Dirección única

Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

Víctor Frankenstein c’est moi

Si Víctor Frankenstein escribiera poemas
Constanza Martínez Camacho
Mosca I-letrada ediciones independientes
Bogotá, 2018
128 páginas

Escritora, cantante lírica, profesora y gestora cultural, Constanza Martínez presenta la otra semana en la librería Casa Tomada de Bogotá su primer libro de poesía, Si Víctor Frankenstein escribiera poemas, publicado dentro de la colección La Mosca I-letrada, proyecto editorial que hace parte del taller que ella misma preside desde hace algunos años en esta librería: el Club de Escritores El Altillo. Profesora de Literatura por más de 20 años, Constanza fue ganadora en 2010 del Tercer Concurso de Literatura Infantil y Juvenil Barco de Vapor -Biblioteca Luis Ángel Arango, con la obra James no está en Casa (Editorial SM) y obtuvo en dos oportunidades Mención de Honor en el Concurso Bonaventurano de Poesía y Cuento de la Universidad San Buenaventura de Cali, además, su relato El Troli fue seleccionado el 2017 como parte de Bogotá 100 Palabras, concurso de relatos breves organizado por la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Distrito.

Si Víctor Frankenstein escribiera poemas resulta una abierta declaración de intenciones que funciona a manera de recetario autobiográfico, abrirse las entrañas para mostrar al lector la materia de la que está compuesta una humanidad polifónica llena de referentes literarios, entre profanos e íntimos, que llevan el libro por cuatro grandes apartados: el primero, y que da nombre al libro y al poema inaugural de la selección, «Si Víctor Frankenstein escribiera poemas», es una larga salutación al yo, tan personal a lo largo del libro que no dudaría en ver en este una suerte de profilaxis en la que Constanza visita sus lugares de culto y a sus viejos y añorados héroes, desde un guiño algunas veces gótico y tantas otras apenas desenfadado, volviendo a ratos al diario como subgénero y a la prosa que enuncia los lugares amados de sus oficios: la música y la literatura. Así va del manifiesto personal («Todo ese vulgar sentir se considera una exageración, un despropósito emocional. Tal vez por ello siempre seré salvaje…») al poema en prosa que surge a lo largo del libro como canto a la literatura, una especie casi maldita de antigua fe religiosa:

CACERÍA

En la noche salen los lobos a cazar. Los animales jóvenes olfatean la muerte en el aire y huyen lejos del predador; los viejos, bajan el lomo y esperan la mordida final. La luna brilla en un cielo sombrío.

Si los antiguos leyesen los presagios de esta noche, comprenderían que el cervatillo anda en peligro, que debe correr con todas sus fuerzas; gritarían con truenos y pesadillas anunciando los males que han de venir, pero ya nada ven los antiguos, con sus ojos ciegos en ambiciones retorcidas, con sus manos atadas en manojos de lujuria y diversiones vacuas.

En la noche salen los lobos a cazar y yo, que he aprendido el sonido del aullido, me dispongo a luchar hasta el último instante, hasta que se vierta toda mi sangre sobre el suelo, hasta perder el último aliento como sólo pueden luchar los valientes, los locos, los peregrinos.

El segundo apartado del libro, «Conversaciones con la muerte», continua con ese desmembramiento consciente que significa configurar esta suma de poemas desde la profanación de sí misma, casi como visitar las láminas de un libro de anatomía antigua que quiera reconocer por primera vez aquella materia sanguinolenta de la que se componen las cuestiones humanas (En la calle / la nariz rota. / Los ojos abiertos. /¿Y el corazón?). Se trata de auscultarse sin saber en qué parte de la piel se hallan las palabras apropiadas, la comunión trágica entre el poema (como un cuerpo sin órganos) y el discurrir de la vida misma («Taquicardia y delirio. /Sed y ansiedad. / El susurro de los carros. / El viento helado. / La sangre sobre el pavimento. / El bajo de la música a lo lejos. / Mis pies caminando… / ¿Hacia dónde?»), cuerpos desmembrados sobre la mesa de un cirujano que al parecer se abre él mismo el vientre para fungir de dios, un alquimista desangrándose de camino al quirófano. De allí que la tercera parte de este libro, «Poemas del altillo» quiera ahora llegar a nombrar la piedra filosofal que soporte tanta autolesiva iatrogenia: esto es, la escritura como acto fundamental:

«Escribir con la sangre, con los huesos, con las lágrimas, con el sudor, con la piel, con el deseo, con el silencio… con el vientre, con el hígado, con el dolor, con la fuerza, con el amor».

De camino por esta confesión, hecha abiertamente como mujer y, sobre todo, como escritora, Constanza incluye aquí uno de los poemas que más resguardan la idea general de su ópera prima, el poema «Minotaura»: «¿No será que algunas no somos sino Minotauras / en medio del laberinto de un rey miope? / Esa es una de las contradicciones con las que se vive: / tener que acurrucarse en el monte, y no estar erguida, / usar mil sanitarios, / tener vetados los orinales, / no penetrar (con el obsceno pájaro de la noche), / no ir obligada al ejército a jugar a la guerra».

Si Víctor Frankenstein escribiera poemas llega en su último apartado, «Poemas a la Sibila», a un momento de tensión algo más personal que me recuerda lo que Mónica Lucía Suárez Beltrán llama -en las palabras liminares del libro- como «poesía de la experiencia», ya en los terrenos adyacentes a su propia experiencia íntima que funciona ahora de manera menos evasiva en el discurso, pasa de una poesía de la experiencia que, como explica en su prólogo, «se vuelca hacia otros personajes, que pueden ser uno mismo, al pretender recuperar recuerdos de la infancia, de la juventud y adultez, las amistades, las vivencias reales e imaginadas, casi añoradas o plenas de nostalgia y el mundo que les rodea», a una poesía que, en lo personal, juzgo más confesional («Soñé que la música era una mujer azul. / Se fue materializando entre mis piernas / hasta que se hizo aullido, lascivo acorde, / hasta que pude besarla / y ella, / enamorarme»). Si Víctor Frankenstein escribiera poemas  va de lo universal a lo particular, del enorme y gris laboratorio de un cirujano loco hasta la entraña abierta de un cuerpo aún con vida: remover las vísceras de su condición como escritora, como mujer, como cuerpo que late en medio de un viejo grabado que bien podría cerrar el libro de Shelley.

SVFEP-CARÁTULA2

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