Hundiendo teclas

Publicado el Carlos Mario Vallejo

Maruja Vieira revistada

Maruja Vieira y su hija Ana Marcedes Vivas. Toto: Tomada de Mincultura.

 

 

 

 

 

“Más allá de la niebla, la ciudad increíble se aferra a la montaña”

María Vieira White (1929), nombre de pila de la poetisa de más calado en Manizales, dejó de firmar así sus escritos por jocosa insinuación de Pablo Neruda durante algún ágape cultural en esta ciudad . El vate, conocedor de que a las marías colombianas les llaman Maruja, le aconsejó este nombre con el que ha publicado desde su obra novel ‘Campanario de lluvia’ hasta ‘Los nombres de la ausencia’, su último poemario. “El nombre tiene demasiadas vocales y el White no viene a cuento”, espetó el chileno tras contar que “en mi país les decimos Maruca”.

Su madre, la también poeta Mercedes White, se enredó en amores con Joaquín Vieira, un coronel conservador de la Guerra de los Mil Días que dio armisticio a su carrera para iniciar vida matrimonial en Manizales. De allí nacieron los niños Gilberto y María. Hombre de negocios y también lector infatigable, el señor Vieira apoyó la vocación lírica de su hija. También se sabe que hasta metió baza para traer al creador de la fórmula del famoso ron caldense, un tal señor Ramón Badía.

A pesar del conservatismo predominante en la familia, la tolerancia siempre identificó al hogar Vieira White. Gilberto, único hermano de Maruja, anduvo toda su vida enlistado en el Partido Comunista Colombiano y hasta fue su secretario general. La ocasión en que a viva voz incluyó a Jesucristo como primer militante de esta ideología, fue defenestrado del Instituto Universitario de Manizales, por cuanto se desplazaron a Bogotá, a los ocho años de la futura escritora. Ya en la capital, la señora White llevaba a su pequeña Maruja a las sesiones del congreso para oír extensas oratorias, cuyo influjo instruyó su formación y vinculó con la magia de la palabra.

El académico Carlos Enrique Ruiz, hoy tan canoso y emérito como ella, recuerda que en la niñez tuvo “nítida noticia de Maruja Vieira. Ancianas tías nos hablaban con frecuencia de aquella mujer venida con precocidad al mundo de la cultura, con relatos como el de haber aprendido a leer a los cuatro años, soliviada en las piernas de su madre; siempre ha sido lectora voraz”.

A los dieciséis años comenzó como escritora. Fungió como taquígrafa y mecanógrafa, cargo que dejó por una jefatura de relaciones públicas en la capital. Ejerció periodismo cultural en El Tiempo y El espectador, y la docencia en las Universidades Central y del Rosario. Junto con Juan Gossaín y Daniel Samper, pertenece a la Academia Colombiana de la Lengua.

Tras el suicidio del escritor caleño Andrés Caicedo, la poesía de Vieira acogió así el recuerdo del ‘pelu’: “Encontré al viento / hojeando tu libro, / Andrés Caicedo./ ¿O serías tu mismo?”. En loa a la contemplación del libro, Fabio Vélez evocó en la última edición de Juegos florales, la ambigua y por tanto mágica connotación del verbo: “Con sólo ojear (con hache o sin hache) sus páginas, (…) llegan a nuestro interior nuevas palabras, emociones y ansias de continuar con su lectura.”

Corta pero intensa, sutil pero sustantiva, la obra de Vieira ha sido vertida al inglés, francés, húngaro y gallego. Esta poesía, en tasación del escritor Isaías Peña

Gutiérrez, se muestra “sobria e inteligente, rasguña la historia, nombra las cosas y los seres en su tiempo presente”. Y si bien el amor es el distintivo de sus versos, las veleidades y vejeces se han mantenido al margen de su escritura. Según el concepto del

crítico literario Ignacio Ramírez: “Su poética renovó en alguna forma el romanticón y melifluo ambiente de la patria boba”. Su poesía se califica como fresca, intimista y alejada de utilerías formales, según prologó Jaime Mejía Duque el libro de selecciones ‘Mis propias palabras’, que reúne lo mejor de su obra.

En cuanto a las influencias, su verso esgrime los referentes ineludibles: Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Juana de Ibarburou, Delmira Agustini; Antonio Machado, León de Greiff, Eduardo Carranza o el chileno Jorge Rojas. En el esfera nacional, ha sido cercana a sus compañeras de generación, las que considera como “un pequeño núcleo de hermanas poetas”; hablamos de la apatía con el destino en el canto de Dominga Palacios, la voz mayor de Matilde Espinosa, las estrofas susurrantes de Meira Delmar o la viveza fugaz con que versa Dora Castellanos.

Ana Mercedes, la única hija del matrimonio Vivas Vieira, obsequió un computador a su madre, lo que ha significado un cambio total para su vida como creadora, toda vez que había perdido interacción con la publicación periódica. Esto porque debió retirarse de la extinta Colcultura, mientras la revista en donde colaboraba (A bordo, de Aces), tornó sus páginas hacia intereses comerciales.

Con relación a la dominancia masculina en el oficio de la escritura, Vieira condena la actitud sumisa de las escritoras que sólo se quejan de no estar incluidas en antologías, en vez de crearlas. Y se pregunta que “si a las mujeres les molesta que no las incluyan en las antologías, ¿por qué no están haciéndolas?; entonces debemos volvernos antólogas”.

La brevedad y concisión de su estilo, le han animado a la escritura de haikús, mas tiene problemas con la exactitud de las sílabas que requiere esta métrica. Los temas a que alude su canto han virado según su condición vital, pues en su opinión, “poesía es la circunstancia que estás viviendo”. Precisamente aquellos versos de su primer libro son las que más gustan en Internet, tal vez porque sobrevivieron a su desaparición, la ocasión en que Enrique Uribe White, un primo de su madre, los arrojó un embalse. “Enrique, son los únicos originales que tengo”, protestó la incipiente poetisa, “pues mejor”, le respondieron.

Antes, Maruja extrañaba el trabajo, al que estuvo acostumbrada desde los dieciséis años y se sentía triste por su inactividad, tal como lo espeja este poema: “Estoy en las arenas/movedizas del tiempo/. Me hundo a cada paso/inevitablemente”.

Ahora se ocupa de establecer constante comunicación con sus amigos de Europa y Estados Unidos, y recopilar versos inéditos para nuevas publicaciones en gestación. Sus ánimos se han restablecido: dedica su tiempo al repaso de folios, a labores domésticas y navegar en Internet, “en donde ha encontrado nido la poesía ante el rechazo de los medios impresos”.

Manizales 2009.

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