El último pasillo

Publicado el laurgar

Uribe y la educación

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Esto no es una cuestión personal contra Álvaro Uribe Vélez. No tengo nada en contra de él, pero tampoco lo admiro. Y comienzo haciendo esta advertencia porque la polarización en Colombia es tal, que si uno no está con Uribe es porque está en su contra.

Desde hace un tiempo, en Medellín, Uribe viene dando unas conferencias sobre liderazgo en colegios privados, para los niños de bachillerato. Se presenta por invitación de los mismos colegios y, tal como lo muestra este video, lo hace solo, en un escenario, con un discurso suyo muy característico. La periodista antioqueña Ana Cristina Resetrepo, columnista del diario El Colombiano, manifestó en su columna del 1º de Agosto su preocupación de madre, ciudadana y periodista, ante el hecho de que Uribe se presente en los colegios sin un interlocutor válido. En su argumentación, Ana Cristina asegura que si bien es válido que Uribe se presente en un colegio para dar una charla sobre liderazgo, el colegio debe tomar ciertas medidas en pro de la pluralidad y la educación misma; por ejemplo, que Uribe no se presente solo en el escenario, sino con un interlocutor que lo contraste, que lo debata y cuestione.

Obviamente, los colegios de Medellín han hecho oídos sordos; esto no es con ellos. En una ciudad enferma del caudillismo de Uribe, en un departamento en el que la mayoría de los habitantes parecen haberse deslumbrado con Uribe, tal como él mismo está deslumbrado consigo, son muchísimos los que consideran que Uribe no solamente es un prohombre, sino que de verdad creen que su intervención ante los alumnos es ejemplar. Muchos creen que Uribe es un ejemplo.

Dejemos de lado por un momento los apasionamientos que suelen movernos cuando pensamos y hablamos de política. A pesar de llevar tantos años fuera de Colombia, soy una de los muchos que le reconocemos a Uribe sus logros —sobre todo en el primer mandato—. Se los reconozco no solamente porque los he investigado, sino porque en el ejercicio del periodismo he tenido la oportunidad de entrevistar a analistas, politólogos y periodistas ecuánimes y estudiosos que reconocen con unanimidad que gracias a las gestiones del primer período de Uribe, Colombia consiguió una disminución importantísima de la inseguridad y que este gran proyecto de seguridad («seguridad democrática» que llamó el mismo Uribe), trajo consigo otros beneficios para el país: económicos y sociales. No obstante y teniendo claro que acá nadie le desconoce a Uribe sus logros —yo, por lo menos, no le resto ningún mérito a sus gestiones—, tampoco es procedente agradecérselo como si él fuera un héroe. Ese fue, quizás, el peor legado educativo que nos dejó Uribe: ese constante mensaje subyacente en todos sus discursos y el de sus fanáticos seguidores, de que todos los colombianos tenemos que agradecerle su labor. A Uribe no se le debe nada. Si él hizo algo bien, si su primer mandato, por ejemplo, trajo importantes cambios positivos para el país, no lo hizo en un acto de fe y de bondad. Una mayoría determinada votó por él y lo eligió para que pusiera en marcha un plan de trabajo con el que él se presentó en campaña.

Cualquiera que haya sido ese plan, si Uribe lo cumplió, era lo mínimo que de él esperaban quienes votaron por él. La presidencia es (por favor, que no se nos olvide nunca) un cargo de elección popular y el ganador es el depositario de la confianza de la mayoría de un pueblo votante que ejerce su derecho ciudadano y le pide a esa persona que, por el progreso del país y hasta por su propio honor —aunque eso ya está mandado a recoger—, lleve a cabo una serie de proyectos. Eso es la democracia. Uribe no fue ajeno a ese sistema y por eso es improcedente, ridículo y hasta nocivo que todavía sus seguidores y adeptos insistan en que le debemos media vida y unas gracias infinitas. No. No es así, por lo que ya dije y por cosas aún más graves.

Muy graves. Y entonces viene la parte fea del gobierno de Uribe —especialmente de su segundo mandato—. Desde la forma en cómo consiguió ser reelecto, Uribe le ha demostrado al país que lo que tal vez comenzó como una real vocación de servicio público, se transformó en megalomanía, en algo casi patológico que ahora, lejos del poder presidencial, se le ha recrudecido.

Es necesario —así parece— recordar la bochornosa descripción de los hechos que hizo en su momento Yidis Medina, quien confesó las circunstancias y detalles en virtud de los cuales fue modificada la Constitución para conseguir la relección. Es necesario recordar el escándalo de corrupción de Agro Ingreso Segur por el que está preso Andrés Felipe Arias, a quien Uribe defiende con la devoción de un padre, aunque los hechos y las pruebas no puedan ser más fehacientes. Es necesario recordar que fue en el mandato de Uribe cuando se produjo el caso más triste, doloroso y vergonzoso de un gobierno: la muerte de 3.000 civiles que fueron dados de baja y pasados por guerrilleros: «falsos positivos», los llamaron. Es necesario recordar que después de su presidencia se develó su deseo de eliminar la Corte Suprema de Justicia, y que cumpliendo órdenes suyas el DAS «chuzó» a magistrados, periodistas y personalidades identificadas como contrarias a su ideología. Es necesario recordar que Luis Carlos Restrepo está prófugo en paradero desconocido, huyendo de la justicia que lo acusa de haber hecho un montaje de falsas desmovilizaciones. Es necesario recordar, una vez más, que en una vergonzosa y fingida actuación, Uribe quiso solucionar un problema con uno de sus funcionarios amenazándolo con que «si lo veo le doy en la cara, marica».

Señores directores de los colegios en Medellín, yo les pregunto con toda seriedad: ¿No había otro para hablarles de liderazgo a los muchachos? ¿Ustedes creen que alguien que soluciona sus problemas con «si lo veo le doy en la cara, marica» es ejemplo de algo? ¿Alguien que defiende sin empacho a los funcionarios de su ya pasado gobierno, procesados por corrupción, es un buen ejemplo?

Disiento de Ana Cristina en una sola cosa: yo creo que Uribe ni siquiera con un interlocutor es apto para dar una charla de liderazgo. Un líder no es un mesías perfecto ni un santo, tampoco es un político nacionalista que se perpetúa en el poder, seguro de que él es la respuesta a todos los problemas del país. Un líder es alguien honesto que da ejemplo de honradez y que promueve de todas las formas posibles la educación. La honradez de Uribe está en tela de juicio hace mucho tiempo ya. Aunque lo pienso sinceramente, no lo digo yo desde una posición personal, lo dicen los hechos: todos los que resumí y los que quedaron por fuera.

Pero, sobre todo, el legado de ocho años de gobierno de Uribe fue un país maleducado. Ocho años en los que el patrioterismo se instaló para pudrir el alma misma del país. Para mí fue muy triste visitar Colombia en febrero, ir en un taxi en Cartagena, y que el taxista me dijera que «bala es lo único que compone esto, porque ajá». Fue muy triste estar en Bogotá y escuchar gente al pasar decir que extrañaban a Uribe y la seguridad que él garantizaba, porque «mano dura» es poquito, lo que hay que hacer es «acabar con tanto delincuente». Eso nos dejó Uribe: la idea de que se «acaba» con tanto delincuente a punta de guerra, sin educación, sin respeto.

Yo no tengo hijos, pero mis mejores amigas tienen los suyos. Conozco particularmente a los tres hijos de Ana Cristina, que son chiquitos, y los quiero muchísimo, los quiero como si fueran de mi familia, como si fueran mis propios sobrinos y entiendo la preocupación de su mamá por la educación que se imparte en su colegio: la educación política es un asunto de debate público y muy delicado, puesto que es por la educación política equivocada, insuficiente, pobre, que llevamos décadas sin encontrar un camino adecuado a la paz y el progreso. Es debido a una educación política basada en el individualismo y no el pluralismo, en la creencia de la «mano dura» y no del diálogo, que todavía somos un país retrógrado que se encoge de hombros ante la realidad, pero que cuando tiene la oportunidad de modificarla en las urnas, tira para atrás.

El que se para frente a todos esos chicos no es un hombre convencional —y no lo digo en sentido positivo—; el que se para frente a estos chicos es un hombre con una historia política negra que carga a sus espaldas, para bien o para mal, y cada vez que habla, no habla solamente un hombre interesado en compartir sus conocimientos sobre liderazgo de forma inocente, casi desinteresada. El que se para frente a todos esos chicos ha sido uno de los políticos que con sus acciones, omisiones y, sobre todo, palabras, más bien es daño lo que le ha hecho a Colombia. Un hombre que tuvo y tiene mucho poder, especialmente en Medellín, y que se resiste desesperadamente a pasar la página que le tocó ocupar en el libro de la historia de Colombia. Sin haber entendido todavía que a quien no pasa la página de ese libro, es la página quien lo pasa.

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