En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Con las alas rotas

Desplome Línea 12, metro de Cuidad de México | Fuente: DW

Solía recorrer las calles aledañas a la vía del metro. Recolectaba botellas para después venderlas y tener para comer. Luego dormía bajo la pilastra del puente con otros compañeros «en situación de calle», dijo, usando los términos diferenciales de las políticas públicas.

A las diez y media el puente entre Tezonco y Olivos dirección Tláhuac del metro de Ciudad de México vibró anticipando el colapso y luego dos vagones se precipitaron desde los nueve metros de altura sobre ellos con un estremecimiento telúrico. Pero él alcanzó a salir, al percibir el ruido del desplome, arrastrando en la mano su cobija.

Instantes después, los vagones caídos relampagueaban en chispazos eléctricos y oyó a la gente que gritaba dentro y vio manos y cuerpos de niños atrapados en medio de la mole de hierros retorcidos. Murieron 26 personas y hubo 80 heridos y 5 desaparecidos.

En la entrevista que le hicieron, al día siguiente, se le quiebra la voz al pensar en las familias que se quedaron esperando a sus parientes y que ya no los volverían a ver vivos.

Menciona luego la ambición de los burócratas y de los constructores del daño que provoca una negligencia tal y que cuesta la vida a cualquier incauto que cree viajar seguro a casa.

Son diez minutos, pero en sus palabras brilla la solidaridad de alguien que dice recorrer todo el día las calles de la línea desde Tláhuac para ganarse el sustento y luego conversar con los amigos de la calle y dormir a la intemperie.

No es la compasión que provoca la suerte de haber sobrevivido de milagro lo que impacta, sino la compasión que surge de sus palabras, lo que provoca en él la tragedia de los que no se salvaron y el dolor de sus familias. Solidaridad que proviene precisamente de él, que no tiene familia ni casa ni nadie lo espera.

Esos minutos de entrevista se difunden por internet. Gente interesada en ayudarlo, lo busca. Luego, acaso sorprendidos por la popularidad que alcanza el video, del mismo canal le proponen una entrevista en detalle sobre su vida.

En la siguiente entrevista cuenta que hasta esa noche del 3 de mayo en que colapsó la línea 12 llevaba 30 años sobreviviendo con lo que ganaba al día. Habla 5 lenguas  indígenas mexicanas: Chontal, Maya, Zoque-popoluca, Zapoteco y Mazateco. Y de niño aprendió a tejer redes de pesca y hamacas. Nació en Tabasco pero abandonó a su familia debido a malos tratos a los 6 años. Vagó por Nayarit y Durango. Por Salamanca (Hidalgo) y por Tijuana y Texcoco. Trabajó en un asilo lavando con los pies, como si bailara, la ropa ensuciada de los ancianos. Leyó a Sor Juana Inés de la Cruz y a los poetas barrocos en la biblioteca de las teresianas y allí se educó. En un jaripeo de Monterrey conoció a una cantante popular y fueron los mejores amigos. Recuerda a todos los que han tenido un gesto de bondad con él. Los recuerda con nombre y apellidos: al hombre que le dio diez pesos treinta años atrás y le prometió que si se lo volvía a encontrar le daría trabajo de conductor, a su abuela Ángela de la que tomó el nombre con el que le gusta ser llamado, Angie, para honrarla. Recuerda a un hombre, en Texcoco, que le dio un kilo de jamón y una tarjeta para ofrecerle trabajo, pero poco después lo asaltaron para quitarle el jamón y perdió la tarjeta.

A la orilla del mar, en Nayarit, recolectaba conchas para venderlas como pulseras a los turistas pero a veces no se las pagaban. Dice que se conforma con poco «con cinco pesos soy feliz» y suma: 1 peso de tortilla, 1 peso de frijoles 1 de limón y le sobran dos de ahorro. A veces consigue cincuenta pesos. Cuando encuentra suficientes botellas en su camino se paga un tiempo de conexión en una cabina de internet para ver películas de Cantinflas y oír su canción preferida: Con las alas rotas, de Prisma. La canta durante la entrevista, una sentida balada de mujer abandonada.

Tiene cicatrices en los brazos por las mordeduras de los cerdos a los que tenía que alimentar en una granja de Monterrey. Otra en la pierna porque lo apuñalaron con un destornillador por quitarle lo recolectado en un día, 50 pesos (2.5 dólares).

Dice que la comida de un rey a su juicio es arroz y tortillas con frijoles y salsa y un vaso con agua. Dice, en varias ocasiones, que la vida es un milagro de cada día y contiene infinitas formas de la belleza.

Da las gracias porque los del canal lo invitaron a un cóctel de camarón que llevaba imaginando degustar desde hacía años sin saber que el día llegaría después de la tragedia.

Dice que su cuerpo trashumante se cansa ya y que anhela solo «retirarse» y tener un trabajo estable y un cuarto con televisión. De niño la entretención era jugar con insectos y las transmisiones de radio de Cuba que oían en su casa él y sus seis hermanos con un radio de pilas que cuando se descargaban ponían al sol hasta que la voz de Kalimán callaba.

Le gustaría tener una televisión, porque nunca ha tenido, y solo puede verla a través de las ventanas en las calles mientras hace una pausa para continuar buscando sus («mis») botellas.

Lo dice ante la televisión.

Lo dice convertido en televisión.

Se llama Miguel Córdova, pero se habla a sí mismo como Angie. Se da instrucciones para encontrar botellas. Valor para sobrevivir cada día en una ciudad de más de 20 millones de habitantes.

Luego de la entrevista, los medios lo siguen buscando. Ubican a su familia, quienes dicen, en descargo del abandono, que llevaban décadas dándolo por muerto. La cantante que fue su amiga le envía una canción a través de un video. Uno de los comerciantes de la zona que recorría a pie recolectando botellas dice buscarlo para ofrecerle trabajo. Pero ya nadie lo vuelve a ver por los rumbos de la línea 12.

La exposición pública lo espantó. Advirtió en la entrevista que sabía cuándo debía irse de un lugar: cuando empezaba a sentir miedo, de que lo vieran o lo reconocieran o se familiarizaran con él; era entonces cuando prefería irse, para evitar que le hicieran daño.

Así que esta vez debió sentir miedo de la exposición porque desapareció de nuevo como a los seis años cuando se enfrentó solo a la vida.

Los peritos noruegos que contrató el gobierno de la ciudad confirmaron que el accidente se dio debido a fallas en la construcción del puente, una de las líneas del metro de más reciente construcción, la Línea Dorada, iniciada en 2008. Una indemnización por cien mil dólares a cada familia de los 26 muertos y otras de distinto valor según la afectación para los 80 heridos fue la respuesta del consorcio que opera el sistema de transporte. Entre los socios operadores está uno de los hombres más ricos del mundo. Pero al sobreviviente que dormía bajo el puente caído, uno de los más pobres del mundo, no lo indemnizaron.

(Tenía unos grandes ojos suplicantes y yo no podía dejar de pensar al oír sus palabras reposadas que su historia resumía todas las contradicciones de la desigualdad. No habló de las alcantarillas ni de sus amigas las ratas ni de los atracos ni de dormir en la calle ni del cuero pegado a las tripas ni de los días en que no consiguió el sustento ni de sus compañeros muertos en el camino ni de lo que le duele ni lo de lo que le llevó a ese lugar, su «zona». Pero es un relato sobre la soledad del individuo y la barrera que lo separa de los demás, una ruptura del anonimato que sitúa al individuo como un ser moral en medio de la deshumanización de la vida igualada a la de los perros ferales y a la rabia de los hombres-lobo, la vida de un ser humano capaz de relacionarse y dar amor donde debería haber rabia, el relato de un ser que usa las sobras del sistema para vivir. Su dolor más grande parecía ser el más antiguo e impronunciable, aquello que lo alejó de su familia siendo un niño, pero ese tema lo eludió. Hablaba de la vida como los sabios monjes mendicantes y de la pobreza como resultado de la codicia y de sus condiciones de vida como si fueran producto de un desinterés o simple oposición o insatisfacción del sistema. Hablaba con la dignidad de quien se ha salido de la máquina y no sabe que la máquina lo busca para echársele encima o para regresarlo a la normalidad. Pero es la propia máquina la que lo convirtió en una sombra.  Lo imagino huyendo hacia otra ciudad dentro de la misma ciudad con las alas rotas. Lo reciben otros sobrevivientes de tragedias no recordadas y a la luz de una hoguera reparte entre ellos los pesos que recolectó con las entrevistas. De ese tamaño parecía su corazón.)

Enlace de interés:

Entrevista de Ruido en la red a Miguel Ángel Córdova

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