En la foto estás arqueada frente al tropel de centellas provenientes de una ventanal, al tiempo que tu nariz aguarda la eternidad montada sobre los labios que no se deciden a sonreír. A tu espalda hay redomas, damajuanas, balanzas y estantes de boticarios decimonónicos o quizás de alquimistas del siglo veintiuno.
En el instante en el que la inmortalidad pastorea en las ondulaciones de tu cabello, estamos libres de congojas y horas que clavan sus dientes en el hígado. Sin amores reales, los de carne y hueso, los que encumbran, los que amordazan. Sin los días en los que sopeso deudas o espero a las oportunidades que nunca llegan. Estamos, mi hermosa Rita, sin los obstáculos de la realidad que impide que mi nombre cruce el umbral de tus labios o que tu mano acaricie las vecindades de mi silencio…