Una mente variante

Publicado el una mente variante

¿Y si el problema no es el problema?

Vemos los problemas desde muchos lugares distintos: como algo que se evita, como un peso que se carga por estar buscando donde no se debe, como algo que el otro nos bota encima, como eso que no debe ser porque es incómodo y molesto, como algo que se puede evitar, como eso que es de difícil solución.

Para algunos es pan de cada día, porque el mismo hecho de llegar a trabajar ya implica que uno o varios problemas existan, porque el mismo hecho de trabajar en ese lugar, con esas personas, en ese ambiente, es de por si el problema. Y de ahí en más, hasta el resto de cosas del día, son potenciales “problemas” (a crear).

Para otros termina siendo el “reto” a solucionar, sin saber que al volverlo reto, se pierden también a si mismos y al aprendizaje que viene de cada una de las situaciones; volver un problema un reto implica hacer de todo para solucionarlo, verlo como una “carga adicional” o generar un falso sentido de competencia con uno mismo en el que se intenta “apagar incendios”, ver las cosas “por los laditos” o buscar y buscar soluciones sin llegar a la raíz de la situación: a lo que sana, transforma, enriquece y enseña.

 

 ¿Queja, problema o problema y queja?

La queja es el combustible de un problema. Ese acelerador que lo potencia y lo lleva al lugar en el que perdemos no sólo nuestra responsabilidad creadora sino nuestra autonomía en su solución. Nos aleja de nuestra capacidad de brindarnos bienestar, de nuestro rol como responsables de nuestra propia vida y de nuestras decisiones; cede la energía y la desgasta en el afuera (en el otro) dejándonos sin herramientas para siquiera interesarnos por lograr una solución y hasta nos desconecta del aprendizaje que trae la situación que creemos difícil.

Socialmente aceptamos la queja como algo válido, porque nos acostumbramos a ella, porque es más fácil quejarse que asumir el aprendizaje que trae el problema en el que nos encontramos y porque es más fácil compartir esa responsabilidad con otros, porque en caso de que algo salga mal, tendremos a quien culpar.

 

Un llamado a la responsabilidad

Los problemas son creaciones nuestras que traen información, provienen de miedos diversos y se alimentan de creencias, opiniones y emociones que estamos invitados a trascender. Los problemas son atractivos porque nos confrontan con nuestro poder creador, con nuestras limitaciones infundadas y con las opiniones de otros; nos ponen la energía en pausa y nos alejan de nuestra propia creadora cuando los obviamos, los pasamos por alto, cuando intentamos solucionarlos a la brava o a la carrera, nos suben la líbido cuando los solucionamos y nos enriquecen cuando realmente aprendemos de ellos y no los creamos de nuevo. Son como una mezcla de creencias, emociones y miedos que nos conecta con nuestra capacidad de mantener el foco y de prestar atención a lo que creemos nos hace bien, a lo que sabemos que podemos aprender o hasta a reconocer que creamos desde un lugar que no implica bienestar para nosotros.

Ser responsables no sólo de lo que creamos sino de lo que deseamos o ambicionamos, nos ayuda a mantenernos al margen de muchos problemas que pueden ocurrir; nos ayuda a ir creando menos situaciones difíciles para aprender y nos ayuda a alinearnos con lo que queremos manifestar de una forma más consciente y menos sumada a la insatisfacción o al no merecimiento.
Aprender a hacerse responsable toma el tiempo que cada uno quiera que sea y puede ser cuestión de una sola vez o de las que “sean necesarias” para que la lección que de aprendida, porque si, podemos repetirnos y repetirnos con los problemas las veces que queramos y seguir sin aprender, o podemos repetirnos y repetirnos con los problemas porque dentro de nosotros existe una tendencia a sentirse bien al tener rollos en la cabeza o a ser fieles al aprender de forma difícil o hasta dolorosa.

Entonces… ¿Cuántos “problemas” necesitamos crearnos para llevarnos a vivir la coherencia que necesitamos para cumplirnos lo que nos proponemos? ¿Cuántos problemas necesitamos repetir para entender que las cosas pueden ser de una manera diferente? ¿Cuántos problemas hay que crear para no estarnos “estrellando con la vida a todo momento”? ¿Cuánto tiempo vamos a congelar nuestra acción o a ceder nuestro poder frente a lo que hay que solucionar al verlo a través del filtro de la queja, y ¿Cuánta de nuestra energía se va a ir en competir contra el aprendizaje para “apagar este incendio en el que nos metimos” sin hallar el verdadero aprendizaje?

 

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