No sé si ellos eran los mismos jóvenes que murieron en Medellín el 12 de agosto de 2019. Días antes, el 20 de julio, también vi a dos soldados aferrados a la bandera de Colombia a varios metros de las calles de Bogotá. Inicialmente creí que eran muñecos, pero el helicóptero voló tan bajo que pude ver sus brazos aferrados a la bandera y sus piernas rígidas por el temor. A mi lado estaba una mujer de treinta años que aplaudía a rabiar. Llamó a su papá, quien se acomodó los anteojos para ver mejor. La mujer le pedía que aplaudiera, pero el señor no salía del asombro que le producía la escena. Probablemente se hacía las mismas preguntas: ¿quién tomó la decisión? ¿Cómo es posible que existan personas que no le importa la vida de los soldados para ponerlos en esa situación de riesgo? Aún no lo sabemos. En su momento, el gobierno de Duque se desentendió y RCN arrojó hipótesis inverosímiles: primero dijo que fue la pita de una cometa que rompió una guaya de acero y después aseguró que fue un ave la que picoteó el cable hasta reventarlo. Todos eran culpables menos el hombre que ordenó a los soldados que se aferraran a la bandera atada a un helicóptero que volaba sobre la ciudad (primero sobre Bogotá y después sobre Medellín). A pesar del tiempo, no tenemos respuestas certeras. Lo único claro es que no se agota el dolor por la muerte de los soldados que cometieron el “delito” de cumplir las órdenes de su superior.
Diego Niño
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Gracias por su paciencia.