El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

La desertora fiel

Respeto mucho a quienes tienen el coraje de dejar la escritura por miedo al fracaso, pero respeto aún más a quienes fracasan escribiendo.

Hotel Room, 1931 - Edward Hopper.
Hotel Room, 1931. Edward Hopper.

«Solo al desertar soy fiel»
Paul Celan

Hace ocho años dejé de ser librero en Pereira. Entre todas las personas que entraban a esa pequeña librería de la cuarta con veintiuna hay muchas que olvidé, o que prefiero no recordar, porque me enseñaron que dentro de la literatura también puede caber la ruindad. Hay también un grupo que hoy en día reúne a mis grandes amigos y otro: el de quienes uno podría reconocer por sus rarezas. A este último pertenecía la señora María Botero, quien aparentaba estar cercana de los cincuenta años. Cuando fue la primera vez estaba buscando cualquier libro de Salinger, decía necesitarlo con urgencia. No he dormido bien desde que me recomendaron este escritor, se quejó. Ante mi negativa, que no pude pronunciar sin cierta sonrisa, terminó presumiéndome la edición de En busca del tiempo perdido que acababa de comprar en otra librería del sector. Todos los tomos preciosos en pasta dura, con guardas azules y papel biblia.

No tuvo vergüenza de decirme, de entrada, que era escritora. Pero lo peor que pudo haber hecho, que ninguna otra molestia pudo superar, fue que siguió visitándome todas las mañanas por un tiempo. En algunas ocasiones llegaba con su canasta de frutas o de verduras, otras con comida para su perro o con su perro mismo: un aborrecible golden retriever que nunca quería quitarse de encima de uno. Me hablaba de autores que no había leído y de títulos y anécdotas de estos y de otros que ella inventaba y que, tal vez, otra persona hubiera dado por ciertos al escucharla.

La última mañana que me visitó me dijo que había renunciado a escribir. Pensé en Rulfo, inevitablemente, aunque yo a este santo lo tenía por alguien cuya decisión de dejar la escritura significaba más bien el hecho de asumirla como muy pocos podrían hacerlo. Su renuncia para mí constituía la aceptación de su propia genialidad, lo que me llevó hacerle notar que escribir puede ser algo muy difícil, doloroso. Existirá gente como Etgar Keret que disfrute escribir y que considere a este un acto cotidiano, tan fácil como sentarse en el balcón y comer sandía «mientras escribes mierda sobre gente que no te agrada». En cambio para mí es un acto cruel, de autoflagelación: cuando escribo tiendo al suicidio, cuando no escribo, peor. Respeto mucho a quienes tienen el coraje de dejar la escritura por miedo al fracaso, pero respeto aún más a quienes fracasan escribiendo.

Es muy recurrente y hasta cansón escuchar que Rulfo dejó de escribir argumentando esa bobada de que su tío Celerino, que era quien le contaba las historias, había muerto. Qué cursilería. Él dejó de escribir por miedo a decepcionarse, a escribir algo de menor nivel que sus dos únicos libros, insuperables. Un cobarde. Y es muy recurrente también escuchar hablar de Cervantes: ¿habrá un escritor con un fracaso más grande? Lo escribió Monterroso: «No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote». ¿Cómo alguien que pone el punto final del Quijote puede intentar escribir algo mejor? Imagínese, señora, la angustia del escritor.

Usted no entiende, me dijo. Yo soy escritora, pero no he escrito nada: renuncié a tiempo. Elegí la felicidad.

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