Dirección única

Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

La infancia como viaje circular: Le Clézio

Mondo y otras historias. J.M.G. Le Clézio- Tusquets,Andanzas – España, 2010 – 304 pág.

MondoLo que más llama la atención de los ocho cuentos recogidos en Mondo y otras historias –libro cuya edición francesa aparece originalmente en 1978– es precisamente el hecho de tratarse de una reunión de textos ligados a uno de los temas de mayor trascendencia en la obra del Nobel de literatura francés J.M.G. Le Clézio, esto es, la infancia como viaje iniciático. Se trata de relatos que sostienen una particular visión del espacio, el tiempo y la naturaleza, ritualizados a través de personajes cuya ingenuidad traspone el lenguaje para reconfigurar la relación entorno-experiencia y llevar el relato más allá del sondeo psicológico y de la linealidad de la acción narrativa.

Le Clézio cultiva en este, y acaso en la suma de sus obra (más de 44 libros –entre novelas, cuentos y ensayos–, obras colectivas, y centenares de artículos) el gusto por los espacios naturales, la errancia, la diversidad y por una narrativa “circularmente descriptiva”, cosa que algunas veces lo muestra como un autor un tanto difícil sobre todo por estos lares donde su lectura conlleva al letargo, en tanto su lenguaje atraviesa lo poético con la calma de “la mar” (un “vaivén tierra-mar, mar-tierra” como lo describe Lourdes carriedo en su texto “Poeticidad y narratividad de Desert en J.M.G. Le Clézio”), pues su refinamiento padece de una suerte de lirismo preconcebido que, sin embargo, fluye, sospechosamente para mí, pero fluye.

Por un lado, y tras cada uno de estos personajes –Mondo, Lullaby, Jon, Juba, Daniel, Alia, Pequeña Cruz, Gaspar–, aparece su condición de escritor de coordenadas geográficas de alguna manera indeterminadas: Le Clézio, de padre inglés y de madre bretona,  nace en Niza (su nacionalidad es francesa y mauriciana), se muda a Nigeria a los ocho años de edad y regresa poco después a Francia.

El periplo de sus viajes incluye lugares como Tailandia, Panamá o México. Se subraya en este ir y venir –el círculo tantas veces hallado en su narrativa- el sentido que algunas geografías suponen en su obra, la playa, los desiertos, el paraíso recobrado que algunas instantáneas de su obra revelan, los colores cobrizos del cielo enfrentándose a la inmensidad de las aguas apenas tocadas por las arenas de Mauricio, en fin, la ensoñación que corre y se detiene para luego volver a la quietud impasible del discurso de Le Clézio.

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Como ‘extranjero’, cultiva así mismo su inclinación por la exploración de culturas y voces equidistantes, como ocurre en parte de estos cuentos donde los elementos que cohabitan en esa pluralidad espacial se confrontan con saudades de lugares de los que se ha partido, caso del Estambul de uno de los personajes de estos cuentos, Lullaby, o de la poética siempre latente de los espacios en cuanto el autor confronta míticas metrópolis hechas de piedra y cal mientras los elementos de la naturaleza se ciernen poderosos sobre la pequeñez humana, así el cuento “La rueda de agua”:

“La joven mira sin moverse las casonas blancas, las murallas y la extensión de tierra roja. Tiene una leve sonrisa. Pero el lento movimiento de las ruedas continúa y el ruido del mar es más fuerte que las voces de los hombres”.

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