nuestra relación era una cosa ridícula y que era mejor no vernos más. Entonces me contestó que tenía razón, pensándolo bien, y que iba a buscarse un hombre que sea como un animal. No quise decirle nada, pero la verdad es que no hay gente así, sana como un animal. Hay solamente hombres y mujeres que son unos animales”.
  5. “Tiene la cara como la inteligencia, un poco desdeñosa, fría, oculta y sin embargo libre de complicaciones”.
  6. “Y Cecilia, que puede distinguir los diversos tipos de carne de vaca y discutir seriamente con el carnicero cuando la engaña, ¿tiene algo que ver con aquello que la hacía viajar en el ferrocarril con lentes oscuros, todos los días, poco tiempo antes de que nos casáramos, “porque nadie debía ver los ojos que me habían visto desnudo”?”
  7. “Toda la culpa es mía: no me interesa ganar dinero ni tener una casa confortable, con radio, heladera, vajilla y un watercló impecable. El trabajo me parece una estupidez odiosa a la que es difícil escapar. La poca gente que conozco es indigna de que el sol le toque en la cara”.
  8. “Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”.

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