Algunos amaneceres el tiempo le cae como aquellos aguaceros novembrinos que amenazan con sus vientos descontrolados. En efecto así le llega la vida en las mañanas en las que no hay manera de sonreír porque le esperan compromisos, buses atorados en el tráfico y oficina atestada de problemas por solucionar.
Se levanta, pone la radio a todo volumen para cantar bajo la regadera, pero suena el teléfono o alguien golpea en la puerta del baño. A los diez segundos la música empieza a deteriorarse gracias a que la cabeza se enreda en los filos de las reflexiones.
Después sale del baño perfumado por la melancolía que siempre lo acompaña, la que lo define en reuniones y fiestas, en eventos y congresos, la que habla de él más que los títulos universitarios, más que las multinacionales en las que trabajó, mejor que la casa que nunca terminará de pagar. Se sienta en la cama con deseo de hundirse en el sueño, pero debe cumplir con las responsabilidades que asesinan el presente en nombre del futuro.
Entretanto continua esta tormenta que desbarranca la juventud, que derriba un amor que cae sobre un recuerdo.
Contempla el infinito con un calcetín puesto a mitad, con el otro torcido, con los pantaloncillos húmedos por el agua que desciende de la espalda, con la cabeza puesta en la compañera de trabajo de quién sólo conoce su caminar pausado y sus nalgas que suben y bajan sin angustias. Lo que no sabe este señor entrado en congojas, es que cinco líneas abajo, vendrá su esposa con deseos de despeñarse en un polvo mañanero que le espante, o al menos eso quiere creer ella, el acaloramiento que la tiene al borde de la infidelidad. Aunque esto último él nunca lo sabrá porque esta borrasca se la llevará hacia las cañerías de la muerte.
Pero no nos desviemos, continuemos con este hombre que se echa crema en la frente y luego empaca documentos en el maletín. Cuando está cerrando la cremallera entra su mujer con una mirada turbia y centelleos que se extravían en los truenos de este aguacero que empieza a capitular en su afán de consumirlo todo. La toalla cae dejando libres las curvas que persisten en su afán de encender la sangre de las regiones meridionales. La pátina de su pubis le genera una erección vigorosa que lo invita a lanzar la maleta, desanudarse la corbata y desabotonarse la camisa.
La lluvia cesa en su delirio, los riachuelos empiezan a decaer hasta hacerse un delgado hilo de agua por el que navegan hojas. Simultáneamente las hormigas vuelven a poblar el pavimento con su afanoso paso. De alguna rama emerge el gorjeo de un gorrión que serpentea bajo los escombros de esta catástrofe de horas que algunos hombres denominan Tiempo, otros Destino y el resto le llama, sin detenerse en honduras filosóficas, o quizás por ello mismo, Vida…
Nota: Fotografía de Brigitte Meh