En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Ultra maratón de Charta

Se llama Delio, pero todos le dicen Murrungo. 50 años. Pero aparenta 60. Bebe todos los días, lo que le pongan sobre la mesa, cerveza, aguardiente, guarapo. Vive de recoger la sobra de los demás areneros. Por eso lo llamaron “morrongo”, de donde evolucionó a Murrungo y que significa, para ellos, “el último”. A veces vende la misma arena dos veces. Lo que más le parece extraño es cuando su vecino, el escritor, le compra la arena y le pide que la devuelva al río. Murrungo también corre. Porque es su medio de trasporte natural. Un día se enteró de la maratón de Charta. 32 kilómetros. Así que fue a la Alcaldía y pidió un patrocinio. Como era el único corredor inscrito por la región, prometieron darle camiseta y efectivo para que pudiera pagarse una noche de hotel y la comida del día anterior a la carrera. También hicieron un afiche donde aparece con la camiseta puesta y lo pegaron en la plaza para que todos se enteraran de que entre los africanos de siempre había un representante local: Murrungo. El día anterior a la carrera llegó a la ciudad a hospedarse en uno de los hoteles de la calle adyacente a donde estacionan las flotas intermunicipales. El horario de esos hoteles de paso es estricto y faltaban aún horas para que le dieran acceso a la habitación y poder así descansar. Se quedó mirando la calle de las pensiones y vio a su compadre entre la multitud. El otro lo vio también y fue a saludar a Murrungo. El compadre lo invitó a tomar cerveza. Él respondió: “No puedo, compadre, porque voy a correr la Maratón de Charta”. El compadre le explicó que estaba de cumpleaños. El otro aceptó entonces acompañarlo solo por un rato, mientras desocupaban la habitación del hotel. El compadre vivía en el extremo opuesto del punto de partida (de la carrera, de la ciudad). Una vez en la casa, aceptó la primera cerveza. Era una fiesta de gente que no conocía. En la décima cerveza quiso abandonar el sitio, pero abrieron la primera botella de aguardiente. Voy a correr la Maratón de Charta, explicó, para negarse a tomar aguardiente, pero a nadie pareció importarle y le entregaron una nueva botella de cerveza. Supuso que la cerveza lo embriagaría menos que el aguardiente. A la madrugada, pensó quedarse en esa casa y pagar el taxi con la plata del patrocinio a primera hora de la mañana. Para no dormir, porque no veía cama para tanta gente, aceptaba más cerveza. Al final se durmió sentado en la misma silla donde esperó ver el amanecer tras la ventana y tomó el taxi para llegar a tiempo al punto de partida. En el registro de los corredores intentaba hablar de medio lado para que los organizadores no percibieran el tufo. Cuando empezó la carrera, puso todo el empeño para figurar en la foto del periódico, pero rápidamente se fue rezagando. El nivel de la calle se veía un poco inclinado. La carrera tenía dos tramos: un descenso largo hasta el río y luego un ascenso constante hasta el pueblo. En el descenso empezaron los calambres. En la casa de su compadre, antes de la carrera, el panorama era el de un salón atestado de borrachos donde nadie le ofreció desayuno , así que culpó a los calambres por estar corriendo en ayunas. Se recuperó con un automasaje y vio pasar el camión de los lesionados y comprendió que había descendido a los últimos lugares de la carrera. No podía llegar en ese camión vergonzoso a Charta, por cuidar el prestigio del patrocinio. Así que continuó luchando contra la tirantez del calambre y enfrentó el ascenso a paso lento. Llegado al punto donde estaba La Arenera, vio a sus compañeros con las palas y los baldes. Habían dejado de palear para esperarlo. Algunos gritaban su nombre y otros le hacía barra “¡Ahí viene Murrungo!”. Otros tomaban ya cerveza bajo el sol pleno del mediodía. Sintió que se mareaba pero comprendió que era solo el pudor de que sus compañeros lo vieran correr borracho. “!Viene prendo!”, y se reían. Alguien le lanzó un balde de agua que lo sacó del calor soporífero y siguió hacia el pueblo lentamente rodeado por sus compañeros. Cuando vio la línea de meta, el pueblo entero lo estaba esperando. Había una banda de vientos lista para tocar cuando cruzara. La premiación había pasado hacía dos horas, y el podio lo había ocupado el keniano de siempre, pero la gente siguió atenta, esperando a Murrungo, el único corredor inscrito de la región. Los últimos metros los hizo a pie entre vivas y aplausos. Cuando se detuvo, cayó inconsciente. El desmayo duró unos instantes, pero para él fue la paz. Al abrir los ojos estaba en el interior de la carpa de la Cruz Roja. Ya había recuperado el aliento cuando le dieron la primera cerveza de después de la carrera. Ese día también se emborrachó para celebrar que había llegado en el último lugar en la maratón de Charta.

(Explica que logró llegar, porque iba borracho. Es el secreto para ser arenero. Entre todos los areneros logran sacar seis metros cúbicos en un día. Luego se reparten los 120000 pesos que les dan los volqueteros. Ahora quieren expulsarlos de las vegas del río, porque no tienen licencia para excavar. La personera llegó con un funcionario ambiental que les dijo: “Ustedes están acabando con el patrimonio de la humanidad, ustedes están destruyendo el río, ustedes están haciendo un daño gravísimo a la sociedad”. Para hacer seis metros cúbicos y destruir “el patrimonio de la humanidad” se requieren diez hombres todo el día, mientras la excavadora de la arenera (que cuenta con “licencia ambiental”) hace el mismo trabajo de diez hombres en dos movimientos. No se puede destruir el universo con una pala, dijo el que le recordó a la Personera que debía estar de parte del pueblo, no de los constructores. El alcohol, insiste, es lo que permite realizar ese trabajo que de otra manera sería imposible.)

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