En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Coetzee: Biblioteca Personal

Coetzee en Bogotá. 2014.

El año pasado encontré en las librerías de viejo de Bogotá varios libros marcados con un rótulo en la primera hoja: “Legado de Ugo Barti. Caricaturista 1935-2013)”. De esos libros apilados en toldos compré los reportajes de Capote (Los perros ladran), compré un ensayo de Lukács (El desarrollo filosófico del joven Marx), compré el libro de caricaturas políticas de Osuna y otros menos raros, pero selectos. Por ser tan excéntrica y conspirativa la selección de libros, me di a la tarea de averiguar quién era Ugo Barti. Resultó ser un personaje extraordinario, pero escurridizo. Fue varias cosas en diferentes épocas: un crítico de cine atrabiliario en una revista de culto, Guiones, publicada en los años sesentas. Se dedicó a las artes gráficas, fue armador de periódicos cuando las notas se organizaban con tijeras y trascendió en las “altas esferas” del poder con una fama de caricaturista político sarcástico. Para Antonio Caballero y otros que lo conocieron de cerca, era el mejor fisonomista a la hora de simplificar en rasgos grotescos un carácter político. Sus caricaturas y notas de cine quedaron dispersas en El Magazín de El Espectador, Cromos, El Siglo, Guiones, Cinemes, Cinefín. No quedó imagen suya, porque siempre fue reacio a ser retratado. El caricaturista Osuna por poco logra dar la primera estampa de él en su libro, pero el editor del libro era el propio Barti, que en las pruebas de galeras recortó su caricatura y la extrajo en secreto. Murió tras el padecimiento de una enfermedad crónica (diabetes). Ugo Barti era su seudónimo. Como Barti están firmadas caricaturas que aparecen en la Enciclopedia del humor, los mejores humoristas de américa (Editora Signo). Se llamaba Armando Buitrago. Regresé a donde los libreros para tratar de hacerme a otros ejemplares y averiguar quién había rematado la librería personal de Buitrago. Según el único que recordaba algunos pormenores de ese remate, la familia del difunto había saldado la biblioteca gruesa y solo se habían quedado con los libros dedicados y las primeras ediciones. Yo hubiera podido aventurar un perfil de Ugo Barti a partir de su legado: a partir de las reseñas ácidas de cine que escribió en los años sesentas, a partir de los momentos políticos que retrató en sus sátiras ilustradas, pero lo mejor sería hacerlo a partir de los libros que encontré en la calle con su ex libris, siguiendo los subrayados de su biblioteca personal.

Cuando uno piensa en los libros que ha llevado a casa con los años, descubre que la selección azarosa puede ser un retrato personal (post mortem) más elocuente que una fotografía. ¿Qué es una Biblioteca Personal?, se preguntaba ayer J.M. Coetzee en el Teatro Bogotá de la Universidad Central al presentar su modesta Biblioteca Personal (una selección de 11 libros prologados por él). Para responder a esa pregunta empezó por descartar lo que su Biblioteca Personal no es: no es una biblioteca íntima compuesta por libros favoritos o libros firmados por amigos. Tampoco una biblioteca de clásicos. No es una agrupación por afinidades electivas, ni pretende orquestar una tradición de forma arbitraria. Tal vez esa Biblioteca Personal que ha prologado para la editorial argentina Hilo de Ariadna es un puente entre sus libros y los libros de los demás.

Coetzee reconoció y cuestionó los dos proyectos de Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges: La Biblioteca de Babel (36 volúmenes seleccionados para una editorial Italiana) y Biblioteca Personal (100 volúmenes seleccionados y prologados que no llegó a terminar). Si bien la colección Borges es motor de la idea Biblioteca Coetzee, las justificaciones para esta nueva Biblioteca Personal de un escritor son distintas. Para Coetzee una biblioteca personal no se propone una reiteración del canon, ni propone tampoco un canon alternativo. No busca fines didácticos, como los Clásicos Harvard que equivaldrían (según el manifiesto de sus compiladores) a una educación básica universitaria. La suya está compuesta por once autores y una antología de poetas que fueron decisivos en su formación de escritor. No se puede deducir de tal omisión que los libros filosóficos o los llamados clásicos no hayan contribuido a su formación intelectual. Si en su Biblioteca Personal no figuran Proust o Cervantes, ni Joyce o Dostoievski, se debe a que proliferan suficientes traducciones de esas obras en nuestra lengua (el castellano, para la que fue pensada). También algunas exclusiones de literatura contemporánea de su preferencia (Faulkner, Camus) obedecen a los límites del derecho de autor que interfieren en las traducciones libres. No los ha seleccionado por ser los libros que más le gustan, dice, ni por considerarlos de lectura imprescindible. Coetzee ha seleccionado estos once libros y luego se ha dado a la tarea de interrogarlos para comprender, como ha hecho otras veces, sus “mecanismos internos” en ensayos introductorios. No puede racionalizar la elección que llevó esta selección, entre otras razones secretas, porque cree que hacerse demasiado consciente de los propios gustos hace que se petrifiquen y dejen de crecer. Habló en detalle de algunos de los autores seleccionados. Habló de la potencia narrativa en las obras de Heinrich von Kleits. Observó que «la energía» no es solo un impulso verbal, sino que se manifiesta en una forma de narrar que privilegia algunos aspectos de la narración sobre otros. Esta potencia narrativa se expresa de forma distinta según la lengua, porque es también un fenómeno sintáctico. A Robert Walser lo situó como un escritor que aprovechó el hecho de haber nacido en un país al margen de toda tradición literaria (Suiza) y logró hacer, pese al padecimiento mental, una exploración a partir de la auto-ficción. La obra de Walser se consolida sobre un proyecto autobiográfico. Si en mi sociedad no pasa nada, si nada hay en la objetividad del entorno, la literatura debe subjetivarse, interrogar al sujeto, en donde pasa todo, que es lo que se propuso Walser con el conjunto de su obra. Se detuvo también en Daniel Defoe, el único autor inglés que figura en la selección. Señaló que era el caso paradigmático de un autor que sobresale pese a las reticencias de la crítica canónica. La vocación de Defoe fue un arrebato súbito (empezó a escribir a los sesenta años), y escribió sobre temas que prácticamente podrían clasificar como coyunturales, secundarios, extraídos de los anales de su tiempo. Como el periodismo no se había nominado, prácticamente fue pionero en su época de una forma de hacer novelas. Señala Coetzee que es esa la explicación posible a su perduración: la obra de Defoe surge cuando la novela aún no ha sido inventada. (Escribía Defoe “en la época en que se requería inventar el género al tiempo que se inventaba la historia”). Sin embargo,  la novela es el único universo narrativo que se regenera y absorbe los demás y no parece tener reglas definitivas. Mencionó, finalmente, a los poetas africanos anónimos y poco conocidos que figuran en un libro por venir. Esa selección de poetas africanos es una declaración de afinidad por la poesía, pero al mismo tiempo una forma de señalar que hay obras anónimas más cercanas a nosotros en el tiempo que nos nutren. Esas obras señalan una omisión de los sacralizadores de la cultura, y esconden tradiciones y secretos colectivos. Son el magma de las civilizaciones que fueron aplastadas por civilizaciones. Una palabra, un poema es una mitología. Casi siempre la poesía y la música (antes que escritura, antes que los libros), es el camino para cifrar el secreto destino de los pueblos. Tal vez por eso haya poesía el cierre de la colección.

Cuando uno piensa en los libros que han sido definitivos para los otros, piensa al mismo tiempo en los libros que han decidido parte de nuestra vida. Los libros que nos han hecho tomar decisiones, que han completado nuestra formación, que han priorizado nuestra ética. La biblioteca personal doméstica es un espejo de nuestra propia vida, de nuestras elecciones. Roberto Calasso en Cien Cartas a un desconocido (otro proyecto de biblioteca personal, la de editor) dice que la inconexión parecía primar al comienzo de esa editora personal. Con los años, descubrió que la aparente anarquía del gusto literario se había transformado en una armonía, y que los libros se habían acabado por conectar en un todo para dar sentido al conjunto. Más o menos lo que había descubierto Aby Warburg (quien vendió su primogenitura a cambio de un suministro constante de libros por parte de su hermano): imaginó una biblioteca personal en que los libros no estarían organizados ni alfabéticamente ni por países, sino por vasos comunicantes, enlaces afines, en sus contenidos. Una biblioteca se hace nueva con cada agregación de ejemplares. Pero también con la combinación entre sus partes. De manera que los mismos libros pueden hacer que una biblioteca sea una conversación infinita si se reemplaza un paradigma: poner un libro distinto en donde antes Borges estaba junto a Bioy. Si ahora Borges está después de Pitol y antes de Sebald, tanto Pitol, Sebald y Borges provocan en el lector una nueva forma de percibir el mundo, de reagrupar la literatura, de descubrir tradiciones perdidas. Este nuevo sentido es lo que nos parece aparentemente un azar. Y no lo es. Coetzee ha propuesto el suyo. ¿Qué ocurrirá si ponemos esos libros seleccionados por él junto a sus propios libros? ¿Si los leemos en serie? Su Biblioteca Personal modificará una vez más la nuestra.

Las lecturas de J.M. Coetzee
IMAGEN: http://www.ucentral.edu.co/index.php/las-lecturas-de-j-m-coetzee

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